—No es eso, Pedro—la invadió una gran tristeza—. Te conozco mucho mejor ahora y ya sé la clase de hombre que eres. Debes haber tenido una muy buena razón para no haber ido a hablar con mi padre. Ahora lo entiendo.
—Entonces, ¿qué sucede? —frunció el entrecejo.
—Yo… preferiría no contártelo, Ya te hice sufrir demasiado.
—Es cierto, pero temo que tienes que contarme qué te pasa. Debo saber de qué me culpas ahora.
—Ambos… tenemos la culpa —susurró y trató de no tartamudear—. Yo soy tan responsable como tú… por la muerte de mi padre. Cuando se enteró de que yo quería casarme contigo, eso le rompió el corazón. Nunca fue el mismo desde ese momento hasta el día de su muerte. La idea de que su hija deseara ser la esposa de un Alfonso lo destrozó. Es por eso que no puedo casarme contigo, Pedro. Esa sombra siempre se interpondría entre nosotros y terminaría por hacer fracasar nuestro matrimonio.
Pedro palideció y la miró con fijeza.
—Sí, esa es la maldición de nuestras almas celtas —suspiró—. Siempre tenemos que estar apaciguando a los fantasmas de nuestros ancestros.
—Así… soy yo, Pedro.
—¿De veras piensas que tu padre murió de eso? A mí me dijeron que fue por un infarto.
—No estuviste presente, no lo viste deteriorarse como yo —señaló con amargura.
Pedro se dirigió a la ventana y susurró:
—El fantasma de mi padre también debe ser apaciguado, Paula. Yo no puedo ser el último Alfonso. Necesito un heredero a quien entregarle todo lo que poseo algún día.
—Sí, Pedro—susurró, resignada—. Lo comprendo.
—Entonces, comprende esto que te voy a decir. Si no te quieres casar conmigo, iré a buscar a una mujer que sí lo desee. Lo haré por necesidad, no por amor. Ni siquiera me importará que ella sea fea o bonita.
Paula guardó silencio. La semana anterior, no le habría importado lo que él hiciera pero ahora, después de lo de la pasada noche… Ella debió imaginar que eso sucedería, pero actuó como una tonta y dejó que su deseo los metiera en ese lío.
—Lo siento, Pedro, de veras —susurró, molesta consigo misma por tener que rechazarlo, después de haber aceptado sus caricias.
—Yo también. Y ambos lo lamentaremos mucho más. Eso significa que un día yo tendré que llevar a Kinvaig a una extraña que será mi esposa y la madre de mis hijos. Seré un buen marido para ella y haré todo lo que pueda por darle una vida agradable, pero mi afecto será sólo fingido; tú eres la única mujer a quien siempre amaré de verdad.
Paula ansió que la tierra se la tragara, pues esas palabras fueron como una puñalada en su corazón.
—Tú y yo seguiremos, siendo vecinos —le recordó—, y mi esposa querrá conocerte. No podré hacer nada por impedirlo y si le digo que tú y yo fuimos amantes, siempre se sentirá vulnerable. Esa es la naturaleza humana.
—Entonces, no le cuentes nada —tragó saliva—. Yo sabré guardar el secreto.
—Parece fácil, pero no lo es. Cuando yo me case, ya no podremos estar juntos. Ni tú ni yo toleraremos una aventura clandestina, pero lo que sentimos uno por otro, no desaparecerá, y tal vez mi mujer descubra la verdad. Ya corren rumores sobre nosotros en Kinvaig. Tarde o temprano, ella se enterará de todo. ¿Puedes imaginarme tratando de hacerle el amor, fingiendo que eres tú? Eso no sería justo para ella y sería una situación imposible para ti y para mí. ¿Acaso crees que tenemos que soportar todo eso sólo por un padre que ya está muerto y enterrado?
—Ya sabes la respuesta a tu pregunta —sollozó—. El está muerto pero yo no… no… Maldito seas, Pedro —exclamó—. ¿Por qué no quieres comprenderme? Miguel tenía muchos defectos, pero era mi padre y yo lo quise mucho.
—Sí, ya lo sé —masculló—. Y eso es lo que está causando todos estos líos. Creo que Miguel tuvo que dar muchas explicaciones, cuando por fin se encontró con su creador —añadió, enigmático.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Nada. Olvídalo —se impacientó.
—No lo olvidaré —se puso de pie—. ¿Qué es lo que insinúas? ¿Qué es lo que mi padre tuvo que explicar?
Por un momento, creyó que Pedro le contaría todo, pero él cambió de opinión.
—Por lo menos tuviste razón al decir que Miguel no quería que yo fuera su yerno, y como al parecer se saldrá con la suya, mejor hay que dejar que ese viejo zorro descanse en paz.
¿Viejo zorro? Paula recordó que Mirta dijo que era un malvado y que Luis lo describió como un hombre despiadado. ¿Acaso todos sabían algo acerca de su padre que no querían revelarle? Pero, ella lo conoció mejor que todos… Después de todo, Miguel fue su padre y entre ambos nunca hubo secretos, ¿o sí?
—Mira, Pedro, estás acusando a un hombre al que apenas conociste. Nunca tuviste una relación cercana con él, sólo te estás basando para hacer esos comentarios, en cosas que tal vez tú padre te contó. Creo que te estás mostrando muy injusto con mi progenitor.
Su denuncia lo hizo sonreír con ironía.
—Entonces, ¿por qué no crees que Miguel sea culpable de cometer el mismo error? ¿Qué sabía él sobre mí, además de que yo era el hijo de su peor enemigo? Nada. Yo era un Alfonso y eso era suficiente para él. ¿Acaso consideras que eso es justo para mí?
Paula se dijo que debía haber una respuesta para ese enigma, pero a ella no se le ocurrió ninguna. El silencio se alargó hasta que Pedro se encogió de hombros:
—Creo que ya no merece la pena que nos quedemos aquí.
Sus miradas se encontraron. Paula vio enojo y tristeza en los ojos grises de Dirk y se dio cuenta de que esa sería su última oportunidad.
Ella y Pedro podían seguir adelante, juntos, o separarse. Vaciló, recordó a su padre y… bajó la vista.
—Lo siento, Pedro. Iré a hacer mi equipaje.
Una hora más tarde, Paula ya se dirigía en la camioneta hacia Fife.
Al llegar a Pitlochry, cuando las suaves colinas de Pertshire se encontraban con las enormes montañas Caimgorms, se estacionó en un paradero y apagó el motor. Ya no podía concentrarse para conducir, su mente era un torbellino de pensamientos y dudas y se preguntó si el hecho de no haber aceptado casarse con Pedro había sido un error que lamentaría durante el resto de su vida. El cielo estaba nublado y parecía que se avecinaba una tormenta. Sin embargo, ya era demasiado tarde para dar marcha atrás ahora. Paula se enjugó, con rabia, una lágrima.
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