martes, 15 de diciembre de 2015

La Traición: Capítulo 34

—¿Paula…? —la volvió a abrazar, atónito, arrepentido—. ¿De verdad yo te asusto?

—Sí, sólo un poco —admitió—. Sin embargo, creo que yo me asusto más. Nunca debí aceptar quedarme en Edimburgo pero… no tuve la fuerza de voluntad suficiente como para negarme. No sé cómo ha sido tu vida amorosa durante los últimos cinco años, pero no he dejado que ningún hombre me utilice como tú lo hiciste —se mordió el labio, avergonzada por tener que hacer esas confesiones y revelar esos secretos—. Yo… te he odiado… —sollozó—… durante todos esos años y sin embargo…

—¿Y sin embargo, qué? —musitó con suavidad.

—No importa —tragó saliva—. Creo que tengo una personalidad múltiple y que estoy loca.

Pedro la abrazó con calidez y luego sacó las llaves de la camioneta de su bolsillo.

—¿Quieres irte todavía? —susurró—. ¿O prefieres que nos demos otra oportunidad?

Paula tomó las llaves y las metió en su bolso.

—Y, acerca de la película… —calló al verlo sacar los boletos de su bolsillo y romperlos.

—Creo que no iremos al cine.

Paula despertó al oír el ligero ruido del tráfico matutino. A su lado, Pedro se movió un poco, a pesar de que estaba profundamente dormido. Somnolienta y satisfecha, lo rodeó con un brazo y se acurrucó contra su cálido cuerpo. Con un dedo le acaricié la piel sedosa del pecho, los duros músculos del estómago y luego se detuvo. No sería justo despertarlo tan temprano. El pobre debía estar agotado después de lo que pasó la noche anterior y merecía descansar; además, todavía era temprano. Más tarde, dentro de tres o cuatro horas…

Paula podía esperar. Le besó el hombro, emocionada.

Pedro era el único amante que ella había tenido, de modo que la chica no tenía un parámetro de comparación. Sin embargo, le parecía inconcebible que otro hombre pudiera superar a Pedro. La noche anterior, en cuanto llegaron al hotel, su ansia mutua por satisfacerse fue tan sólo contenida por el dominio de sí mismo de Pedro. Su encuentro no fue una expresión de pasión desenfrenada; Pedro lo hizo todo con calma, creando una tensión dulce y casi insoportable, provocándole un intenso placer, con sus besos y caricias, hasta llegar al maravilloso clímax de su unión.

Después, se quedaron largo rato abrazados, saciados, conformándose con disfrutar de los increíbles sentimientos de la intimidad compartida.

Más tarde, Paula fue a ducharse y, en esa ocasión sí invitó a Pedro a que la acompañara. Se bañaron y jugaron como un par de chiquillos, se secaron uno a otro yluego él la llevó en brazos a la cama. Paula se acostó, lista para aceptarlo una vez más y Pedro  apagó la luz y abrió las cortinas. La luz de la luna iluminó las curvas de la chica, quien cerró los ojos, embriagada por el placer, cuando Pedro repitió las lentas y sensuales caricias preliminares que precedían a la total posesión.

A las nueve de la mañana, Paula despertó por segunda vez, pero ahora fue Pedro que se acercó y murmuró, somnoliento:

—Deberíamos ir a desayunar. ¿Tienes hambre?

—Sí, mucha, mucha, mucha hambre —le acarició el costado antes de deslizar la mano bajo las sábanas, iniciando una exploración íntima que la hizo abrir mucho los ojos y sonreír con malicia—. Y no soy la única que posee un apetito feroz, ¿verdad?

Pedro profirió un gemido y un suspiro de placer y volvió a acostarse para abrazarla.

Finalmente, tardaron tanto que ya no pudieron bajar a desayunar, de modo que se conformaron con pedir café al servicio de cuartos.

—Hoy, te daré otro paseo por la ciudad —ofreció Pedro—, a menos que prefieras hacer otra cosa. Podríamos ir a Glasgow, si quieres recordar tus épocas de estudiante.

—De hecho, yo planeaba regresar a casa hoy —al verlo apretar la boca, añadió—, pero supongo que eso puede esperar otro día más, ¿verdad?

—Sí, creo que sí —la miró con severidad—. En Kinvaig nadie nos necesita con urgencia —sonrió, burlón—. Después de todo, una noche no basta para compensar cinco años de separación; además, ahora me gustaría hablar de nuestro futuro, Paula —le sirvió más café.

—¿Nuestro… futuro?

—Sí. El resto de nuestras vidas. Quiero casarme contigo y te prometo que esta vez no te defraudaré.

—Yo… temí que esto sucediera —bajó la vista—. ¿No podemos hablar del asunto en otra ocasión? Todo ha sido maravilloso, no lo arruinemos discutiendo, Pedro—suplicó, desesperada. Ambos habían compartido una experiencia que ella siempre atoraría, pero que ahora estaba en peligro de quedar destruida.

—¿Significa eso que no quieres ser mi esposa? —inquirió, directo.

—Lo que pasa es que no puedo casarme contigo —susurró con dolor.

—Bueno, sé que no hay otro hombre en tu vida —declaró con dureza—. Entonces, aún no me perdonas por lo que sucedió hace cinco años, ¿no es cierto?

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