jueves, 10 de diciembre de 2015

La Traición: Capítulo 28

—¿Preferiste entonces traicionarme y engañarme? —sus ojos se llenaron de lágrimas de tristeza.

—No quise que eso sucediera, Paula —susurró con pesar y compasión, pero eso no bastó para aliviar el dolor de ella.

—No me importa cuál haya sido tu intención —declaró con amargura—. Eso fue lo que pasó. Yo… hubiera preferido que mejor me apuñalaras, así no hubiera sufrido tanto.

—Entonces, deja de portarte como una mula terca —la tomó de los hombros y le habló con brusquedad—. Estoy tratando por todos los medios de aliviar tu dolor, más tú no quieres aceptarlo.

—¿Yo soy una mula terca? —se enfurruñó.

—Sí, tú —la soltó, suspirando.

—No me importa que me digas que soy terca —anunció, después de una pausa—, pero no me agrada que me llames mula —reclamó—. No, no quiero que me compares con una mula —negó con la cabeza de lado a lado—. Creo que usted me debe una disculpa, señor Alfonso.

Pedro inclinó la cabeza y le besó la mano.

—Por favor, acepte mi más sincera disculpa, señorita Chaves. Usted no se parece en nada a una mula.

—Gracias, señor Alfonso, su disculpa ha sido aceptada —retiró la mano y en ese momento le vino el hipo—. Y también le pido perdón. Tuvo razón al decir que bebí demasiado.

—Bueno, eso es fácil en esta clase de celebraciones.

—Sí. Yo sólo quise ser sociable. Uno no debe dar la impresión de que se considera demasiado distinguido, como para beber una copa con sus empleados, ¿verdad?

—Claro que no, señorita Chaves—contestó serio—. Además, yo no me preocuparía por ello. Todos estaban demasiado ocupados divirtiéndose, para prestar atención a la cantidad de copas que usted bebió.

—Pero en cambio —volvió a apoyar el índice en su pecho—, usted debió observarme durante todo el tiempo.

—Digamos, que sólo sentí cierta responsabilidad, puesto que yo fui quien la convenció de, ir al bar —se encogió de hombros.

—¿Ah, sí? —ladeó la cabeza—. Eso fue muy, decente de su parte, señor Alfonso. Y, sólo por eso, puede besarme.

Sus labios se tocaron durante un breve y candente momento y ella suspiró:

—Me gustaría que no fuera tan atractivo, señor Alfonso.

—¿Y por qué? —estaba divertido.

—No importa —inhaló profundamente—. Bueno, ¿de qué estábamos hablando? Ya se me olvidó.

—Te dije que eras terca —le recordó con paciencia, tuteándola otra vez.

—Ah, sí… Bueno, tal vez eso es lo que a tí te parece —explicó, altiva—. Para mí, sólo es orgullo y respeto por mí misma. No hay nada malo en eso, ¿verdad? Todos necesitamos sentimos así, ¿no crees?

—Pues sí —concedió.

—No creo que esos ladrones regresen a Kinvaig —comentó, pensando que ya lo tenía en sus manos.

—No después del trato que les diste —rió.

—Así es. Los humillé y les quité el respeto por sí mismos. Los convertí en el hazme rreír de todos. Eso es lo peor que le puedes hacer a una persona, peor que darle una paliza —volvió a hundir el dedo en, su pecho—. Yo lo sé porque eso fue lo que me hiciste hace muchos años, ¿te acuerdas?

—Vas a romperme una costilla si no dejas de señalarme de ese modo — comenté, mirándole el dedo.

—¿De modo que tus costillas son más importantes que mi corazón?

Empezaron a caminar, pero Paula fue consciente de la forma en que él le apretaba el brazo.

—No tienes que agarrarme con esa fuerza —protestó—. No voy a caerme ni a escapar.

—¿Ni a golpearme? —sonrió.

—Ya lo intenté, pero no sirve de nada —suspiró, apesadumbrada—. Eres demasiado rápido para mí. Pero no te preocupes, Pedro Alfonso, voy a vengarme de una u otra forma.

—Entonces, tendrás que esperar por lo menos un par de semanas —le informó con ironía—. Mañana me voy a los Estados Unidos. Tal vez me quede allá durante un mes; creo que eso te dará tiempo suficiente para pensar en mi propuesta.

—Quizá sí, quizá no —se encogió de hombros—. No te hagas muchas ilusiones.

Ya estaban a medio camino en dirección de la casa, cuando Paula lanzó un grito de dolor y se apoyó en Pedro.

—Me lastimé el tobillo —alzó el pie y lo tomó de los hombros—. Tendrás que cargarme el resto del camino.

—No hay problema —la alzó en brazos, apretándola contra su pecho—. Agárrate bien.

—No me dejes caer —le echó los brazos al cuello y apoyé la mejilla contra su pecho—. Me siento frágil.

—No lo haré.

—Y no te detengas hasta que me dejes en mi casa —advirtió—. Ni siquiera si se te mete una piedrecita en el zapato —le sonrió—. Te dije que me vengaría, ¿verdad?

2 comentarios:

  1. Muy buenos los caps. Quiero saber ya el motivo x el cual Pedro la abandonó hace años.

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  2. Muy buenos capítulos!!! Sigo pensando que la razón por la cual Pedro desapareció tiene que ver con algo q hizo el papá de Paula!

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