—Está bien, maldita sea —confesó, tratando de no perder la poca dignidad que le quedaba—. Dejé que Pedro Alfonso me hiciera el amor ese día, en Para Mhor. Me pidió que me casara con él y acepté. Según él, vendría al día siguiente a hablar con mi padre, pero no lo hizo. No volví a verlo sino hasta el día en que lo enterraron.
—Dijiste que tu padre estaba enterado de ello. ¿Acaso le confesaste todo esto a él? —la observó con fijeza.
—Yo era su hija, ese era mi deber —exclamó—. Claro que le conté todo… Se lo dije esa misma noche, cuando regresó de Inverness.
—¿Y qué fue lo que él te dijo?
—¿Qué crees? —se mordió el labio—. No fue algo que le causó una profunda alegría.
Aun después de tantos años, recordaba la forma en que su padre rompió la copa de whisky cuando ella le dio la noticia.
—Me lo puedo imaginar —asintió Mirta—. Pero tú nunca pensaste en confesarme nada a mí… Ya transcurrió todo este tiempo y es la primera vez que me cuentas lo que pasó. Yo tuve que adivinar la verdad.
—Lo siento, Mirta —se ruborizó, avergonzada—. Cuando Pedro me abandonó, me invadió una gran vergüenza. Dejé que un hombre me usara y, por si eso no fuera suficiente, tuvo que ser un Alfonso… Yo sólo quise olvidarme de lo sucedido, sin embargo, él está de regreso y tú me estás aconsejando que me case con él, como si no hubiera pasado nada.
Mirta suspiró y Paula no supo si era de exasperación o indiferencia. Sólo sabía que la vieja herida estaba abierta y que Alfonso la atormentaría de nuevo.
—Tal vez Pedro debió marcharse debido a una emergencia familiar —sugirió Mirta—. Por lo menos, debes darle el beneficio de la duda… aunque me imagino que eso es demasiado pedirte.
—Así es —repuso, acalorada—. Ni siquiera se tomó la molestia de escribir.
—Entonces, ¿te interesa más vengarte de él que aceptar su propuesta? —suspiró de nuevo.
—Bueno, eso no se me había ocurrido, pero ahora que lo mencionas me parece que es una buena idea.
—Mmm —se puso de pie—. Eso te será muy fácil. Los Chaves siempre fueron muy vengativos. Tu padre era el peor de todos y, si estuviera vivo, te diría que te casaras con Pedro para hacerle la vida tan miserable, que él tuviera que pedirte el divorcio dentro de seis meses. Luego, terminarías por poseer la mitad de todas sus propiedades y le habrías enseñado a no mezclarse con los Chaves, ¿verdad? Sí, eso le daría a tu malvado padre un motivo de risa…
—¿Qué insinúas con eso de “malvado?” —inquirió, molesta por el comentario.
—Nada. No hablaré mal de un muerto —bajó la vista—. Bueno, si ya terminaste tu té, vete que quiero irme a acostar.
El comentario del ama de llaves preocupé a Paula esa noche. Miguel no fue un hombre “malvado”. Nunca hizo nada a espaldas de nadie. Tuvo la reputación de actuar con rapidez y violencia ante cualquiera que tuviera la audacia de retarlo, y esa reputación fue lo que terminó por asustar a Pedro Alfonso. A pesar de sus promesas del día anterior, debió temer una confrontación con Miguel y por eso huyó, con el rabo entre las patas.
Paula recordaba aún la expresión de desprecio de su padre, cuando ella le avisó que Pedro se había escabullido en vez de hablar con él. Y Miguel también despreció a su hija por haberse mezclado con un tipo como él.
—¿Y ese es el gusano con el que pensabas casarte? —inquirió con burla—. ¿No te he dicho suficientes veces ya que todos ellos son unos traidores? ¿Acaso ya olvidaste lo sucedido en Glen Gallan, las mujeres y los niños que fueron masacrados por los soldados ingleses, mientras los Alfonso lo presenciaban todo, vitoreándolos? ¿Nunca pensaste en la vergüenza que trajiste a esta familia, al permitir que semejante sanguijuela te violara?
Miguel nunca más volvió a hacer referencia al asunto, pero Paula pudo darse cuenta de cuán afectado quedó por el hecho de que ella, pasara por alto el orgullo y el honor de los Chaves. A pesar de que la joven intentó compensar su falta, su padre se tomó más reservado y retraído con el paso del tiempo y dejó de tratarla con la misma confianza que antes.
Sin embargo, lo que más le angustió a Paula, fue el deterioro físico de Miguel. Este siempre fue un hombre robusto y, después de ese episodio con Pedro, Miguel perdió su habitual energía. Preocupada, Paula le suplicó que fuera al médico, mas su padre siempre se negó.
Y una noche, se encerró en la biblioteca. A la mañana siguiente, Luis tuvo que derribar la puerta y todos descubrieron a Miguel, sentado en su silla favorita, muerto.
El doctor Monroe dictaminó que fue un infarto, pero Paula sabía que su padre no habría muerto, si ella no le hubiera roto el corazón con ese disgusto. Siempre se sintió culpable por ello.
Quizá Mirta tenga razón, se dijo ahora, acostada en la cama. Si Pedro Alfonso provocó que ella le rompiera el corazón a su padre, lo justo era que se vengara y rompiera el suyo, casándose con él y convirtiendo su vida en un infierno. No obstante, la chica se preguntó si tendría la fuerza suficiente para llevar a cabo sus planes.
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