-No... no sé cómo se te ha podido ocurrir algo así -contestó nerviosa-. Me tropecé y me golpeé con una mesa.
Pedro le acarició la mejilla y sintió que la furia se apoderaba de él al comprender que la habían golpeado. Se preguntó si podría hacer algo para ayudarla porque era obvio que aquella chica tenía una vida familiar problemática.
-Paula, no me mientas -le pidió en tono amable.
Al sentir los dedos de Pedro sobre la piel con tanta suavidad, Paula se había quedado atónita porque hasta aquel momento no sabía que un hombre pudiera ser tan agradable.
-No te miento -murmuró.
-Te han pegado y no debes aceptarlo. Nadie tiene derecho a pegar a otra persona, ni siquiera un padre. Debo saber la verdad -insistió Pedro-. Si no confías en mí, no te voy a poder ayudar.
-¡No podrías ayudar de todas maneras! -protestó Paula en un arrebato y sintiendo que las lágrimas resbalaban por sus mejillas.
-Te equivocas -contestó Pedro haciendo un gran esfuerzo para no tomarla entre sus brazos y consolarla-. No me parece bien que tratemos un tema tan delicado aquí en la galería, donde podría vernos cualquiera -añadió guiándola al fondo de la galería, donde había una puerta de caoba que llevaba al ala del castillo de uso personal del príncipe-. Ahora que estamos solos, quiero que te tranquilices y que me cuentes exactamente lo que sucedió ayer -le indicó haciéndola sentarse.
-No te lo puedo contar... -sollozó Paula.
Pedro la agarró de la mano.
-Ser leal a la familia es muy admirable, pero en tu caso se trata de una cuestión de seguridad personal, de tu seguridad, que es lo más importante en estos momentos. Lo que sucedió ayer podría volver a repetirse y las lesiones podrían ser mucho peores.
-Fue culpa mía... -dijo Paula sintiéndose culpable.
-¿Por qué dices eso?
-Si te hubiera permitido que hablaras con Bruno Judd, nada de esto habría ocurrido, pero me enfadé contigo creyendo que te estabas metiendo en mis asuntos -contestó Kirsten con lágrimas en los ojos.
-Ya, ya... -murmuró Pedro sentándose en el brazo del sofá y tomando a Paula de la otra mano-. Cuéntame exactamente qué tiene que ver el fotógrafo en todo esto.
-A ese estúpido no se le ocurrió otra cosa que presentarse en mi casa para hablar con mi padre -le explicó Paula.
-¿Judd fue a tu casa? -preguntó Pedro con el ceño fruncido.
-Sí, fue y le enseñó a mi padre fotografías de mujeres, según él, «medio desnudas». No te puedes ni imaginar cómo me lo encontré al llegar a casa. Estaba furioso...
-Muy bien, no hace falta que sigas -la interrumpió Pedro colocándole un dedo sobre los labios-. No volverá a hacerte daño. No voy a permitírselo.
-Pero tú no puedes hacer nada por evitarlo -murmuró Paula con la respiración entrecortada.
-Te doy mi palabra de honor de que voy a protegerte -le juró Pedro con determinación, pensando que la mejor manera de protegerla sería alejarla de Strathcraig.
Sin embargo, ¿sobreviviría Paula al hecho de perder todo lo que tenía allí? ¿Y qué tenía? ¿Pobreza y tristeza? A Pedro se le pasó por la cabeza que no sería ninguna tontería mantener una relación con ella porque, por lo menos, le daría cierta felicidad.
De repente, Paula se dió cuenta del silencio que los había envuelto a ambos y de lo cerca que estaban el uno del otro.
-No debería estar aquí contigo -murmuró sintiéndose culpable.
-Estás aquí conmigo porque quieres estar conmigo -contestó Pedro mirándola a los ojos.
Sí, era cierto, quería estar con él. Si hasta él se había dado cuenta, ¿de qué valía negarlo? Paula no tenía fuerzas para protestar y se preguntó por qué no dejarse llevar por una vez y hacer lo que de verdad quería.
La intensidad de la mirada de Pedro la hizo sentir pinchazos calientes de anticipación por todo el cuerpo.
La tensión era insoportable.
Paula sentía el latido de su corazón acelerado en los oídos, la habitación le daba vueltas y el oxígeno no le llegaba a los pulmones.
En un movimiento casi infinitesimal, se acercó a él.
Pedro no pudo controlarse.
-Te deseo.
-¿De verdad? -murmuró Paula.
Pedro se inclinó sobre ella y se apoderó de su boca. Al sentir su lengua en el paladar, Paula ahogó una exclamación y se estremeció, ladeando la cabeza para permitirle mejor acceso.
Los labios de Pedro eran cálidos, expertos e increíblemente sensuales y con cada beso hacían que Paula quisiera cada vez más.
-Tú me deseas tanto como yo te deseo a tí -aulló Pedro volviéndola a besar con urgencia.
A continuación, la tomó entre sus brazos y la sentó en su regazo, le bajó la cremallera de la sudadera y la deslizó por sus hombros.
-Oh... -exclamó Paula al sentir la mano de Pedro sobre uno de sus pechos.
-Oh... -se burló él con sensualidad.
Paula no se podía creer lo que estaba sucediendo, pero estaba dispuesta a seguir la insistente demanda de su cuerpo. Cuando sintió los labios de Pedro en la erótica zona del cuello, justo debajo de la oreja, no pudo evitar agarrarse a las mangas de su camisa con fuerza, pues jamás había sentido nada parecido.
-Nunca me ha gustado estar incómodo -declaró Pedro con voz ronca. A continuación, la tomó en brazos como si fuera una muñeca que no pesara nada-. La verdad es que me suele gustar hacer el amor en la cama.
¿Cama?
Paula se tensó, pues no se le había pasado por la cabeza que aquellos besos fueran a desembocar en nada más, pero Pedro eligió aquel preciso instante para volver a besarla y Paula sintió que se derretía como un helado y no pudo reaccionar hasta que se vio en su dormitorio , entre las piernas de Pedro, que se había sentado en el borde de la cama y le había soltado el pelo.
-Te deseo desde la primera vez que te ví -confesó Pedro acariciándole el pelo, que caía ahora sobre los hombros de Paula-. Y cada vez que te veo te deseo más y más... Paula sentía que las piernas le temblaban.
-¿De verdad?
-Parece mentira que no te des cuenta, eres increíblemente guapa.
-Hoy no es que esté muy bien... -contestó Paula tocándose la mejilla amoratada.
Pedro le acarició la mano y la miró a los ojos con intensidad.
-Hoy estás más guapa que nunca.
Paula, hipnotizada por completo por su mirada, se echó hacia delante y se apoderó de con pasión de la boca de Pedro.
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