—Entiendo —Mirta se lavó las manos en el fregadero—. Prefieres callar, aunque sería más sensato que te desahogaras conmigo. Ya me has hecho confidencias antes. ¿Por qué no ahora también?
—Tú… no comprenderías lo que siento.
—Tal vez no —le rodeó los hombros con afecto—. Pero me doy cuenta d que tu corazón está destrozado. Siéntate y cuéntame lo que pasó. Si Pedro Alfonso tan sólo te usó para luego abandonarte, iré a hablar con él para…
—No, no entiendes, Mirta. Fue… al revés. Lo amo, Mirta, pero le dije que no me casaría con él.
—Eso significa que todavía no lo has perdonado por lo que te hizo hace tantos años, ¿verdad?
—No es sólo eso —tragó saliva—. Si me casara con él, traicionaría a mi padre.
—¡Traicionarías a tu padre! —repitió, estupefacta—. ¿Estás loca, niña? Ya está muerto, olvídate de él.
—¿Olvidarme de él? —la miró, horrorizada—. ¡Cómo puedes decir eso! Yo lo quise mucho; nunca lo olvidaré.
—Sí, claro que lo quisiste —comentó con amargura—. Es una lástima que él nunca te haya querido como tú a él.
—No sabes lo que dices —quedó pasmada al oír esa acusación.
—Miguel Chaves tenía un corazón de piedra —insistió el ama de llaves—. Cuando eras una niña, ni una sola vez te cargó en brazos, nunca te dio un beso o un abrazo, y a tu pobre madre… nunca le perdonó el haberse muerto sin darle el hijo que él ansiaba. Esa clase de hombre era tu adorado padre.
—Recuerda quién eres, Mirta—Paula se puso de pie de un salto y tiró la silla al suelo—. Te estás pasando de la raya cuando te atreves a hablar así de mi padre.
—¿Y por qué no habría de hacerlo? —susurró—. ¿Acaso la verdad te incomoda? Te aseguro que no me agrada hablar mal de los muertos, pero no permitiré que desde su tumba, tu padre destruya la única posibilidad que tienes de ser feliz.
—Vaya, ni yo mismo lo hubiera dicho mejor —susurró una voz desde el umbral.
Ambas se sobresaltaron. Como estaban enfrascadas en la discusión, Paula y Mirta no oyeron llegar el auto de Pedro ni lo oyeron abrir la puerta de la cocina.
—Bueno… me iré para que puedan hablar —Mirta se levantó con torpeza.
—Preferiría que te quedaras, Mirta —Pedro la detuvo—. Necesito de todos los aliados que pueda reunir ahora.
—Como quieras —sonrió la señora—. ¿Quieres un poco de whisky?
—No, gracias, sólo una taza de té.
Paula se repuso de la sorpresa inicial y logró sonreír un poco.
—Creí que te quedarías en Edimburgo durante unos días.
—¿Para buscar a una mujer con quien casarme? —fue irónico—. ¿Acaso preferirías que me hubiera quedado allá? —se volvió y se dirigió a Mirta—. Estabas haciendo un buen trabajo destruyendo la imagen de Miguel. ¿Hay algo más que quieras contarle a Paula acerca de su padre? —comentó con un tono de voz neutral y fue difícil saber si estaba de acuerdo o no con lo que sucedía.
Sin embargo, ya nada le importaba a Mirta, pues repuso:
—Hay muchas cosas que podría contarle. Tal vez esto sea desleal de mi parte, pero ya es hora de que Paula sepa la verdad. Sí… y tengo la sensación de que tú también podrías revelarle muchas cosas, aunque te has contenido sólo para no hacerla sufrir, ¿verdad?
—¿Qué cosas? —Paula los observó a ambos— ¿Cuál es ese gran secreto que todos conocen menos yo?
—Maldición, Paula—suspiró Pedro—. Creí que estaba listo para hacer esto, pero es más difícil de lo que pensé. El precio es demasiado alto…
Paula lo miró sin entender y Mirta le explicó cuál era el, dilema:
—Pedro sabe que quisiste mucho a tu padre, pero la única forma en que puede lograr que te cases con él, es destruyendo ese amor —encaró a Pedro—. ¿No vas a contarle por lo menos lo que pasó esa noche en que Miguel fue a visitarte? Paula sigue creyendo que cambiaste de opinión y que la abandonaste.
—¿Quién te habló de esa noche? —Pedro la miró a los ojos con fijeza.
—Tú —sonrió, satisfecha—. Acabas de confirmar mis sospechas, pues no lo negaste. Sin embargo, yo siempre me imaginé que te había ido a ver, cuando vi a Miguel salir de la casa esa noche.
—¿Qué noche? —inquirió Paula, pasmada e impresionada.
—Fue el día en que tú y Pedro fueron a Para Mhor —recordó Mirta—. Miguel se había ido a la subasta de Invemess y regresó alrededor de las diez de la noche. Tú estabas en la biblioteca. Oí cómo tu padre te gritaba y supuse que le confesaste que habías salido con Pedro. Después de eso, me fui a acostar, pero no logré conciliar el sueño, y a las dos de la madrugada, oí que el motor del auto se encendía. Me levanté y vi que Miguel se alejaba en el coche —hizo una pausa y miró a Pedro—. Regresó dos horas más tarde. Me imagino que ustedes dos tenían mucho de qué hablar.
—Sí —gruñó Pedro—, aunque él fue quien estuvo gritando y vociferando casi todo el tiempo.
—Me lo puedo imaginar. Tenía un carácter terrible —asintió Mirta—. Después, la señora Ross me dijo que te marchaste de la casa a las seis de la mañana…
—Le advertí a la señora Ross que no le dijera a nadie que Miguel me había ido a ver —interrumpió Pedro, molesto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario