—¿Ni siquiera acerca de que te estás yendo a la ruina y que tal vez tengas que vender tu propiedad? —murmuró.
—No deberías creer tampoco en todos los rumores que oyes —masculló, sintiendo un nudo en el estómago al recordar su predicamento.
—No es un rumor, te estoy hablando de la realidad —y empezó a hablar con la frialdad de un banquero que le dice a un cliente que no puede otorgarle una hipoteca—. No tienes que ser un genio para saberlo. El ochenta por ciento de tus ingresos, proviene de los vacacionistas que van a cazar a tu propiedad. Durante las últimas dos temporadas de caza, las seis cabañas que tu padre construyó en Glen Gallan, han estado vacías. La nueva temporada empieza en tres meses y todavía no has recibido ni una sola reservación.
—Ya vendrán —declaró con más esperanza que certidumbre.
—Aun si eso sucede, tendrías que tener el cupo lleno durante los siguientes cuatro años, para poder recuperar tus pérdidas.
El hecho de que él conociera tan bien la situación, sólo aumentó el resentimiento de Paula. ¿Por qué tenía Pedro que entrometerse en su vida íntima?
—Pues no entiendo por qué eso te preocupa —se tensó.
—Me preocupa si decides vender tu propiedad a un extraño, Paula. No puedo permitir que eso suceda.
—No me digas… —alzó las cejas—. Si tengo que vender el terreno, lo haré a quien me venga en gana. Pero puedes estar seguro de que no será a tí.
—Claro —sacudió la cabeza ante esa terquedad, como si hubiera esperado recibir esa reacción—. Mi dinero es igual que el de los demás, lo que pasa es que no soportas la idea de que un Alfonso sea dueño de tus tierras, ¿verdad?
—Has dado en el clavo —comentó con burla—. Como creo que ya no hay nada que decir al respecto, me voy.
—No tan rápido —la tomó del brazo.
—No pierdas tu tiempo, ni me hagas perder el mío —le aconsejó, sabiendo que no merecía la pena tratar de zafarse—. Mientras yo viva, jamás te apoderarás de la propiedad de los Chaves.
—No estés tan segura de ello —gruñó—. Podría llevarte a la ruina en un mes, si así lo deseara. Si tu propiedad es puesta en manos de los subastadores, ellos tienen el deber de aceptar la mejor oferta. Y me aseguraré de que esa oferta sea la mía.
Lo observó y se dio cuenta de que estaba muy decidido. pedro Alfonso no amenazaba en vano. Tal vez compraría con descuento, algunas de las deudas que Paula tenía; de ese modo, podría exigirle que ella le devolviera el pago cuando él así lo decidiera. ¿Qué pasaría entonces con Mirta, Luis, Joaquín y el resto de sus empleados?, se preguntó con amargura.
—¿No tienes ya suficiente? —lo observó con desdén—. ¿Es la ambición lo que te motiva o acaso sólo intentas vengarte por todas las disputas que ha habido entre nuestras familias?
—No es nada de eso —repuso, enojado—. No me interesa ser dueño de las tierras de los Chaves —la contempló con la frialdad de un cazador y sonrió con sarcasmo—. Sólo hay una cosa que ansío poseer: Tú.
—Si vuelves a manosearme, voy a… —le advirtió, poniéndose a la defensiva de inmediato.
—Te estoy hablando de mi deseo de casarme contigo —la interrumpió con impaciencia.
Paula no supo si debía echarse a reír o golpearlo con algo muy pesado. Aspiró profundamente y lo miró con agresividad.
—¿Puedes soltarme? Se me están durmiendo los dedos.
—No lo haré, hasta que me hayas dado tu respuesta.
—Debes considerar que soy una auténtica estúpida —se exasperó.
—Lo serás si rechazas mi ofrecimiento. Cuando seas mi esposa, ya no tendrás que venderle nada a nadie —la acercó y sus labios casi se tocaron—. Sin embargo, la razón principal, es que tú me deseas tanto como yo. Nos encendemos uno a otro, Paula.
Ella sólo negó con la cabeza, pues sabía que si hablaba, su voz reflejaría la súbita debilidad que la invadió. Pedro deslizó la mano bajo el suéter y le acarició la espalda desnuda.
—¿Quieres que te lo vuelva a demostrar? —inquirió, ronco—. Con gusto me pasaría el resto de la noche comprobándotelo.
Eso era una locura. ¿Por qué latía el corazón de Paula con esa rapidez? Ella sabía la clase de hombre que Pedro era; entonces, ¿por qué no podía controlar el ansia que invadía su cuerpo?
—Habríamos podido casamos hace cinco años —le recordó con amargura—. Pero te atemorizó el hecho de tener que enfrentarte a mi padre. Me abandonaste. Ni siquiera… me escribiste una carta. No me diste ninguna explicación. Nada. ¿Cómo podría yo ser la esposa de un hombre que me trató de esa manera?
—Tuve que irme. Sucedió algo inesperado y no tuve más alternativa que marcharme.
La joven estudió su rostro, buscando una señal, pero se encontró con una máscara de piedra. Pedro había hablado y ahora esperaba que ella aceptara sus palabras y que se mostrara agradecida.
—Lo siento, Pedro. Tu explicación no me basta.
—Pues eso es lo único que te diré por ahora —declaró, firme—. No obstante, si te sirve de consuelo, te aseguro que los últimos cinco años sin ti, han sido desolados, vacíos y no han merecido la pena —de pronto, la soltó, como si se distanciara mentalmente de sus siguientes palabras—. O te casas conmigo o tendré que destruirte y apoderarme de tus tierras Paula. Sólo tienes dos opciones. Así que, mientras tanto, será mejor que regreses a tu casa y que lo pienses detenidamente.
—No tengo que pensarlo —susurró, digna—. Casi me destruiste una vez, mas logré sobrevivir. Y te aseguro que lo haré de nuevo —le dió la espalda y salió de la habitación con rapidez, antes que él pudiera ver las lágrimas de rabia y frustración que empezaban a brotar de sus ojos.
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