-Los planes no son suficientes. No permitas que lo que ha sucedido entre nosotros te haga tomar una decisión equivocada. No estás pasando por un buen momento y yo no he hecho más que complicarte las cosas.
-¡La verdad es que estaba bien hasta que me has propuesto que me ganara la vida como una prostituta! -exclamó Paula dejándose llevar por el orgullo herido.
-No me voy a defender de esa acusación -admitió Pedro-, Jamás debería haberte dicho nada parecido.
Que le pidiera perdón con tanta facilidad conmovió a Paula, que terminó de vestirse y decidió salir de allí cuanto antes.
-Bueno, ya no tenemos nada más que decirnos -murmuró yendo hacia la puerta.
-Te equivocas. Te debo una explicación. Quiero que entiendas mi comportamiento.
-No.
-Por favor...
Al oír aquella palabra de labios de Pedro, Paula sintió lágrimas en los ojos. Era obvio que Pedro se arrepentía de lo que había sucedido entre ellos y aquello dolió a Paula todavía más que la terrible propuesta de convertirse en su amante.
Al mirarlo de reojo, volvió a maravillarse de su belleza masculina y recordó el roce de su piel mientras hacían el amor.
-Voy a pedir que nos traigan café -anunció Pedro.
-No, por favor, prefiero que terminemos cuanto antes con esto.
Pedro se quedó mirándola disgustado.
-No me gusta nada verte así. A lo mejor, las cosas no han ido bien entre nosotros porque ambos estábamos con la cabeza en otro sitio, pensando en otras cosas.
-¿En otras cosas? -dijo Paula.
-Sí, tú en tu padre, que te ha pegado y yo... y yo también tenía motivos para estar pensando en otras cosas porque esta mañana me he enterado de que una mujer que era importante para mí se ha casado con otro hombre.
Paula sintió que la sangre se le helaba en las venas, bajó la mirada y pensó que aquello era como si Pedro le acabara de clavar un cuchillo en el corazón.
Una mujer que era importante para él.
Obviamente, estaba hablando de una mujer de la que estaba enamorado. A Paula se le hacía inconcebible que el príncipe Pedro se hubiera enamorado de una mujer que lo hubiera rechazado.
Pero eso era lo que le acababa de contar y el hecho era que estaba enamorado de otra mujer, que su corazón pertenecía a otra.
Paula sintió que se le desgarraba el alma al comprender que Pedro estaba enamorado de otra mujer y que, como no podía tenerla, se había acostado con ella, que no había sido para él más que una distracción, el premio de consolación.
Aquello la hizo sentirse dolida y humillada.
-¿Cómo se llama?
Aquella pregunta pilló a Pedro por sorpresa.
-Fátima...
-No tenías por qué haberme hablado de ella -dijo Paula.
De hecho, habría preferido que no lo hubiera hecho porque, al contarle la verdad, había afectado su dignidad y la había llenado de vacío y de angustia.
-Sí, yo lo necesitaba. No me suelo comportar como lo he hecho hoy. Me he aprovechado de ti y quiero recompensarte por ello. Sólo se me ocurre una manera de hacerlo.
-Lo que está hecho, hecho está.
-Cásate conmigo -murmuró Pedro.
Paula estuvo a punto de estallar en carcajadas, pero se había quedado tan sorprendida, que no consiguió articular palabra.
-Estás loco... -dijo por fin.
-No, no lo estoy. Vivimos en una comunidad que no es muy liberal y tú has crecido en una casa en la que el sexo fuera del matrimonio es completamente inaceptable. Entiendo perfectamente que estés dolida por lo que ha pasado entre nosotros hoy y tienes derecho a estarlo. Me he aprovechado de tu confianza y de tu vulnerabilidad y no me enorgullezco de ello en absoluto.
-Pero pedirme que me case contigo...
Paula estaba completamente anonadada ante el cambio de actitud de Pedro. Ahora comprendía por qué la había tratado con tanto cariño en la cama. Obviamente, estaba pensando en Fátima.
-¿Por qué no? Algún día me tendré que casar con alguien.
-Sí, pero no creo que quieras hacerlo con cualquiera -contestó Paula.
-Tú eres guapa.
Paula se sintió fatal, le pareció una ignominia que la apreciara solamente por sus encantos físicos, pero no debía olvidar que, obviamente, eso era lo único que le había atraído de ella.
En cualquier caso, si le hubiera dicho la verdad, si hubiera confesado que era virgen, Pedro jamás le habría hecho el amor, así que de nada servía echarle toda la culpa a él porque ella también tenía su parte de responsabilidad en lo ocurrido.
Pedro le estaba pidiendo que se casara con él porque se sentía culpable y ella no estaba dispuesta a ser tan indecente como para aceptar una propuesta tan importante en aquellas condiciones.
-Lo mejor será que nos olvidemos de todo esto -le dijo-. No me debes nada. No te culpo de nada. No hace falta que me propongas que me case contigo.
-Claro que hace falta -insistió Pedro.
-Gracias por la oferta. No quiero parecerte maleducada, pero creo que no es difícil de entender que no me quiero casar con un hombre que no me ama.
-¿Es tu última palabra?
-Sí -contestó Paula-. ¿Me puedo ir?
-Haz lo que quieras -contestó Pedro.
Acto seguido, Paula salió a toda velocidad de su habitación y Pedro se quedó allí, de pie, confuso. Ni por un segundo se le había pasado por la cabeza que Paula fuera a rechazar su propuesta.
Ahora, en lo único en lo que podía pensar era en que jamás volvería a tenerla en su cama.
Paula acababa de salir a la galena cuando se encontró con Zaira.
-¿Dónde te habías metido? Te llevo buscando un buen rato -le dijo su amiga-. Por lo visto, ha desaparecido una joya y nos están haciendo abrir las taquillas a todos.
Paula siguió a Zaira hasta los sótanos, donde tenía las taquillas el personal de limpieza y, mientras la señora Cook, la jefa de personal, las abría una detrás de otra, no podía dejar de pensar en Pedro.
¿Qué habría pasado si hubiera aceptado su propuesta? ¿De verdad se habría casado con ella? No parecía muy propio de un príncipe pedir algo que luego no fuera a estar dispuesto a cumplir. Entonces, ¿se habría convertido en princesa? ¿Habrían sido felices? ¿Se habría olvidado de Fátima y habría terminado enamorándose de ella?
-Paula, ¿podríamos hablar? -le dijo la señora Cook tras el registro.
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