sábado, 20 de mayo de 2017

Peligrosa Atracción: Capítulo 4

Sabía que algún día volvería a Broken Hill, o quizá a alguna ciudad más grande, pero por el momento no podía hacerlo. Arturo decía que estaba bien, pero seguía tosiendo por las mañanas. Además, cada vez que se daba la vuelta, le daba por beber, fumar y comer fatal. Si no hubiera sido por ella,  habría muerto el invierno anterior. Los hombres eran un desastre, en su opinión. Y la prueba era lo que le había ocurrido a su padre.

—Necesitan una enfermera —murmuró para sí misma—. Todos ellos.

 —¿Estás hablando sola, cariño?

Paula levantó la mirada. Arturo tenía la naríz más roja de lo normal.

—Has estado bebiendo, ¿Verdad? —lo acusó ella, mirando la botella de Jack Daniels que parecía sospechosamente más llena que la noche anterior—. Y encima has rellenado la botella.

—Calla —susurró Arturo—. No querrás que te oigan los clientes, ¿Verdad?

—¿Qué clientes? —preguntó ella, con las manos en las caderas.

Sólo una persona iba al bar a aquella hora y era el viejo Juan, el borracho del pueblo. Como siempre, estaba solo frente a una mesa, bebiendo y sin prestar atención a nada ni a nadie. El bar estaba tan silencioso como una tumba. Por eso Paula pudo escuchar el ruido de un coche que se acercaba. Probablemente turistas, pensó. Y esperaba que fueran de los que encontraban romántico el hotel. Si no, que al menos quisieran tomar un trago. O un bocadillo. Era una pena que no hiciera calor. En verano, los turistas siempre entraban en el bar para tomar una cerveza. Se animó un poco cuando escuchó las ruedas del coche en el camino de grava que hacía las veces de estacionamiento.

Poco después, oyó un portazo y unos pasos sobre el porche de madera que rodeaba el hotel Drybed Creek. Una figura alta se materializó frente a las puertas batientes; una figura alta y de hombros anchos. Cuando entró, Paula se quedó mirándolo. Fijamente. Porque nunca había visto un hombre como él en Drybed Creek. Parecía salido de una revista de moda masculina. Era alto, elegante y sofisticado. Y guapísimo, con una cara como esculpida, la mandíbula cuadrada y una boca muy sensual. Su cabello era castaño, apartado de la frente con un estilo juvenil. Aquel pelo brillaba como ella no había visto nunca brillar el pelo de un hombre. Pero lo más atractivo eran sus ojos. De color gris claro, rodeados de largas pestañas; unos ojos brillantes e inteligentes. Pensó que era el hombre más guapo que había visto nunca. Y tan sexy, tan atractivo…

Si no hubiera sido por su experiencia con Diego, su corazón habría empezado a latir como loco por aquel extraño. Si no hubiera sido por él, se sentiría avergonzada de su pelo. Incluso podría haber hecho el ridículo intentando que aquel hombre se fijara en ella.

No había pensado que alguna vez se sentiría agradecida a Diego por nada. Pero en ese momento lo estaba. Él le había enseñado una lección sobre su debilidad por los hombres muy guapos, hombres que no querrían nada de una chica como ella, excepto lo más obvio. Su corazón, sin embargo, empezó a latir un poco más rápido mientras el extraño se dirigía a la barra, pero  no mostró ni la más mínima admiración y la única pregunta que se hacía era… ¿Qué demonios hacía un hombre como aquel en Drybed Creek?

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