Al conducir de regreso a casa, Paula tuvo que ser muy cuidadosa, pues la tormenta había arreciado. La fuerza del viento casi arrancó uno de los limpiadores del parabrisas. Apenas si se veía el camino frente a ella.
Había recorrido sólo seis kilómetros, cuando el motor se apagó. ¡Demonios! Tal vez la lluvia había mojado el distribuidor. Paula intentó encender el auto, pero no sucedió nada. Se le ocurrió verificar en el tablero y se dio cuenta de que ya no tenía gasolina. ¡El tanque estaba vacío! ¡Qué tonta era! ¿Por qué no lo revisó antes de salir?
Furiosa consigo misma, apagó los faros para no gastar la energía de la batería y miró por el parabrisas. Una cosa era segura. Nadie más saldría en una noche como esa, nadie más era tan estúpido como ella.
Metió la mano debajo del tablero y encendió el radio de banda civil.
—Luis… Mirta… ¿Me escuchan?
Había tres radios en la propiedad. Luis tenía uno en su camioneta y otro en su casa. El tercero estaba en la cocina de Mirta. Paula rezó para que alguien la escuchara. Esperó durante medio minuto y luego lo intentó de nuevo.
—¿Sí? —contestó Mirta—. ¿Eres tú, Paula?
—¿Está Luis allí?
—¿Qué es lo que pasa? —preguntó el guardabosque, momentos después.
—Me quedé sin gasolina. Estoy a un kilómetro al sur de Kinvaig —explicó Paula, intuyendo que Luis la estaba maldiciendo en silencio.
—Muy bien. Llamaré al viejo Samuel, de la estación de Kinvaig. El te llevará unos diez litros en su camioneta.
—No —intervino la joven—. La estación debe estar cerrada esta noche. Yo… preferiría que no lo molestaras —hizo una pausa, avergonzada—. Preferiría… que vinieras a buscarme con la camioneta y que me remolcaras hasta la casa.
—Bueno, está bien —gruñó Luis—. Estaré allá en quince minutos.
Paula apagó el radio. Le debía mucho dinero a Samuel de dos meses de combustible y no quería pedirle que él saliera de su casa en una noche como esa, sólo para que le proporcionara diez litros de gasolina que además serían añadidos a su deuda. Samuel era un hombre comprensivo y sabía que la recesión afectaba a todos; sin embargo, Paula no quería hacerlo perder la paciencia.
Con amargura, pensó en “la propuesta” de Pedro. Por un momento, quiso creerle, mas como él se negó a darle una explicación por su abandono, ahora volvía a sentir que lo odiaba.
No. El no quería tener una esposa, sino adueñarse de las tierras de los Chaves después de convertirse en su marido. Sin importar el comentario de él acerca de lo terrible de los últimos cinco años por no estar con ella, lo único que motivaba a Pedro era la ambición. Los Alfonso siempre habían sido notorios por desear las posesiones de los demás. Lo único que hacía Pedro, era llevar a cabo la tradición familiar.
Paula permaneció decepcionada y tensa, hasta que vio acercarse a la camioneta. Media hora después, estaba en la cocina de su casa, calentándose frente a la estufa. El cervato se acercó, tímido, y Paula lo acarició.
—¿Y bien? —preguntó Mirta.
—¿Y bien, qué? —frunció el entrecejo.
—¿Ya averiguaste lo que Pedro piensa construir en Para Mhor? —se exasperó el ama de llaves—. Fue por eso que fuiste a verlo.
—Fue sólo un rumor; no está interesado en Para Mhor.
—Bueno, deben de haber hablado acerca de algo —insistió la señora—. Estuviste allí durante mucho tiempo.
—Nuestra charla no es un asunto de tu incumbencia —se molestó Paula—. Continúa lo que estabas haciendo y déjame en paz.
Mirta se tensó al oír esas palabras y la chica se arrepintió de inmediato.
—Oh, Mirta, perdóname. No quise decirte eso.
—Bueno, me doy cuenta de que estás muy nerviosa —habló sin resentimiento— . Pero tienes razón, eso no me importa. Yo sólo soy el ama de llaves. A partir de ahora, me conformaré con cocinar y hacer la limpieza —declaró con un sarcasmo que hirió a la joven.
—Ha sido una noche terrible y estoy muy tensa —susurró la chica con tristeza—. Pero me doy cuenta de que eso no me justifica por portarme así contigo, Mirta. Sólo soy una tonta egoísta.
—Buena, yo no diría que eres egoísta. Y no eres más tonta que tu padre —la hizo sentarse frente a la mesa y la observó con severidad—. Tal vez ya lo olvidaste, pero solías acudir a mí cuando te lastimabas, cuando la cabeza de tu muñeca se rompió, cuando te caíste en el estanque y tuviste miedo de que tu padre te regañara; bueno, pues me parece que de nuevo estas metida en un lío, pero esta vez, ya no me necesitas; ya no necesitas de la ayuda de nadie. Eres demasiado orgullosa como para pedir auxilio, ¿verdad? —contempló a la chica en silencio y rezongó—. Sí, eso fue lo que pensé —sirvió dos tazas de té y se sentó frente a la joven—. Dime qué es lo que te pasa; tal vez yo pueda hacer algo por tí.
Paula sintió mucho afecto por la señora. Mirta no podía ayudarla a salir de esa crisis, aunque tal vez podría darle un buen consejo.
—Supongo que ya te diste cuenta de que tengo problemas financieros. Casi no hay ingresos y sí muchos gastos.
—Sí. Luis y yo no somos tontos —asintió—. Hemos hablado del asunto. Tenemos ahorrado algo de dinero para cuando nos jubilemos; si lo necesitas, es tuyo.
—No puedo dejar que hagas eso —sintió un nudo en la garganta.
Muy buenos capítulos! No le dio muchas opciones a elegir Pedro! :/
ResponderEliminarParecen perro y gato jajajaja, está buenísima esta historia.
ResponderEliminarRe interesante esta historia!!!
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