miércoles, 30 de diciembre de 2015

El Jeque Y Su Novia Rebelde: Capítulo 17

A continuación, se giró para atender a un cliente y se golpeó con la panza en la mesa. Todavía no se había acostumbrado a su nuevo cuerpo y, a veces, cuando se miraba en algún escaparate por la calle, no se reconocía.

Se había dado cuenta de que estaba embarazada cuando casi estaba de cuatro meses. Había descubierto que las continuas náuseas que sentía no eran el resultado de una gastroenteritis persistente.

Lo cierto era que había llegado a Londres sintiéndose muy mal, teniendo que hacer un gran esfuerzo para no pensar día y noche en Pedro.

Para intentar apartar su mente del príncipe, se había dedicado a trabajar y a estudiar sin descanso, apenas comía y dormía poco y había pasado una eternidad hasta que se había dado cuenta de que no le había llegado el periodo en varios meses.

Entonces, lo achacó al estrés y a la pérdida de peso y tampoco se preocupó demasiado, pero, como no paraba de tener náuseas, decidió ir al médico.

Ni siquiera entonces se le había pasado por la cabeza que pudiera estar embarazada, lo que recordándolo ahora le parecía increíble porque, aunque era virgen, obviamente sabía que mantener relaciones sexuales con un hombre podía desembocar en un embarazo.

En cuanto pensaba en Pedro, las emociones la bloqueaban así que, para protegerse, había decidido no volver a pensar en él ni recordar la pasión que habían compartido aquel día.

Sin embargo, cuando el médico le dijo que podía estar embarazada, Paula no tuvo más remedio que recordar sus momentos de intimidad y entonces se dio cuenta de que Pedro no había tomado precauciones.

En un principio, la idea de convertirse en madre soltera la llenó de vergüenza y de miedo. Luego, se enfureció con Pedro. ¿Por qué demonios no había tenido más cuidado? Obviamente, porque le importaba un bledo cargarla con la responsabilidad de un hijo.

Paula no tenía ni idea de cómo lo iba a hacer cuando naciera el niño, pero lo que era obvio era que no iba a poder trabajar ni dar clases.

Evidentemente, ser madre le iba dificultar mucho la vida.

Había pensado en llamar a Pedro para contarle lo sucedido, pero él la había acusado de ser una ladrona y seguro que pensaba que estaba mintiendo.

Además, no debía olvidar que estaba enamorado de otra mujer y que se arrepentía de haberse acostado con ella. El orgullo que le quedaba había impedido a Paula ponerse en contacto con él.

-¿Qué tal está tu perrito? -le preguntó Sofía.

-Duerme mucho, el veterinario me ha dicho que no es nada en especial, simplemente es muy mayor... -contestó Paula con tristeza.

La idea de perder a Apolo se le hacía insoportable porque era el único vínculo que le quedaba con su madre.

Cuando hubo terminado su turno, salió a la calle. Hacía frío y las farolas alumbraban con su luz amarilla el pavimento húmedo. Bajo una de las luces, había un coche del que se bajó un hombre de pelo negro.

Al principio, Paula  no lo reconoció porque su rostro estaba en sombra, pero cuando se incorporó por completo Paula vió que era Pedro y  no pudo evitar que el corazón se le subiera a la garganta.

-¿Te he asustado?... no era mi intención –la saludó Pedro en tono amable, como si hablaran con regularidad.

-¿Cómo te has enterado de dónde estaba? -exclamó Paula abrochándose el abrigo a toda velocidad para intentar esconder la panza.

-Tengo mis contactos -contestó Pedro-. ¿Estás bien? -añadió mirándola con el ceño fruncido-. Estás muy pálida.

-¿De verdad? Será por esta luz... ¿a qué has venido?

-A verte.

Paula se cruzó de brazos, pero los descruzó a toda velocidad porque aquella postura le marcaba la panza.

-¿Y eso?

-Te dije antes de que te fueras que estuvieras en contacto y no sabía nada de tí. Estaba preocupado. Te llevo a casa.

-No, no hace falta.

-Claro que hace falta. Estás temblando de frío.

Paula se dio cuenta de que era cierto, de que su ligero abrigo no impedía que el frío de la noche entrara en su cuerpo. Tenía frío, estaba cansada, le dolía mucho la espalda y de todo aquello tenía la culpa Shahir.

Entonces, ¿por qué demonios estaba intentando esconder la panza precisamente del hombre que la había metido en todo aquello?

Con un movimiento repentino que tomó a Pedro por sorpresa, Paula se deslizó a su lado y subió a la limusina, donde se sintió muy a gusto porque se estaba muy calentita.

-Podríamos cenar en mi hotel -propuso Pedro.

-Tengo que ir primero a casa... -contestó Paula dándose cuenta de que prácticamente había aceptado su invitación.

Era desconcertante, pero lo cierto era que su boca trabajaba más deprisa que su cerebro. Sin comentar nada más, Pedro le pidió su dirección y se la comunicó al chofer.

Mientras lo hacía, Paula lo miraba de reojo, sin perder detalle de lo bien vestido que iba. Desde luego, aquel hombre parecía recién sacado de una revista de moda.

Era increíblemente guapo, el pecado personificado. No era de extrañar que Paula se hubiera enamorado perdidamente de él y se hubiera metido en su cama.

-Tardo diez minutos -dijo al llegar a casa.

Al ver el barrio tan lúgubre en el que vivía, Pedro tuvo que hacer un gran esfuerzo para no ofrecerse a acompañarla. Por supuesto, lo que sí hizo fue dar instrucciones al guardaespaldas que iba en el asiento del copiloto, que a su vez se puso en contacto con el equipo de seguridad que viajaba en el coche de atrás.

Pedro tomó aire lentamente y se dijo que Paula había cambiado mucho físicamente. Seguía siendo increíblemente guapa, pero estaba pálida, tenía ojeras y estaba horriblemente delgada.

Parecía enferma.

Paula  le puso la cena a Squeak dándose cuenta de que no había marcha atrás, decidida a contarle a Pedro que iba a ser padre, y no lo iba a hacer porque le pareciera lo correcto o porque fuera una tontería sentirse humillada por un embarazo del que él era responsable.

No, le iba a decir que estaba embarazada para fastidiarle el día. Sí, era una venganza infantil y rabiosa, pero así era como se sentía.

De repente, se encontró preguntándose con cuántas mujeres habría estado en los últimos siete meses. Seguramente, habría salido con mujeres de su condición social y no con doncellas de la limpieza que solamente servían para practicar sexo.

Aquel pensamiento no hizo ningún bien a su ya de por sí vapuleada autoestima.

Paula estaba convencida de que, mientras ella hacía grandes esfuerzos por sobrevivir, Pedro debía de haber estado pasándoselo en grande. Aunque la gente decía que siempre que iba a Strathcraig llevaba una vida muy sencilla y que no hacía más que trabajar y dedicarse a obras de beneficencia.

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