Pedro no había sabido lo que era el amor hasta el día en el que durante una boda interminable había visto a una preciosa chica de pelo color castaño que jugaba con los niños y les hacía trucos de magia.
Fátima se había convertido en toda una mujer mientras él estaba trabajando en el extranjero y se había formado como profesora.
Al principio, ni siquiera la había reconocido, pues la última vez que se habían visto era tan sólo una niña.
Entonces, se había dado cuenta de que quería casarse con ella y en ese mismo instante habían comenzado sus tribulaciones y sus sufrimientos.
Ahora, le sucedía lo mismo.
Aunque no se atrevía a comparar el deseo lujurioso que sentía por Paula Chaves con el sincero amor que lo atraía hacia Fátima, lo cierto era que volvía a verse atrapado por una mujer a la que no podía tener.
Pedro recapacitó y se dijo que, tal vez, aquel mal que lo aquejaba venía dado por demasiado tiempo de abstención sexual y decidió que aquello solamente lo podía curar una mujer abierta y decidida.
Y sabía exactamente a quién recurrir.
Lady Pamela Anstruther, la dueña de la propiedad vecina, una viuda de gustos muy caros, pero que no había quedado demasiado bien económicamente y que nunca había ocultado que estaba interesada en él.
En el descanso de la mañana, Zaira miró a Paula y frunció el ceño.
-¿Te pasa algo? Tienes ojeras, como si no hubieras dormido bien.
-Estoy bien... -murmuró Paula.
Lo cierto era que llevaba varias noches sin poder conciliar el sueño, incapaz de dejar de pensar en el misterioso conductor de la motocicleta y, cuando se metía en la cama y cerraba los ojos, él volvía a protagonizar sus sueños, cuyo contenido Paula jamás se habría atrevido a compartir con nadie.
-¿Algún problema en casa? -insistió Zaira.
-No -contestó Paula-. El otro día me tropecé con un motociclista, el viernes por la tarde... creo que está alojado en el castillo... -añadió mordiéndose el labio inferior.
-Por aquí siempre hay un montón de caras nuevas y da la casualidad de que ha venido un escritor para documentarse sobre la historia del castillo y un pajarito me ha dicho que llegó en moto -contestó Jeanie-. Sin embargo, no creo que sea tu príncipe azul porque es bastante mayor.
-No, el hombre del que yo te hablo no es mayor -le corroboró Paula-. Era joven y parecía de otro país...
-¡Ah... ése! -exclamó Zaira-. Es el albañil polaco que está encargándose del nuevo establo. ¿Es alto, moreno, de piel bronceada y muy guapo?
Paula asintió cuatro veces como una marioneta.
-Lo ví en el pueblo el sábado por la noche. Desde luego, jovencita, tienes buen gusto.
Paula enrojeció de pies a cabeza.
-¿Sabes si está casado? -consiguió preguntar.
-No, no está casado -rió Paula-. Ahora entiendo por qué estás en las nubes. ¿Hablaste con él? ¿Ha sido un flechazo?
-¡Zaira! Yo simplemente estaba dando un paseo, nos encontramos y hablamos durante un minuto. Era sólo curiosidad.
-Ya, sólo curiosidad, claro... -sonrió Zaira-, Con lo guapa que eres, no vas a tener ningún problema en conseguir una cita con él. Otra cosa será que a tu padre le parezca bien.
-No voy a tener ningún problema con mi padre porque no quiero salir con él -le aseguró Paula-. Por favor, no vayas por ahí hablando de esto. Si mi padre se entera, me mata.
-Paula, no te preocupes, nadie de por aquí te haría la faena de irle con un cotilleo así a tu padre. Después de la pelea que tuvo en la iglesia, todo el mundo le tiene miedo.
Paula bajó la cabeza avergonzada.
En aquel momento, la jefa de personal vino a buscarla para preguntarle si podía cubrir el turno de una compañera que se había puesto enferma y Paula accedió encantada, pues eso significaba más dinero y menos horas en casa.
Agradecida, se puso a abrillantar los suelos de aquella parte del castillo que no conocía y de la que normalmente se encargaba su compañera.
Así que era polaco, ¿eh? Un albañil de Polonia. Entonces, lo del acento británico de clase alta debía de haber sido imaginaciones suyas.
En aquel instante, le entraron ganas de saberlo absolutamente todo sobre Polonia, pero, ¿por qué se preocupaba tanto por un hombre al que no iba a volver a ver? Él trabajaba fuera y ella, dentro. El castillo era inmenso y había mucho personal trabajando en él, así que era prácticamente imposible encontrarse por casualidad.
A no ser, claro, que él la buscara. ¿Y por qué lo iba a hacer cuando ella le había gritado? Si fuera como Zaira, sería ella la que iría a buscarlo a él. Menos mal que no se parecía a su amiga. Claro que la idea de no volver a verlo la hacía sentirse vacía y triste.
De repente, la máquina dejó de funcionar y, al girarse, Paula se encontró con un joven vestido de chaqueta y corbata.
-Señorita, por favor, estamos en una reunión muy importante y esa máquina hace un ruido espantoso. .. ¿Le importaría irse a limpiar a otro sitio? -le dijo en tono furioso.
-Ahora mismo -murmuró Paula.
-Que sea la última vez que le hablas así a uno de mis empleados -murmuró otro hombre en tono glacial.
-Lo siento mucho, alteza -se disculpó el primero sonrojándose de pies a cabeza.
Al ver al segundo hombre, Paula se quedó sin aire en los pulmones, pues era el hombre de la moto.
¿El hombre al que había conocido en la colina era el príncipe Pedro? No, no podía ser. Era cierto que le había dicho que aquellas tierras eran suyas, pero Paula había creído que le estaba tomando el pelo.
Rápidamente, recogió el cable de la máquina e intentó salir de allí a toda velocidad, pero estaba nerviosa y le sudaban las palmas de las manos, lo que entorpecía sus movimientos.
-Deje que la ayude con eso...
-¡No! -exclamó Paula horrorizada al girar la cabeza y encontrarse con Pedro muy cerca de ella-. Perdón... -añadió alejándose por el pasillo hacia la primera puerta abierta que vió.
Pedro dudó un segundo, frunció el ceño molesto y sorprendido ante el comportamiento de la joven y fue hacia ella.
-Paula...
-¡Se supone que no debe hablarme! -exclamó Paula con la respiración entrecortada.
-No digas tonterías.
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