—Tienes razón. La civilización tiene sus defectos —la soltó—. He esperado tanto tiempo, que unas cuantas horas más, no tienen importancia. Vayamos a comer algo —le ofreció el brazo y se dirigieron al parque.
Allí, compraron unas hamburguesas y Pedro señaló un castillo construido sobre la inmensa masa de basalto de un volcán apagado.
—Ninguna otra ciudad del mundo tiene algo semejante. En ese castillo, hay más de mil años de historia… aunque a veces me pregunto, por qué lo edificaron tan cerca de la estación de tren —comentó con una seriedad que la hizo reír.
—No hagas comentarios así mientras como —lo regañó, cuando recobró el aliento.
—¿Conoces bien Edimburgo? —sonrió él.
—No —se encogió de hombros—. Conozco Glasgow mucho mejor, pues allí estudié la carrera.
—Entonces, tienes suerte. Yo estudié en la Universidad de Edimburgo y solía ganarme dinero extra durante las vacaciones, como guía de turistas —sonrió al recordar esos tiempos—. ¿Sabías que Robert Louis Stevenson basó su personaje del doctor Jekyll en un habitante de Edimburgo? Ese hombre se llamaba Brodie y era un eclesiástico intachable y honesto durante el día… y un ladrón de noche. Te mostraré la taberna en donde él y sus compinches, solían reunirse a beber.
Durante las siguientes dos horas, Paula aprendió un sinfín de cosas acerca del turbio y violento pasado de la ciudad. No obstante, lo que de verdad la sorprendió, fue el hecho de descubrir que Pedro no sólo era un hombre duro, valiente y que se enfadaba con la misma facilidad que ella, sino que también era un compañero divertido y considerado, que poseía un gran sentido del humor.
Después de ese paseo, tomaron un taxi que los llevó al hotel. Paula se sintió un poco nerviosa al entrar al lujoso vestíbulo.
Pedro levantó la maleta y, juntos subieron por el elevador. Paula se sentía consumida por un sentimiento de culpa; tal vez Pedro los registró como el señor y la señora Fernández. A él no le importaban esas cosas, pero ella sintió que todos la observaban con detenimiento y suspicacia y su nerviosismo aumentó. No debió ir al hotel con Pedro, por lo menos debió comprar un anillo barato, sólo para guardar las apariencias y…
—¿Qué te pasa? —inquirió Pedro—. ¿Te sientes mal?
—Claro que no —replicó de modo cortante—. ¿Por qué habría de sentirme mal?
—Bueno, no tienes por qué hablarme en ese tono.
—Lo lamento —se mordió el labio—. Perdóname.
—¿Acaso te estás arrepintiendo? —inquirió, cuando salieron del elevador y caminaron por el pasillo.
—Por supuesto que no. Lo que pasa es que no estoy acostumbrada a esto — susurró molesta.
—Ya lo sé —musitó a su vez, divertido, y su sonrisa relajó a Paula.
Al entrar a la habitación, ni siquiera se tensó al ver la amplia cama. Miró el cuarto y le agradó. Se quitó los zapatos y hundió los dedos en la mullida alfombra.
Pedro llamó por teléfono al servicio de cuartos y pidió que le enviaran el menú del restaurante.
—Voy a bañarme —anunció la joven y tomó su maleta.
—Allá está el baño —señaló y sonrió—. Quizá debamos pensar en preservar el medio ambiente; podemos ahorrar agua y energía si nos bañamos juntos. ¿No? Bueno, sólo fue algo que se me ocurrió.
Diez minutos después, Paula salió del baño, vestida con una bata de felpa.
—Es tu turno ahora. Así podré vestirme en paz.
—Cuánta timidez de tu parte; Paula —comentó, burlón, sentado frente a la ventana—. Dado que vamos a pasar la noche juntos, no veo por qué estás tan…
—Todavía no es de noche —habló con firmeza—. Ahora es ahora y prefiero conservar mi intimidad. Tendrás que esperar.
—Está bien —se puso de pie y suspiró—. Pero presiento que esta noche no prestaré mucha atención a la película.
Pedro no actuó con el mismo pudor cuando terminó de ducharse. Paula ya estaba vestida con una blusa blanca y un traje gris y se maquillaba frente al tocador, cuando lo vió por el espejo. Pedro entró desnudo en la habitación y se secó el cabello negro con vigor antes de dirigirse al armario y sacar su ropa.
—Me tomé la libertad de ordenar pato a la naranja. ¿Te parece bien? —comentó, por encima del hombro.
—Sí, claro —dejó de admirar su cuerpo duro y musculoso y carraspeó—. Me parece muy bien —terminó de aplicarse el lápiz labial y pensó que a ella también le resultaría muy difícil concentrarse en la película.
La cena estuvo deliciosa y Pedro nunca había estado más fascinante. Su aura masculina y atractivo sexual eran muy intensos esa noche. Vestía un traje gris, una camisa de seda azul marino y una colorida corbata, pero esa ropa, tan sólo acentuaba sus anchos hombros, su estrecha cadera, el brillo de su cabello negro y el misterio de sus ojos grises; y el hecho de saber que pasaría la noche con ese hombre emocionaba tanto a Paula que la chica teñía un nudo en la garganta.
Durante la cena, charlaron de los problemas que enfrentaban todos los terratenientes escoceses. Por fin, mientras tomaban el café, Paula musitó:
—Pedro… quiero pedirte una disculpa por las cosas que dije en la oficina de MacPhall. Lo que pasa es que… bueno, recibí una gran sorpresa cuando entraste al despacho.
—Ya te lo dije —el comentario de la joven pareció molestarlo—. Así fue como arreglé las cosas; si hubieras sabido que yo estaba detrás de todo ese asunto, habrías sospechado lo peor. Nunca has confiado en mí, ¿verdad?
Paula no pudo negar esa acusación, aunque le habría resultado muy sencillo recordarle a Pedro el motivo de su desconfianza. Además, ambos cometieron errores en el pasado y él no tenía derecho de hablar como si sólo ella tuviera la culpa de lo ocurrido.
No obstante, Pedro le había pedido que actuaran como si no hubiera pasado nada entre ambos. Paula intentó contener su resentimiento y volvió, a intentarlo:
—Pedro, lo que trato de decirte es que te agradezco mucho la forma en que estás tratando de ayudarme a conservar mis tierras.
—De modo que estás agradecida —frunció el entrecejo y la observó con una intensa frialdad—. ¿Es por eso que ahora piensas que debes realizar la desagradable tarea de acostarte conmigo esta noche? ¿Acaso vas a demostrarme tu gratitud por salvarte de la ruina? ¿Es esta tu manera de pagar una deuda?
Paula se quedó pasmada de la impresión. Fue como si Pedro la hubiera abofeteado con toda su fuerza. Estaba tan atónita que perdió el habla durante unos momentos, luego empuñó las manos y la sangre se agolpó en sus venas.
Lo único que le impidió arrojarle el café de la taza en la cara, fue el hecho de estar en un restaurante tan elegante. Paula tan sólo tomó su bolso y se puso de pie. Lo miró con un desprecio infinito y declaró:
—Buenas noches, señor Alfonso; puede enviarme la mitad de la cuenta por correo.
Erguida y digna, Paula salió del restaurante, cruzó el vestíbulo y salió del hotel.
En la acera, el portero lanzó un silbido y un taxi se acercó de inmediato.
En el taxi, Paula buscó las llaves de la camioneta en su bolso.
Su maleta, con el resto de su ropa, estaba en el hotel, mas no le importaba perderla. Lo único que quería ahora era alejarse lo más posible de ese… ese… cretino.
Uyyyyyyyyyyyyy, se armó el bolonqui. Espero que Pedro la busque antes que se haya alejado mucho. Está muy buena esta historia.
ResponderEliminarAy! No! Una vez que podían estar solos y decirse las cosas! Muy buenos capítulos!
ResponderEliminarEsta Paula si que tiene caracter!!!
ResponderEliminarEsta Paula si que tiene caracter!!!
ResponderEliminarUhh se armo quilombo 😀 @rociibell23
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