martes, 8 de diciembre de 2015

La Traición: Capítulo 23

—Sí —suspiró y la soltó—. Te pareces demasiado a tu padre; nunca esperas un poco para pensar antes de actuar. Te enojas, la sangre te nubla la vista y atacas, sin importarte cuáles puedan ser las consecuencias.

—Creo… que será mejor que me vaya —se puso de pie, temblando.

—Siéntate —gruñó—. Aún no he terminado de hablarte.

Dominada por la fuerza de su personalidad, Paula obedeció sin chistar. Pedro la observó en silencio y la chica se tensó mucho.

—No la mereces, pero voy a darte una última oportunidad —murmuró al fin—. Si la rechazas, entonces eres más tonta de lo que pensé —sus dedos tamborilearon en la mesa, pero la chica guardó silencio, demasiado apabullada como para hablar. Pedro sonrió al ver su nerviosismo y habló con frialdad—. Estoy dispuesto a hacerte un préstamo, sin intereses, durante un período de dieciocho meses. Eso será suficiente para que logres sobrevivir durante las dos siguientes temporadas de caza. Será un préstamo entre tú y yo, y no tendrás que darme ninguna garantía ni fianza. Si no puedes devolverme el préstamo al cabo de un año y medio, estoy dispuesto a olvidarme de ese dinero, pero entonces tendrás que venderme tu propiedad. Las condiciones serán las mismas y tú seguirás a cargo de la administración. Tal vez yo haga unas cuantas mejoras, pero eso será todo. Nuestros abogados podrán redactar un acuerdo, para que lo tengas todo por escrito.

Una vez más, Paula no supo qué pensar. Parecía ser una oferta demasiado generosa como para ser verdad, pero había algo que le resultaba imposible de asimilar; aun si ella seguía administrando las tierras, el nombre de Pedro aparecería en el título de la propiedad que había pertenecido a sus ancestros durante varias generaciones. ¿Soportaría vivir, sabiendo que fue ella quien despojó por necesidad a los Chaves, de lo que siempre les perteneció?

Lo observó con resentimiento. Ese era el hombre que les había provocado tantos disgustos y dolor a su padre y a ella. ¿Acaso ahora tendría que darse por vencida y ceder, sin antes luchar? ¿Acaso tenía otra alternativa?

—No puedo darte mi respuesta ahora —susurró con amargura—. Tengo que pensarlo con detenimiento.

—Hazlo —alzó los hombros—. Habla con tu abogado, pero no tardes mucho… —calló cuando la puerta se abrió con estrépito y un chico de doce años entró corriendo.

—Señorita Chaves… —jadeó el jovencito.

—Cálmate, Kevin —Pedro se puso de pie y le puso una mano en el hombro—. ¿Que ha pasado?

—El radio de banda civil… del jeep… —temblaba de la emoción—. Luis… me dijo que le dijera… que los ladrones están de regreso.

Los ojos de la chica relampaguearon de rabia. Ella se puso de pie de un salto y tiró la silla al suelo, antes de correr hacia la puerta.

Paula  corrió hacia el jeep lo más rápido que pudo, pero Pedro  llegó antes. Se sentó frente al volante y la chica lo miró con enojo e indignación.

—Ese es mi jeep —jadeó—. Bájate ahora mismo o…

—¿Luis? —la ignoró y tomo el radio de banda civil—. Habla Pedro. ¿En dónde están esos tipos?

—En el estanque de Donnie. Están usando explosivos. Se trata de la misma camioneta que estuvo aquí la vez anterior.

—Estoy con Paula. Llegaremos allá lo más pronto que podamos —apagó el receptor y observó a la joven con impaciencia—. No te quedes allí, parada como una tonta. ¡Súbete!

—Esto no te incumbe, Alfonso —se enfureció—. Están robando peces en mi propiedad, no en la tuya.

—No seas tan tonta —no lo podía creer—. Tal vez el estanque Donnie está en tu propiedad, pero no todo el río. Parte de él pasa por mis tierras y los salmones no saben la diferencia, ¿verdad?

—Está bien, pero usa tu propio auto —concedió.

—Está en el taller, pues necesita frenos nuevos —replicó—. Sube al coche o te dejaré allí parada —encendió el motor y lo revolucionó, para hacer énfasis en sus palabras.

La aversión que sentía hacia Pedro, era mucho menor que el odio que experimentaba contra esos ladrones. Luis dijo que estaban usando explosivos, de modo que eso significaba que estaban matando peces en gran cantidad. Un cartucho de dinamita los atontaba y estos simplemente flotaban a la superficie, en donde los ladrones podían recogerlos con toda calma. Con ese método, era posible acabar toda la pesca de un tramo de río, en tan sólo una hora. Esas personas estaban terminando con el medio de vida de la joven. Si no había peces para que los turistas pescaran, ya nadie iría de vacaciones a sus tierras.

—Está bien, espera a que me suba, maldita sea —gruñó cuando lo vio meter la primera velocidad.

Paula  apenas tuvo tiempo de ponerse el cinturón de seguridad antes que el auto avanzara. Pedro atravesó el puente que había en el estuario, tan rápido que el jeep voló unos instantes en el aire. Al dar vuelta en el cruce, los neumáticos chirriaron.

—Eres un loco —le gritó, aterrada—. Nos vas a matar si sigues conduciendo de ese modo.

—Puedes bajar y caminar si así lo deseas —le contestó.

Paula cerró la boca y se cruzó de brazos, furiosa. El camino que llevaba al valle era estrecho, sinuoso y peligroso si era tomado a alta velocidad. Si se les pinchaba un neumático o Pedro cometía un error al cambiar las velocidades, podrían caer por el barranco, hacia el río. Como su vida estaba en manos de ese hombre, Paula decidió que no distraería a Pedro, discutiendo con él.

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