EL clima mejoró durante los siguientes días, y el viernes, cuando el suelo se secó lo suficiente, Paula y Luis fueron en la camioneta a revisar las cabañas de Glen Gallan.
Desde el año anterior, estaban cerradas y ahora había llegado el momento de dejar que les entrara el aire y de hacer los arreglos necesarios para la nueva temporada de caza… si es que tenían la suerte de tener huéspedes. Por la forma en que iban las cosas, eso era poco probable, pero Paula debía estar preparada para todo.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Glen Gallan fue elegido como base de entrenamiento, debido a que era un lugar remoto. El ejercito fue quien construyó el camino que ahora recorrían Paula y Luis; sin embargo, ahora estaba tan deteriorado, que costaría una pequeña fortuna arreglarlo. A pesar de que Luis condujo con cuidado para no caer en los hoyos, cuando llegaron al valle, Paula sentía que se le habían roto todos los huesos del cuerpo.
Salieron del vehículo para estirar las piernas y, como siempre, Paula pensó que era el lugar más hermoso de la tierra. Toda la parte oriental de las Tierras Altas poseía una belleza propia y mágica, pero Glen Gallan era una verdadera joya natural. Era un valle largo y estrecho de hermosos árboles y las laderas estaban cubiertas de flores azules y moradas.
Antes, fue el lugar ideal para esconder el ganado y protegerlo de las otras familias de los alrededores sin embargo, también fue una trampa mortal para los treinta y cuatro miembros de la familia Chaves que fueron masacrados allí por las tropas del gobierno después de la batalla de Culloden. En un extremo del valle había una pila de piedras que conmemoraba el infame día en que los Alfonso, quienes apoyaban al rey Jorge, revelaron al Verdugo Cumberland el escondite de los rebeldes Chaves.
Eso sucedió doscientos cincuenta años antes pero, en una región en donde la gente tenía una buena memoria y un carácter violento, era como si hubiera pasado el día anterior. Por lo menos, eso era lo que Miguel le hizo pensar a Paula.
Regresaron a la camioneta y empezaron a bajar al valle. Al menos esa parte del camino todavía era transitable. El sol brillaba con intensidad y, mientras revisaban la primera caballa, la joven pensó que el valle nunca había estado mejor. Esta es una parte de mi propiedad que a Alfonso le encantaría poseer, se dijo. Cuando la recesión terminara y los ricos turistas pudieran volver a tomar vacaciones, ese lugar sería una mina de oro.
Revisaron las caballas una por una, pero por fortuna el severo invierno no había causado grandes daños. Por fin, Luis accionó el generador de diesel que proporcionaba la energía eléctrica. A los ricos hombres de negocios les gustaba cazar en un lugar salvaje, pero también exigían tener hornos de microondas, colchas eléctricas y televisión vía satélite.
Por fin, regresaron a la camioneta a comer los emparedados que Mirta les preparó. Luis consultó la lista de los arreglos y gruñó:
—Creo que esto quedará listo con dos días de trabajo. Hemos tenido suerte; creí que todas las tormentas que cayeron durante el invierno habían provocado más daños. Tu padre construyó estas cabañas para que duraran toda la vida.
—Sí, él nunca hacía nada a medias —asintió y tomó un sorbo de café—. Ahora, sólo necesitamos a los clientes —lo miró de reojo—. Me imagino que Mirta te contó lo que hablamos la otra noche.
—Sí, me dijo que tenías problemas con Pedro—tomó un bocado y añadió—. Mirta habla poco pero, cuando lo hace, merece la pena escucharla.
—Mirta piensa que yo debería casarme con Pedro. ¿Es esa tu manera indirecta de decirme que estás de acuerdo con ella?
—Yo nunca dije eso.
—Entonces, ¿no compartes su opinión?
—Tampoco dije eso.
Paula no se exasperó con Luis. Si él no quería comprometerse, tenía el derecho de hacerlo. Además, no era un experto en el matrimonio. Su propia esposa lo abandonó muchos años atrás, para tener una vida más fácil en el sur.
—¿Por qué no me preguntas qué opino de Pedro Alfonso? —Luis tomó un sorbo de café.
—Está bien, Luis —admiró su diplomacia y sonrió—. ¿Qué piensas de él? Quiero que me des tu punto de vista de hombre.
—Analizándolo como hombre, pienso que Pedro Alfonso puede ser un enemigo peligroso—declaró, meditabundo.
—Eso fue lo que pensé —asintió, triunfante—. No es más que un despiadado y…
—No pongas palabras en mi boca —la interrumpió—. Yo no dije eso.
—Dijiste que era peligroso —protestó.
—Sí y tú también puedes serlo cuando te enojas. Te he visto apuntar con una escopeta, de una manera que resulta muy amenazadora —hizo una pausa—. Pero no eres despiadada y él tampoco lo es. Ambos saben cuándo deben contenerse. El único hombre que he conocido que puede describirse como despiadado, era tu propio y difunto padre.
—Mirta lo llamó malvado y ahora tú lo describes como despiadado —frunció el entrecejo, turbada—. ¿Acaso hay algo acerca del pasado de mi padre que yo desconozco?
—Era tu padre —se mantuvo impasible—. Tú, mejor que nadie, deberías saber cómo era. Además, estábamos hablando de Pedro—declaró, poniendo punto final a esa discusión.
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