—¿Qué está sucediendo aquí? —Paula observó a MacPhall con una acusación en los ojos—. Nunca me mencionó que Alfonso estuviera mezclado en esto. Dijo que mis problemas habían terminado, pero ahora… —vio que la puerta se abría y que Pedro entraba—. Vaya, creí que todavía estabas en los Estados Unidos.
—Llegué a Londres hace tres días y tomé un avión para venir aquí, esta mañana —la observó con diversión—. ¿Por qué tantos gritos?
—¿Por qué no me dijo que Alfonso estaba implicado en todo eso? —Paula enfrentó a MacPhall de nuevo.
—El sólo cumplió mis órdenes —intervino Pedro—. Si tú hubieras sabido que yo estaba relacionado con esto, no habrías venido. Ahora, deja de molestarte y escucha lo que el señor Jacobs tiene que decirte —la hizo callar con una mirada severa y observó—. Como puede ver, señor Jacobs, la señorita Chaves es una persona difícil. Se enoja con facilidad y es demasiado suspicaz. Sólo explíquele el trato y estoy seguro de que terminará por aceptar.
El publicista estaba un poco nervioso por la hostilidad inesperada de Shona y carraspeó antes de hablar:
—El… producto… está destinado a una clientela exclusiva, formada por altos ejecutivos, empresarios y…
—Una imagen vale más que mil palabras, señor Jacobs —interrumpió Pedro—. ¿No es eso lo que los publicistas nos repiten una y otra vez? ¿Por qué no le muestra a la señorita Chaves aquello de lo que estamos hablando?
—Sí, claro —sonrió, sacó una botella de su portafolio y la puso en el escritorio— . Este es el producto del que hablamos, señorita Chaves: Un excelente whisky de malta, destilado por mi cliente, el señor Alfonso. Por favor, mire la etiqueta.
Hastiada, Paula tomó la botella. Una etiqueta dorada decía, “Glen Gallan” y había una foto del valle.
—Está muy bonito —reconoció, al fin—. ¿Esto fue idea tuya, Alfonso?
—Sí —se impacientó con ella—. ¿Te gusta la idea o no? ¿O acaso vas a volver a tardar siglos para tomar una decisión?
—¿Y si no me agrada? —habló con aspereza.
—Entonces, demostrarás una vez más que eres obstinada y tonta —repuso.
—Me imagino que este whisky es fabricado en tu destilería de Glen Hanish — comentó, ignorando el insulto—. ¿Por qué no lo llamas así?
—Glen Gallan tiene un sonido mucho más amable, señorita Chaves—explicó el señor Jacobs—. Y la fotografía del valle está en la etiqueta. Ese será un punto muy importante para la venta del whisky, pues llama la atención de todos. Como lo dice el señor Alfonso, Glen Gallan simboliza toda la belleza salvaje y natural de las Tierras Altas de Escocia.
—Tal vez, pero, ¿no es esto deshonesto? Ese whisky no está elaborado en ese valle y tiene su nombre.
—Si lees la etiqueta con detenimiento y sin tratar de buscar defectos en donde no los hay, verás que allí se aclara que el whisky está destilado en Glen Hanish — sonrió Pedro con ironía—. Como el agua de ambos valles proviene de una misma fuente, es lo mismo. No te preocupes, todas las implicaciones legales ya han sido revisadas y estudiadas. Lo único que falta es que tú nos des tu permiso.
—¿Qué opina señor MacPhall? —inquirió Paula—. Usted sabe lo importante que Glen Gallan siempre ha sido para los Chaves. ¿Acaso debo permitir que un Alfonso robe el nombre, sólo para que él pueda vender más whisky?
Pedro se molestó con el comentario mientras el señor Jacobs guardaba silencio, pensando sin duda que esa sería la última vez que haría un negocio con esos fogosos escoceses.
—No creo que el señor Alfonso quiera robar nada, Paula—sonrió el abogado—. Además, usted saldrá ganando mucho con este proyecto.
—Por supuesto, señorita Chaves —intervino el señor Jacobs con entusiasmo—. Usted recibirá un pago inicial al firmar el contrato, pero los verdaderos beneficios vendrán después. Cada botella de whisky será vendida en una atractiva caja en cuyo costado estará impresa una breve historia de Glen Gallan, además de afirmar que es un lugar ideal para ir de vacaciones y de pesca. El producto será anunciado en los Estados Unidos, en Alemania y en Japón. Eso significará que su propiedad recibirá miles de libras de publicidad y que eso a usted, no le costará ni un centavo.
—Tendrás que construir por lo menos seis cabañas más, para poder hacer frente a la demanda de tus clientes —vaticinó Pedro—. Y, con tanta publicidad, ningún banco se negará a prestarte dinero.
Consciente de que los tres hombres esperaban su decisión, Paula no pudo concentrarse. Parecía que ese era el fin de sus problemas, y sin embargo… ¿acaso el fantasma de su padre la estaba maldiciendo en esos momentos?
—Me gustaría hablar a solas con el señor Alfonso—susurró la chica al fin.
—Por supuesto, Paula. El señor Jacobs y yo iremos a tomar una taza de café a la sala de espera.
—Muy bien, Pedro—lo encaró en cuanto los demás salieron—. ¿En dónde está la trampa?
—¿Acaso tiene que existir una? —inquirió con amargura.
—Conociéndote, apostaría a que así es. ¿Es tu whisky tan bueno como dices? No quiero que mi nombre esté relacionado con alguna bebida de tan mala calidad, que sólo sirva para disolver pintura.
—Tú deberías saberlo. Ya lo probaste —comentó, con sorna—. He estado realizando una investigación de mercado en el hotel del Kinvaig durante los últimos seis meses. Ese fue el whisky que estuviste bebiendo durante la celebración. Si bien recuerdo, lo disfrutaste tanto que casi tuve que sacarte a rastras del bar.
—No tienes que recordarme eso —se sonrojó—. Creo que nunca dejarás que lo olvide.
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