miércoles, 30 de diciembre de 2015

El Jeque Y Su Novia Rebelde: Capítulo 18

Sin embargo, ella estaba convencida de que escondía algo más porque tenía casas por todo el mundo en las que podía hacer lo que le diera la gana sin que nadie lo supiera y a ella le había propuesto ser su amante, ¿no?

No había tardado mucho en llevársela a la cama, lo que significaba obviamente que tenía experiencia. Cualquier hombre que tuviera amantes era un coleccionista de mujeres. A lo mejor, Pedro era un donjuán discreto, pero un donjuán al fin y al cabo.

¡Ahora que había recuperado el odio que sentía por él había llegado el momento de que Pedro se enterara de todo, de que supiera lo que pensaba de él!

Apolo  tenía artritis, así que Paula  tuvo que llevarlo en brazos hasta la limusina, donde el perro se acomodó en un rincón y se quedó dormido.

Paula  se sentó frente a Pedro y cerró los ojos brevemente, repasando mentalmente lo que le iba a decir. Sin embargo, estaba tan cansada, que no pudo evitar quedarse ella también dormida.

La despertó un sonido al que no estaba acostumbrada: Apolo gruñendo.

-Desde luego, es un buen perro de defensa -comentó Pedro-. Estaba intentando despertarte y no le ha hecho ninguna gracia. Ya hemos llegado a mi hotel -añadió.

-Vaya, me he quedado dormida -dijo Paula pasándose los dedos por el pelo-. ¿Dónde estamos?

-En el estacionamiento del hotel. ¿Te crees que te iba a secuestrar o algo así?

-No digas tonterías -rió Paula saliendo del coche y dirigiéndose al ascensor.

Mientras caminaban, Apolo se le cruzó en el camino y Paula se tropezó con la correa, lo que la hizo tropezar. Menos mal que Pedro estaba cerca para agarrarla.

-Ten cuidado...

Sin darse cuenta de lo cerca que estaban, Paula se dió la vuelta nerviosa hacia Pedro con la mala fortuna de que su panza se metió por medio y golpeó a Pedro en la cadera. Al darse cuenta, Paula bajó la mirada e intentó cerrarse el abrigo, que se había abierto ligeramente.

Pedro siguió la dirección de su mirada y de pronto lo comprendió todo, su aspecto enfermizo, sus andares torpes y lentos. Sin pensarlo dos veces, desabrochó los dos botones del abrigo de Paula y separó la tela.

-Vas a tener un hijo -exclamó asombrado-. Y pronto. ¿De quién es?

Paula  se metió las manos en los bolsillos y volvió a cerrarse el abrigo, consciente de que se había puesto roja como la grana.

-¿Tú de quién crees que es? -le espetó.

-Entonces, no te quedan más que unas pocas semanas...

-Ya veo que sabes contar -comentó Paula con acidez.

Pedro  no sabía qué decir.

Si sus cálculos eran correctos, en menos de dos meses iba a ser padre. Estaba completamente conmocionado. Así que el hijo que iba a tener Paula era suyo... Por eso estaba tan cansada.

Pedro apenas sabía nada de embarazos ni de mujeres embarazadas, pero lo poco que sabía, que su madre había muerto al darle a él a luz, hizo que un escalofrío de terror le recorriera la espalda.

Una persona de servicio les había abierto la puerta principal de la vivienda y estaban en el salón.

-Quiero que sepas que te odio por haberme puesto en esta situación -le dijo Paula  con vehemencia-. ¡Te odio!

Pedro  pensó que era normal que estuviera enfadada. Obviamente, no debía de haberlo pasado muy bien los últimos meses y era evidente que estaba cansada, pero ahora que él había llegado para hacerse cargo de ella todo iba a cambiar.

La situación iba a mejorar para ella.

Pedro sintió unos tremendos deseos de tomarla entre sus brazos y de correr con ella hacia el aeropuerto, pero era consciente de que no podía llevarla a su país y cuidarla hasta que no fuera su esposa.

-¿Me has oído? -gritó Paula.

-Sí. Soy consciente de que no hemos tenido una relación convencional...

-No hemos tenido ninguna relación, ni convencional ni no convencional... ¡Simplemente te acostaste conmigo!

-No creo que recordar el pasado desde un punto de vista emocional sirva de nada. Estás embarazada, vas a tener un hijo mío y eso es lo único que importa ahora mismo. Lo que tenemos que hacer es casarnos cuanto antes -declaró Paula  muy seguro de sí mismo-. ¿Por qué? Porque nuestro hijo o hija será el heredero o heredera del trono de Dhemen, pero solamente si nace dentro del matrimonio y es declarado legítimo o legítima.

Paula  se quedó mirándolo furiosa.

-No has dicho nada sobre lo que yo te he dicho.

-No pienso comentar lo que has dicho porque tengo muy claro que lo único que importa ahora mismo es el hijo que vas a tener.

-¿Sigues queriendo casarte conmigo? -le preguntó Paula estupefacta.

No se podía creer que la vida le volviera a poner delante a Pedro, que de nuevo tuviera la oportunidad de casarse con él. El orgullo y un fuerte sentido de la justicia le habían hecho negarse aquella posibilidad siete meses antes porque entonces no necesitaba una alianza para compensar la pérdida de su virginidad y, aunque ya estaba enamorada de él entonces, no había querido aceptar aquellas condiciones tan humillantes.

-Por supuesto -contestó Pedro.

-¿Y no habría sido más sencillo tomar precauciones y evitar que esto ocurriera?

-Sí, pero no ha sucedido así -contestó Pedro apretando la mandíbula-. Te aseguro que jamás antes me había pasado nada parecido.

-¿Y no se te ha pasado por la cabeza en este tiempo que me podía haber quedado embarazada?

Pedro  se sonrojó levemente.

-Para cuando se me pasó por la cabeza que no habíamos usado métodos anticonceptivos, ya era demasiado tarde y confieso que después ni me lo he planteado. Aunque te pedí que siguieras en contacto conmigo, al no hacerlo, nunca se me pasó por la cabeza que te hubieras quedado embarazada.

-¿Y ahora que lo sabes cómo te sientes? ¿Furioso? ¿Nervioso? -le preguntó Paula ansiosa por tener una respuesta.

-Creo que éste es nuestro destino y que debemos aceptarlo con alegría -contestó Pedro.

Paula no se podía creer lo que estaba oyendo. Estaba segura de que Pedro tenía que haberse sentido frustrado y confuso aunque no estuviera dispuesto a admitirlo.

-¿Qué es eso que has comentado antes de que el niño o la niña heredará el trono de no sé qué país?

-Yo soy el príncipe heredero de mi país. Mi padre, Horacio, es el actual rey de Dhemen -le explicó Pedro-. ¿Acaso no lo sabías?.

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