miércoles, 30 de diciembre de 2015

El Jeque Y Su Novia Rebelde: Capítulo 19

Lo cierto era que Paula sabía que Pedro  era príncipe, por supuesto, pero no se había planteado que fuera el hijo de un rey reinante, ella creía que sería un familiar lejano, un príncipe más de tantos. Desde luego, no se le había pasado por la cabeza que fuera el siguiente en la línea de sucesión.

-Vamos a cenar... -le indicó Pedro.

Sólo entonces Paula se dio cuenta de que alguien había abierto una puerta que llevaba a un comedor en el que había preparada una mesa sencilla y elegante para dos comensales.

Después de sentarse a la mesa, Pedro le sirvió agua y Paula se bebió el vaso entero.

-Entonces, Paula, ¿estás dispuesta a olvidar tu hostilidad hacia mí y a convertirte en mi esposa? -insistió Pedro.

-No me puedo creer que te quieras casar con una ladrona -comentó Paula con malicia.

Pedro la miró a los ojos con intensidad.

-La vida está llena de sorpresas -le dijo.

Paula lo miró apenada porque, en secreto, había albergado la esperanza de que Pedro hubiera cambiado de opinión sobre ella.

-Yo no robé aquella joya, no soy una ladrona -le aseguró de nuevo.

Pedro no contestó.

Paula sabía lo que quería decir su silencio y tuvo que hacer un gran esfuerzo para que no se le saltaran las lágrimas de rabia. Le hubiera gustado hablar de aquel asunto con Pedro, pero era consciente de que no tenía energías para hacerlo y de que, además, lo único que le importaba en aquellos momentos al príncipe era el hijo que iban a tener.

Pedro quería casarse con ella para que su hijo fuera legítimo y, para ser sincera, Paula estaba impresionada por el grado de compromiso hacia el bebé que Pedro había demostrado y lo poco que había tardado en hacerse cargo de su futuro.

Por supuesto, ella le importaba muy poco, tal y como demostraba que ni se hubiera inmutado cuando le había dicho que lo odiaba, pero, ¿qué esperaba?

Si Pedro  era capaz de pasar por encima de ciertos sentimientos y de no hacer caso de situaciones desagradables por el bien del niño, ¿acaso no debería hacer ella lo mismo?

Por desgracia, era evidente que a ella le iba a costar mucho más porque estaba completamente enamorada de pedro Alfonso al Assad, un hombre que le había hecho un daño terrible, y le bastaba con levantar la mirada y ver sus maravillosos ojos para darse cuenta de que se estaba arriesgándose a sufrir de nuevo.

Sin embargo, se sentía terriblemente avergonzada porque Pedro fuera capaz de considerar única y exclusivamente el bien del bebé y ella, no.

-¿Te vas a casar conmigo? -insistió Pedro.

-Sí -contestó Paula encogiéndose de hombros, como dando a entender que le daba exactamente igual.

Pedro pensó que Paula se había educado en un ambiente en el que tener hijos fuera del matrimonio estaba muy mal visto y, obviamente, le quería ahorrar a su bebé el sufrimiento de tener que vivir con aquel estigma.

-Te prometo que jamás te daré motivos para que te arrepientas de esta decisión. Voy a preparar inmediatamente la boda -sonrió Pedro alargando el brazo y acariciándole la mano.

Sorprendida, Paula se apresuró a retirarla.

-No hace falta que finjamos -murmuró dejando a un lado el plato de sopa que apenas había probado-. Los dos sabemos que nuestro matrimonio no es de verdad, así que no hace falta que disimulemos cuando estemos solos.

Pedro tuvo que hacer un gran ejercicio de disciplina y autocontrol para no contestar porque, aunque dentro de su familia tenía fama de ser el más diplomático de todos, cuando estaba con Paula se sentía como un elefante en una cacharrería.

Una vez a solas, tendría que meditar detalladamente sobre por qué cuando estaba con ella no era capaz de ser discreto y juicioso.

De momento, prefirió callar.

Parezco una vaca -comentó Paula con aire triste al mirarse en el espejo. Al sentir una punzada en el pubis, hizo una mueca de dolor y se dijo que no era nada.

Zaira  se quedó mirando a su amiga y sacudió la cabeza.

-El vestido es una preciosidad y estás genial -le aseguró.

-Pero si estoy gordísima... -insistió Paula cerrando la maleta.

Era cierto que estaba embarazadísima y que ningún vestido de novia podría haber ocultado su tripa. El que le habían confeccionado era juvenil y bonito, pero no dejaba de ser un vestido premamá y Paula  habría dado cualquier cosa en el mundo por parecer una novia aquella mañana y no una embarazada.


Había transcurrido una semana desde que había aceptado la propuesta de matrimonio de Pedro y durante ese tiempo había dejado el trabajo y le habían dado una tarjeta de crédito, que apenas había utilizado, dos guardaespaldas y una suite en un hotel.

Apolo  se había acostumbrado a la vida lujosa con increíble celeridad y se paseaba por su nuevo entorno con una dignidad y una pomposidad que tenían sorprendida a Paula.

Ella, sin embargo, se sentía como si estuviera interpretado un papel en una obra de teatro.

Pedro había ido a Dhemen para hablar con su familia y obtener autorización de su padre para casarse y, antes de irse, había insistido en que Paula llamara a Zaira para invitarla a la boda.

Desde que se había ido, la había llamado todos los días y se había mostrado educado, considerado e... impersonal.

-¿Sabes lo que estaba diciendo la gente ayer en el castillo cuando me iba? -sonrió Zaira.

Paula  negó con la cabeza.

-¡Que lady Pamela te hizo una encerrona para acusarte de ladrona porque se había dado cuenta de que el príncipe Pedro se había enamorado perdidamente de tí!

Paula  cerró los ojos presa del dolor porque era perfectamente consciente de que, a pesar de que se iba a casar con ella, su futuro marido no la amaba.

-Todo el mundo sabía que la viuda alegre llevaba un par de años intentando echarle el lazo, pero por muchas minifaldas que se ha puesto no ha podido hacer nada -rió la pelirroja-. Lo cierto es que me alegro mucho de que todas sus artimañas no hayan podido con vuestro amor porque... tú estás completamente enamorada del príncipe, ¿verdad?

-Sí -murmuró Paula.

En aquel momento, sonó el teléfono.

No hay comentarios:

Publicar un comentario