-Han encontrado esto en tu taquilla -le dijo la señora Cook mostrándole un impresionante diamante.
-Eso es imposible... -contestó Paula mirando la joya, que conocía perfectamente porque la había visto varias veces en la habitación de Pamela Anstruther.
-Hay un testigo que afirma que te ha visto guardar el colgante en tu taquilla durante el descanso de la comida -insistió su jefa.
Sorprendida por la acusación, Paula se lanzó a defender su inocencia y lo que tuvo lugar a continuación fue la peor experiencia de su vida.
Marcela Stevens, una de las ayudantes de la señora Cook, resultó ser la testigo que la había visto guardando la joya y así lo dijo sin mirarla a los ojos.
Al cabo de una hora, le informaron de que tenía suerte de que lady Pamela no la denunciara por robo, le entregaron sus pertenencias y la pusieron, literalmente, en la calle.
Allí la estaba esperando Zaira.
-¡Yo no he sido, Zaira, te lo juro! -exclamó Paula.
-Ya lo sé -la tranquilizó la pelirroja.
-¿Por qué diablos habrá dicho Marcela que me ha visto guardar el diamante en mi taquilla si sabe que no es verdad?
-A lo mejor, porque ha sido ella la que lo ha robado, se ha puesto nerviosa y lo ha escondido en la primera taquilla que ha visto, que ha resultado ser la tuya. Te recuerdo que tiene llave de todo, pero yo sospecho más de lady Esnob.
-¿De lady Pamela? ¿Por qué? ¿Qué gana ella acusándome? -contestó Paula atónita.
-No tengo ni idea, pero no es trigo limpio. ¿Qué vas a hacer?
Paula recordó la tarjeta de visita que Pedro le había entregado cuando se habían conocido y decidió que debía llamarlo.
Seguro que él no permitía que la acusaran de algo que ella no había hecho. Seguro que Pedro no la creía capaz de robar. Si se interesaba por el caso, podría hacer que se investigara en profundidad y, al final, se sabría la verdad.
-Si tu padre se entera de que te han echado por ladrona, se va a poner furioso -comentó Zaira preocupada.
-Es viernes, así que tengo todo el fin de semana para contárselo -murmuró Paula nerviosa.
-Paula, no se lo digas. Vente a mi casa.
-No puedo...
-Si te pasa algo, llámame por teléfono. Ya sabes que te puedes venir a mi casa cuando quieras. A mis padres no les importa.
Tras despedirse de su amiga, Paula pedaleó a toda velocidad y, al llegar a casa, subió de dos en dos los escalones que llevaban a su habitación y, una vez allí, marcó el teléfono móvil de Pedro.
-Necesito verte -le dijo cuando contestó-. Es urgente.
Se produjo un breve silencio antes de que Pedro le dijera que se verían en una hora en el mirador que había a un kilómetro de su casa.
Paula se dijo que todo iba bien, que por su tono de voz Pedro todavía no se había enterado de lo que había sucedido.
Al otro lado del teléfono, Pedro colgó el aparato con expresión austera en el rostro.
Desde el mirador había una vista espectacular del valle de Strathcraig y de las montañas. Rodeado por un espeso bosque, el castillo parecía desde allí un palacio de cuento de hadas. Abajo, en el valle, se veía el lago con forma de lágrima.
El silencio que abrazaba a Paula se vio interrumpido por el ruido del motor de un coche que llegaba
Un par de minutos después, efectivamente, vio llegar la limusina de Pedro.
-Supongo que estarás preguntándote por qué quería verte -le dijo nada más subir.
-Sé perfectamente lo que ha ocurrido esta tarde -la contradijo Pedro mirándola de manera intimidatoria.
Por un momento, Paula tuvo la sensación de que lo que habían compartido aquel día jamás había ocurrido.
-Yo no he robado nada -se defendió.
-Jamás justificaré un robo, pero, en tus circunstancias, entiendo por qué lo has hecho.
-¡Yo no he robado nada! -insistió Paula.
-Paula... yo mismo vi cómo intentabas robar una joya a lady Pamela la primera vez.
-¿Cómo dices? -exclamó Paula estupefacta.
-Te recuerdo que había desaparecido un broche misteriosamente y que no aparecía a pesar de que Pamela lo había buscado una y otra vez. De repente, tú lo encontraste como si tal cosa. Yo creo que lo que pasó es que te asustaste porque se había dado cuenta de que había desaparecido y lo volviste a poner en su lugar.
-¿Me estás diciendo que crees que cuando encontré el broche estaba mintiendo? -preguntó Paula consternada.
-En aquel momento, ni se me pasó por la cabeza, pero yo no creo en las coincidencias y te voy a ser sincero: cuando me he enterado de que el colgante de diamantes estaba en tu taquilla, me he acordado de lo del broche. Como tú comprenderás, me parece imposible aceptar que te hayan acusado falsamente de robo.
Aquello hizo que Paula se sintiera como si le hubiera dado un puñetazo en la boca del estómago, mareada y con náuseas porque ella, de alguna manera, había estado segura de que Pedro sabría ver la verdad.
Ahora, se daba cuenta de que confiar en él había sido una completa ingenuidad por su parte.
-¿De verdad crees que soy una ladrona?
-Que sepas que no se te ha denunciado a la policía por la situación personal en la que te encuentras -contestó Pedro con frialdad-. Quieres irte de casa y para eso necesitas dinero. Hoy sin ir más lejos me has dicho que tenías intención de irte de Strathcraig.
-Sí, es cierto, pero te aseguro que jamás se me pasaría por la cabeza robar una joya para financiar mi huida -se defendió Paula.
Le dolía la cabeza y tenía unas inmensas ganas de gritar y de llorar de frustración, de miedo y de dolor, se sentía horriblemente sola.
No había hecho nada malo, pero todo el mundo estaba convencido de que era una ladrona y la mejilla amoratada no hacían más que reforzar esa teoría porque justificaba que quisiera irse de su casa fuera como fuese.
-Tengo intención de darte el dinero que necesites para irte de tu casa -comentó Pedro.
-No, gracias. ¡Jamás aceptaría dinero de tí! -contestó Paula mirándolo furiosa.
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