sábado, 26 de diciembre de 2015

El Jeque Y Su Novia Rebelde: Capítulo 9

De repente, al palpar con las manos sobre la alfombra, tocó algo que resultó ser el broche.

-¡Lo encontré! -exclamó incorporándose-. Vaya, perdón -añadió al ver que Pedro la miraba desde el salón de la suite de lady Pamela.

-¿De verdad lo has encontrado? -exclamó Pamela encantada-. ¡No me lo puedo creer! ¿Dónde estaba?

-En el suelo, junto a la cómoda -contestó Paula.

-Es increíble, no sé cómo no lo he visto porque he estado buscando por todas partes.

-Suele ocurrir. Enhorabuena, Paula-intervino Pedro.

Paula se quedó mirándolo fijamente. Cuando sus ojos se encontraron, sintió que los músculos del vientre se le contraían y que el aire no le llegaba a los pulmones.

-Sí, muchas gracias -dijo Pamela sonriendo encantada-. ¿Te importaría que habláramos un momento a solas, Paula?

Sorprendida, Paula la siguió al pasillo.

-Tenía que sacarte de ahí cuanto antes –le dijo una vez a solas ante la confusión de Paula-. ¿No te has dado cuenta? Ha sido vergonzoso, te has quedado mirando al príncipe Pedro. Has quedado completamente ridículo ante él. ¿No te han dicho nunca que no debes quedarte mirando a un hombre como una estúpida colegiala?

Sorprendida por el inesperado ataque, Paula bajó la mirada apesadumbrada. Sin embargo, algo en ella la hizo rebelarse pues ¿acaso no se había quedado él mirándola también? ¿Y cómo no iba a quedarse mirando encantada al único hombre que la había besado en su vida?

-Ya me dí cuenta el día que te llevamos a tu casa que estás loca por él, pero procura disimular porque no creo que te apetezca que la gente se ría de tí -añadió Pamela con un desprecio que no era propio de ella.

-Yo no tengo en absoluto la sensación de haber hecho el ridículo -se defendió Puala levantando el mentón.

Ante aquellas palabras, la dura mirada de Pamela se dulcificó.

-Perdón si te lo he dicho de manera demasiado directa, pero me parecía que alguien tenía que advertirte por tu propio bien. Mira, ¿por qué no te vas hoy pronto a casa?

Paula decidió no hacerlo porque un par de compañeras ya se habían quejado de su nueva flexibilidad de horarios y no quería tener problemas, así que bajó al sótano y decidió terminar su turno de limpieza.



Mientras trabajaba, recordó que Pamela le había dado una primera impresión favorable y se dijo que, tal vez, había sido ingenua al juzgarla porque parecía obvio que los rumores eran ciertos, que la aristócrata estaba interesada en el príncipe.

Cuando se disponía a irse casa, uno de los ayudantes personales de Pedro fue a buscarla para indicarle que el príncipe quería verla.

Paula  lo siguió hasta una sala de recepción donde la estaba esperando Pedro y se dio cuenta de que, por una parte, se moría por verlo y, por otra, hubiera preferido irse a su casa.

Le latía el corazón aceleradamente y no pudo evitar pasear su mirada por el maravilloso rostro y espectacular cuerpo del príncipe.

En esos momentos, Pedro se imaginó a aquella belleza de piel de porcelana tumbada en su cama con la melena desparramada sobre la almohada.

Aunque intentó borrar de su mente las eróticas imágenes, su anatomía reaccionó de forma violenta.

Pedro se apresuró a recordarse que aquel encuentro no iba a tener lugar por interés personal, sino por el bien de Paula.

-Supongo que te estarás preguntando por qué quería verte -comentó.

-Así es -admitió Paula sintiendo una bola de fuego en el bajo vientre.

De nuevo, Paula la había mandado llamar. De nuevo, había querido verla. Aquello la hizo sentir como si estuviera flotando.

-He visto a Bruno Judd hablando contigo y me han informado de que no es la primera vez que esto sucede. Estoy preocupado.

Aquella explicación tomó a Paula completamente por sorpresa y la hizo bajar de su nube rosa y sonrojarse por haber sido tan ingenua de creer que el príncipe había querido verla por motivos personales.

-Bueno, por lo visto, quiere hacerme una sesión fotográfica porque cree que tengo lo que se necesita para convertirme en modelo —le explicó nerviosa.

-Haré todo lo que esté en mi mano para que no te vuelva a molestar -le informó Pedro.

¿Con qué derecho asumía aquel hombre que no estaba interesada en la propuesta del fotógrafo? En casa, estaba obligada a aceptar la tiranía de su padre, pero no estaba dispuesta a consentir que ningún otro hombre tomara decisiones por ella ni le dijera lo que debía o no hacer.

-El señor Judd no me está molestando en absoluto -se defendió- Y, en cualquier caso, si así fuera, yo misma le diría que no estoy interesada en su propuesta.

-Como de hecho debe ser -insistió Pedro muy seguro de sí mismo-. No tienes mundo suficiente como para sobrevivir en la pasarela. El mundo de la moda es despiadado, y te aseguro que Judd no tiene escrúpulos y no dudaría en dejarte en la estacada en cuanto a él le conviniera.

-¡Sé cuidar de mí misma! -exclamó Paula indignada.

-No me levantes la voz -contestó Pedro-. No seas impertinente.

Paula bajó la cabeza apesadumbrada, sintiéndose como una niña regañada y castigada al rincón. En su interior, se mezclaban la vergüenza y el resentimiento. Estaba enfadada con el mundo en general y el no poder decirlo en voz alta y con libertad la enfadaba todavía más.

-Yo lo único que quiero es protegerte para que no te exploten -murmuró Pedro.

-A lo mejor, tengo más mundo de lo que parece -dijo Paula dolida-. ¡A lo mejor me quiero arriesgar a convertirme en modelo!

Al ver cómo la miraba Pedro, Paula se quedó sin aliento. Era obvio que la deseaba y aquello hacía que ella reaccionara de la misma manera.

-Por supuesto, esa decisión es tuya y sólo tuya -contestó Pedro abriéndole la puerta para que se fuera.

Paula nunca se había sentido tan rechazada, pero consiguió salir con la cabeza bien alta. Cuando llegó a su taquilla y vio que alguien había dejado allí un ejemplar nuevo de la misma publicación que estaba leyendo la tarde en la que había conocido Pedro, comprendió que había sido él y que realmente estaba preocupado por ella.



Aquello la tranquilizó y de mucho mejor humor llegó a casa, donde desgraciadamente la estaba esperando su padre muy enfadado.

-Ha estado aquí el señor Judd -le dijo en cuanto Paula entró en la cocina.

Paula  tragó saliva.

-Por tu culpa, ese hombre ha venido a llenar mi casa de basura y a enseñarme fotografías de mujeres medio desnudas. ¿Cómo te has atrevido a decirle dónde vivías y a pedirle que viniera a convencer a tu padre para que te dejara ir a Londres con él?

-Yo no he hecho nada de eso -se defendió Paula sinceramente.

-Estás mintiendo y no pienso consentirlo -se enfureció Miguel Chaves levantando un puño y golpeando a su hija.

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