Un camarero se acercó y les dio el menú, mas Pedro ni siquiera lo consultó.
—Te recomiendo la ternera con salsa de vino tinto.
—No tengo hambre —se rebeló.
—Está bien. Primero tomaremos una copa de vino. Tráiganos una botella de vino tinto, por favor —le pidió al camarero—. Le daremos la orden más tarde.
—Recuerdo lo que sucedió la última vez que tuve aquí, contigo —Paula lo encaró con enojo cuando se quedaron a solas—. ¿Acaso me culpas por no tener apetito?
—No te mientas a tí misma, Paula—estaba muy relajado, a sus anchas—. Ese fue el día más maravilloso de tu vida y de la mía; con un poco de suerte, quizá podamos repetirlo.
—Imposible —no podía creer que ese hombre fuera tan vanidoso.
—Puede suceder si me das una oportunidad. Toda hostilidad innecesaria, me resulta molesta y la vida es demasiado corta cómo para desperdiciarla en esto.
—Tú fuiste quien fue hostil primero —le recordó.
—Y yo soy quien está haciendo lo indecible por resolver esta situación — repuso.
—¿Chantajeándome para que me case contigo? —sonrió con desdén—. Discúlpame, pero eso me resulta muy gracioso.
—¿De qué rayos estás hablando? —frunció el entrecejo.
—Sabes muy bien a qué me refiero —insistió, pensando en que su padre tuvo razón al decir que todos los Alfonso sólo eran unos individuos manipuladores y sin escrúpulos—. Si no me caso contigo, me llevarás a la quiebra y me arrebatarás mis tierras.
—Que Dios me ampare —suspiró exasperado, y miró al techo—. La mujer que quiero por esposa es una tonta.
—No me llames así —se enfureció—. Eso fue lo que oí.
—Pues yo no puedo creer lo que estoy oyendo. ¿Qué te hace pensar que quiero esa tierra inservible…?
—Primero, me llamas una tonta y luego desprecias mi propiedad —se puso de pie, iracunda—. No vine aquí para dejar que me insultaras y si crees que…
—Por favor siéntate y compórtate —murmuró, hastiado—. Perdóname. No eres una tonta y tienes una propiedad magnífica. La mayor parte es inservible, pero Glen Gallan lo compensa todo; espero que puedas conservar tu terreno, pues yo no deseo tener la responsabilidad de hacerlo redituable.
Paula vaciló. Esa debía ser otra de las tretas de Pedro…
—Siéntate —señaló la silla y sonrió cuando ella obedeció—. Así está mejor. Vamos a enfrentarnos a la realidad. A menos que algo suceda muy pronto, vas a tener que vender tus tierras.
—Tal vez… —tragó saliva.
—Es una certeza —declaró, cansado de todo ese asunto—. Si no dejas de engañarte a tí misma, vas a meterte en un problema más serio aún.
Hizo una pausa cuando llegó el camarero, sirvió dos copas y le dio una a Paula, quien se alegró de que su padre no pudiera presenciar la escena.
—Lo único que quiero es que firmes un acuerdo para que, si tienes que vender tu propiedad, tengas que vendérmela a mí y a nadie más —añadió Pedro cuando el camarero se marchó.
—Si sólo es una tierra inservible, ¿por qué quieres adueñarte de ella? —inquirió con suspicacia.
—Porque no quiero que haya extraños aquí —se miraron en silencio—. No quiero que venga una gran corporación de bienes raíces, que convierta la zona en una copia barata de Disneylandia —explicó, al ver su expresión de escepticismo—. Si me vendes tu propiedad, las cosas se quedarán como están ahora y tú estarás a cargo de todo.
—No te creo —susurró, después de buscar alguna trampa en esa propuesta, mas no la encontró.
—¿Por qué? ¿Porque piensas que los Alfonso siempre hemos sido mentirosos por nacimiento?
—Sí. La experiencia me ha enseñado lo mucho que valen tus promesas — declaró con amargura.
—He estado pensando acerca de eso, Paula—sus ojos se tomaron sombríos y tristes—. Te pedí que te casaras conmigo porque estaba enamorado de tí y porque creí que tendríamos una buena relación; sin embargo, ahora lo dudo. Lo que hice hace cinco años tal vez fue lo mejor, después de todo. Ahora opino que eres una tonta, ignorante y vengativa que merece todo lo que le está pasando —alargó la mano con rapidez y la tomó de la muñeca, al darse cuenta de que ella pensaba arrojarle el vino a la cara—. ¿Qué clase de vida tendría, casado contigo, eh? —habló con dureza—. No piensas en nadie más que en tí. Y lo único que te importa en la vida es tu estúpido orgullo de ser una Chaves.
—Eso… no es cierto —tartamudeó pasmada al oír esas palabras.
—¿No? —la observó de modo penetrante—. Hace tan sólo unos minutos, me amenazaste con acusarme de una violación que sabes que nunca tuvo lugar. Preferirías ver cómo me pudro en la prisión durante siete años, antes que correr el riesgo de que la gente hable mal de tí. ¿Es esa la idea que los Chaves tienen acerca de la justicia y la honradez?
—Yo… no lo dije en serio —bajó la vista, muy avergonzada—. Te amenacé sólo porque… estaba enojada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario