-¿No?
-Pedro y yo hemos regresado de Dublín esta mañana. Hemos visto a su madre -apretó los labios y continuó-. He venido, señor Alfonso, porque me he enterado de lo que sucedió hace doce años. Y es hora de que usted también lo sepa.
-¿De qué estás hablando?
Cuando Paula terminó de contarle la historia, el hombre parecía desconcertado.
-¿Estás diciendo que Pedro me hizo creer a propósito que era un irresponsable?
-Pedro dijo que a usted le resultó muy fácil pensar lo peor acerca de él.
-Entiendo -Horacio se apoyó en el respaldo de la silla. Miró los papeles que tenía sobre el escritorio, pero no podía ocultar su sorpresa.- ¿Y a tí qué te importa, Paula?
-¿Quién ha dicho que me importe?
-Me pregunto por qué te estás implicando en el pasado de Pedro.
Pedro también se lo había preguntado una vez y ella le había contestado que era culpa suya por haber insistido en que lo acompañara a Londres. Paula sabía que había otro motivo más profundo, pero no iba a contárselo a Horacio.
-Pedro es mi jefe.
-Perdóname, pero me parece que esto va más allá de las tareas de una secretaria.
Paula no iba a permitir que hablaran de ella. Se trataba de Pedro y su familia. Había visto que Matías se preocupaba por Pedro. Y Sonia también. Al hablar con su madre había recordado lo afortunada que era por tener una familia que la quería. Pedro también tenía una familia, pero estaba dejando pasar la oportunidad de disfrutar de ella. No si ella podía evitarlo.
-Señor Alfonso, no tiene ni idea de cuáles son mis tareas y no voy a discutirlas con usted. Al contrario que Pedro, no me importa lo que piense de mí. No busco su respeto.
-Eso está claro.
-Simplemente, consideraba que había llegado el momento de que supiera la verdad -se puso en pie y recogió sus cosas.
-No te ofendas, querida, pero apenas te conozco. ¿Por qué debería creerme esta historia?
-Porque es la verdad. El problema es que, si la cree, tendrá que admitir que se equivocó. Y le ha costado muchos años de la vida de Pedro. Es hora de que deje de comportarse como un idiota y comience a ser el padre de su hijo.
Paula salió del despacho envuelta en una nebulosa. No se le pasó hasta que dejó atrás la mesa donde Pedro y ella habían comido el día de Boxing Day. El lugar donde ella lo había llamado idiota. El mismo sitio en el que había comenzado a enamorarse de él. Había una pareja sentada a la mesa y se miraban con una gran sonrisa. No se percataron de que ella estaba allí, mirándolos. Ni de que las lágrimas corrían por sus mejillas. Apretó el botón del ascensor que la llevaría hasta la suite de Durley House. Acababa de llamar idiota al padre de Pedro y no se arrepentía. Aunque creía que no tenía demasiada importancia, puesto que el hombre no había mostrado mucha emoción después de que ella hubiera intervenido a favor de Pedro. Había pensado que se sentiría aliviada, pero sólo se sentía agotada. Además, temía enfrentarselo después de haberse lanzado a sus brazos la noche anterior. Él le había ahorrado la humillación de llegar hasta el final, pero eso era de poco alivio. Se sentía como si toda su vida se hubiera oscurecido de pronto. Como si la posibilidad de ser feliz hubiera desaparecido para siempre. Se había ofrecido a él sin pensar en el matrimonio o en una relación a largo plazo. Y, por un lado, deseaba haberse acostado con él antes de que le hubiera dicho que no podía haber nada entre ellos. De ese modo, podría odiarlo y culparlo con toda la fuerza de su tremendo dolor. Pero eso también se lo había robado. Había elegido un mal momento para demostrar su nobleza. Se abrieron las puertas del ascensor y entró. Por primera vez en su vida, deseó que se quedara parado. Para retrasar lo inevitable. Sin embargo, llegó hasta su planta con la suavidad esperada en un ascensor de un hotel de cinco estrellas. Se dirigió a la suite y abrió la puerta. Pedro estaba sentado junto la mesa de café, con el ordenado encendido frente a él.
-Me alegro de que hayas vuelto -le dijo al verla.
¿La había echado de menos? Le resultaba inevitable tener la esperanza...
-¿Ah, sí? -preguntó ella, de forma casual.
-Tengo una propuesta y me gustaría que le echaras un vistazo -miró a la pantalla-. Sé que has tomado una decisión, pero se trata de una prometedora empresa de comunicación con tecnología láser. El chico lleva años trabajando en ella, pero no puede progresar de manera significativa sin respaldo económico. La imprimiré...
-No te molestes.
Sin quitarse el abrigo, se dirigió a su dormitorio. Sacó la maleta del armario y comenzó a hacer el equipaje.
-¿Qué estás haciendo, Paula? -preguntó Pedro desde la puerta.
Ella no era capaz de mirarlo. Sabía que se pondría a llorar y él no merecía la pena. ¿Cuántos años tendrían que pasar para que esa mentira se convirtiera en verdad?
Uy no otro yaaaaaa!!!!!!
ResponderEliminarQue cobarde es Pedro! Muy buenos capítulos!!!
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