-Perdóname por mentirte, pero no pensaba en lo que hacía -se disculpó en voz baja-. Ojala no te hubiera mentido.
A Pedro le produjo una inmensa admiración que Paula fuera una persona que pidiera disculpas tan pronto, pues eso significaba que era una buena persona. Sin embargo, si tal y como él quería, pasaba a formar parte de su vida, necesitaba aprender la lección y tener muy claro que él no toleraba mentiras en su casa.
-Las mentiras minan la confianza -comentó-. ¿Cómo voy a poder confiar ahora en tí?
-Ojala nada de esto hubiera ocurrido... -se lamentó Paula con pesar.
-No somos niños, Paula. Ha ocurrido lo que queríamos que ocurriera.
-¡Esto ha sido lo más estúpido que he hecho en mi vida!
-No ha sido muy inteligente ni por tu parte ni por la mía, pero lo que a simple vista puede parecer un error puede transformarse en algo positivo.
-No sé cómo... -contestó Paula enrollándose la sábana al cuerpo y levantándose de la cama.
Le hubiera gustado poder cerrar los ojos y desaparecer. ¿Por qué demonios no se había ido mientras Pedro estaba en la ducha? Estaba tan avergonzada por lo ocurrido que, mientras recogía su ropa, no se atrevía ni a mirarlo. ¿Cómo se había acostado con un desconocido? Aquel comportamiento no era propio de ella.
La impresionante intensidad de sus emociones y la atracción sexual habían destrozado el respeto que debería haber sentido por sí misma.
A Pedro le había bastado con mirarla y con tocarla para hacerle perder el sentido común y el control. ¿Cómo negar que sentía algo por él? ¿Se habría enamorado? Lo cierto era que no había podido dejar de pensar en él desde que se habían conocido, pero eso no era excusa para lo que acababa de ocurrir.
-Espera... -le dijo Pedro agarrándola.
-Tengo que volver a trabajar.
-No -le dijo Pedro sentándola en una silla-. Escúchame. Ahora somos amantes.
-¡No hace falta que me lo recuerdes! -exclamó Paula apesadumbrada.
-Tampoco hace falta que te pongas así. Lo que ha ocurrido entre nosotros no es para tanto.
-Me pongo como me da la gana -lo interrumpió Paula.
-Piensa que esto podría ser el comienzo de una nueva vida para ti.
-¿De que me estás hablando?
-Obviamente, después de lo ocurrido, no puedes seguir trabajando aquí, pero no quiero que vuelvas a casa con tu padre. A partir de ahora, yo me hago responsable de tí.
-No te entiendo.
-Te estoy proponiendo que te vistas, que subas al coche conmigo y que no mires atrás.
Paula lo miró atónita.
-¿Me estás pidiendo que me vaya contigo?
-Te estoy pidiendo que seas mi amante.
Paula no se podía creer lo que estaba escuchando.
-Pero...
-Escúchame antes de contestar. Tengo una casa en Londres en la que podrías vivir de momento. Cuando hayas encontrado una que te guste, la compraré para ti y me haré cargo de todos tus gastos.
Paula comprendió lo que le estaba ofreciendo y la sorpresa y la furia se apoderaron de ella.
-No me respetas en absoluto, ¿verdad? ¿Es porque soy una doncella de la limpieza o porque me he acostado contigo sin pensármelo dos veces?
Pedro la miró desconcertado.
-El respeto no tiene nada que ver con todo esto...
-¡Ya me he dado cuenta! Me he comportado como una estúpida, pero eso no quiere decir que esté dispuesta a convertirme en una fulana.
-No es eso lo que yo te propongo. Lo que quiero es que pases a formar parte de mi vida.
-¡No te creo! -exclamó Paula con lágrimas en los ojos-. Lo que ocurre es que no crees que sea digna de nada mejor y me reservas para la cama. Muy bien. Me importa un bledo, pero lo que no entiendo es que te hayas rebajado a tocarme si me tienes en tan poca estima.
Cegada por las lágrimas, recogió su ropa, se metió en el baño, se limpió en el bidet y se vistió a toda velocidad.
¿Cómo se había atrevido Pedro a proponerle semejante trato? Aquella oferta había sido horriblemente humillante. Claro que, ¿qué esperaba? ¿Tener una relación de igual a igual con un príncipe cuando sus vidas no tenían nada que ver?
No debería haberse acostado con él.
Le hubiera gustado poder revivir el maravilloso momento de unión que se había producido entre ellos antes de que todo se estropeara, pero era imposible.
Paula tomó aire y, al abrir la puerta, se encontró Pedro paseándose por la habitación con expresión grave en el rostro.
Cuando él se había quedado a solas, su intelecto había vuelto a reaccionar y la fría lógica se había apoderado de su mente. Su existencia perfectamente orquestada y racional se había salido de los raíles y se había estrellado con estrépito.
Pedro era un hombre disciplinado y no estaba acostumbrado a equivocarse, pero debía admitir que se había comportado sin escrúpulos. ¿Acaso enterarse de que Fátima se había casado lo había afectado más de lo que creía?
Por supuesto, la sugerencia de Pamela de que Paula mantenía relaciones con otros hombres le había ido muy bien para creer que era más fácil y para juzgar su deseo por ella más aceptable.
Ahora que podía pensar de nuevo con claridad, se daba cuenta de que nada, absolutamente nada, podía excusar el hecho de que se hubiera acostado con una empleada.
En lugar de ayudar a una joven que estaba pasando por un momento espantoso en su vida, se había aprovechado de ella, había traicionado su confianza y se había comportado muy mal.
Era responsable del daño que le había causado a Paula y ahora se daba cuenta de que proponerle que se convirtiera en su amante había sido todavía peor.
Se sentía avergonzado por su comportamiento y sabía perfectamente lo que tenía que hacer.
-Paula, me gustaría hablar contigo -le dijo al verla aparecer.
Paula no quería ni mirarlo, estaba consiguiendo mantener la compostura a duras penas y no quería ponerse a llorar delante de él.
-No hace falta que digas nada más. Supongo que te aliviará saber que no voy a seguir trabajando en el castillo y que me voy a ir de Strathcraig.
-No, que me digas eso no me alivia en absoluto. ¿Adonde vas a ir? -preguntó Pedro frunciendo el ceño.
-Tengo planes.
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