-Quiero ayudarte. Entiendo tu desesperación.
Paula no podía soportar más aquella situación e intentó abrir la puerta, pero no pudo porque estaba bloqueada.
-Es por tu seguridad. Lo que te he dicho puede que no te haga mucha gracia, pero no soy tu enemigo -murmuró Pedro.
-¿Cómo que no? Yo confiaba en ti, tenía fe en ti. Ahora me pregunto por qué. ¡No sé cómo demonios he podido llegar a creer que de alguna manera tú sabrías ver que yo jamás robaría nada! Y ahora me encuentro con que me acusas no solamente de haber robado el diamante sino también el broche. ¡Déjame salir del coche!
-Tranquilízate y no digas tonterías.
-¡No estoy diciendo tonterías! -gritó Paula-. No soy una ladrona y no pienso aceptar tu compasión. Supongo que quieres hacerme desaparecer porque te has acostado conmigo. Te aseguro que me voy a ir de Strathcraig, pero lo haré a mi ritmo y con mi dinero. No necesito nada de ti.
-Contrólate -le dijo Pedro con frialdad.
Paula tomó aire varias veces, dándose cuenta de que, en realidad, no quería controlarse en absoluto porque, si su rabia disminuía, su fuerza disminuiría también y entonces, aunque odiaba a Pedro con todo su corazón, corría el riesgo de mostrar el dolor que le había producido que la tomara por una ladrona.
-Lo creas o no, me importa lo que te ocurra -insistió Pedro-, Si no fuera así, no te habría pedido que te casaras conmigo.
-¡No es verdad, no te importo en absoluto! -exclamó Paula.
-Quiero tener la certeza de que estás a salvo y en tu casa no creo que vaya a ser así. La decisión es tuya -dijo Pedro dejándole un sobre al lado.
-Es estupendo tener mucho dinero y poder ir regalandolo por ahí, ¿verdad?
-¿Estás dispuesta a denunciar a tu padre por agresión?
-No -contestó Paula con vehemencia.
-Entonces, no hay manera de protegerte de él. ¿Tienes algún familiar que pueda intentar hacerlo entrar en razón o con el que te puedas ir a vivir?
Paula negó con la cabeza en silencio.
-Tengo un hermano, Gonzalo, pero se peleó con mi padre hace cinco años, se fue y no sé dónde está. Desde entonces, no se ha vuelto a poner en contacto con nosotros.
-¿Te llevabas bien con él?
-Sí, cuando éramos niños nos llevábamos muy bien.
-A lo mejor, podemos encontrarlo, pero vamos a necesitar tiempo. Me parece que lo único que puedes hacer ahora mismo es irte de Strathcraig y yo te estoy ofreciendo el apoyo que necesitas para hacerlo.
-¿Qué apoyo? ¿Te refieres al dinero? Me has decepcionado -contestó Paula viendo satisfecha cómo Pedro apretaba la mandíbula ante su condena.
-Me da igual lo que creas. Estoy preocupado seriamente por ti. Si te vas, quiero que me digas adonde vas.
-¿Por qué te iba a decir adonde voy si no crees absolutamente nada de lo que te digo? -le espetó Paula-. Te estoy diciendo la verdad, yo no he robado nada, no soy una ladrona. Y te repito que no quiero ni necesito tu dinero. Ya me las apañaré yo sola. Muchas gracias. Ahora, si no te importa, me gustaría bajar del coche.
Paula necesitaba desesperadamente dinero, pero no estaba dispuesta bajo ninguna circunstancia a aceptar el dinero de Pedro.
Nada más poner un pie en el suelo, corrió colina abajo sin mirar atrás, diciéndose que no debía perder el tiempo recordando lo que acababa de suceder, pues sería un desgaste mental innecesario.
¿Cómo había podido ser tan ingenua como para creer que su príncipe iba a acudir en su rescate como en un cuento de hadas?
De repente, el mundo se le antojó a Paula un lugar lúgubre e incierto y la herida que Pedro le había infligido era lo que más le dolía de todo.
Paula era consciente de de que no quería quedarse en su casa, así que decidió meter sus pertenencias en una pequeña maleta e irse a casa de Zaira con Apolo porque no quería dejar al viejo perro atrás por miedo a que su padre la pagara con él.
Paula dejó la bandeja llena de platos sobre la mesa de la cocina.
-No hace falta que hagas eso -le dijo Daniel con amabilidad-. Tú ocúpate de cobrar, no del trabajo duro.
Paula asintió y esperó a que su jefe se hubiera ido para masajearse las lumbares, que la estaban matando de dolor.
A la hora de la cena siempre había un montón de gente y el resto de las camareras no daban abasto, así que a ella le resultaba imposible quedarse sentada junto a la caja registradora sin echar una mano a sus compañeras.
Hacía ya más de siete meses que se había ido de casa dejando tras de sí solamente una nota explicativa.
Daniel era el hermano de Zaira y él y su mujer, Eliana, se habían portado de maravilla con ella y la habían ayudado mucho.
El fin de semana siguiente a que Paula se fuera a de casa, Daniel y Eliana se habían presentado allí para recoger sus cosas y la habían llevado a Londres, donde le habían alquilado una habitación en su propia casa y Daniel le había dado trabajo como camarera en la cafetería que tenía.
Al principio, se había sentido muy perdida en la ciudad y el ruido y la cantidad de gente la habían apabullado. A menudo, echaba de menos la naturaleza, las montañas, la paz y el silencio del valle. Eso la había empujado a explorar los parques londinenses acompañada por Apolo.
Una de las primeras cosas que había hecho aparte de trabajar había sido informarse sobre diversos cursos y pronto había decidido que quería formarse como profesora de música.
Para empezar, estaba yendo a clase dos veces por semana porque, a pesar de que sus conocimientos musicales eran suficientes, tenía que pasar un examen de otras asignaturas antes de poder colocarse como profesora.
La idea de pasar varios años estudiando y viviendo con poco dinero hubiera deprimido a otra persona, pero a ella la llenaba de orgullo porque había tenido el valor de intentarlo y de sacar de la vida mucho más de lo que su padre le hubiera permitido tener jamás.
El futuro se le antojaba prometedor, pero pronto sus sueños se vieron truncados.
Sofía, una de sus compañeras, se puso a rellenar botes de kétchup y, cuando Paula intentó ayudarla, la otra camarera le indicó que se sentara y se estuviera quietecita.
-Estás tan delgada que, si viniera una ráfaga de viento un poco fuerte, saldrías volando -dijo la mujer agarrándola del antebrazo para enfatizar su preocupación—. ¿Cómo andas de salud? ¿Cuándo ha sido la última vez que has ido al médico?
-Siempre he sido muy delgada -le aseguró Paula sin querer contestar a su pregunta porque se había quedado dormida y no había ido a la última cita-. No te preocupes tanto por mí. No hace falta, de verdad.
-No lo puedo evitar. No tienes fuerzas ni para levantar una cucharilla y el bebé nacerá dentro de unas semanas -suspiró Sofía.
-Estoy bien -insistió Paula.
Wowwwwwwwwww, qué intensos los 4 caps, se va a armar gorda cuando Pedro se entere que es padre.
ResponderEliminarNo puedo aguantar hasta los próximos caps no seas mala Naty subirla mñna por favor!!!!
ResponderEliminarNo puedo aguantar hasta los próximos caps no seas mala Naty subirla mñna por favor!!!!
ResponderEliminarqué??? quedó embarazada y pedro no sabe nada! cuando se entere! que pena que se hayan separado así! Muy buenos capítulos!
ResponderEliminar