De modo que ya no era virgen. No estaría tan amargada si no se hubiera acostado con ese Diego. Y más de una vez.
—No todos los hombres son así —dijo suavemente.
—No puedo saberlo —replicó ella—. Sólo he estado con uno.
—¿Cuántos años tenía?
—No lo sé. Nunca se lo pregunté, pero debía tener más o menos tu edad. ¿Cuántos años tienes tú?
—Treinta y cinco.
—Pareces más joven.
—Gracias.
—Veo que el tabaco aún no ha hecho estragos —sonrió ella, burlona.
—Ni la comida basura, ni el alcohol, ni las malas mujeres.
—¿Malas mujeres? —repitió ella, atónita.
Sí, pensó Pedro. Aquella chica había sido una inocente hasta que conoció al monstruo. Tendría que tener cuidado para no asustarla. Pero tampoco podía pretender ser lo que no era.
—La verdad es que no hay tantas últimamente. Y siempre de una en una. Pero prefiero decirte cuáles son mis vicios antes de que empecemos a vivir juntos. El hecho es que una… amiga mía a veces se queda a dormir en casa. Espero que eso no sea un problema. Naturalmente, seré discreto y todas mis actividades tendrán lugar en el dormitorio —explicó.
Paula apartó la mirada, incómoda.
—Quiero que esto quede entendido desde el principio. No pienso cambiar mis hábitos de vida sólo porque tú estés en mi casa.
—No espero que lo hagas —dijo ella, tensa.
—Me alegro. Y ahora que hemos aclarado eso, ¿Quieres contarme algo sobre tí misma? —preguntó. Paula no dijo nada—. Puedes pedirme cualquier cosa que necesites o que quieras especialmente. Arturo me ha dicho que te gusta comer de forma sana y le dije que cenaríamos fuera casi todas las noches…
—¿Los dos solos? —lo interrumpió ella.
—¿Es un problema?
—No, es que… bueno, ¿Y tu novia?
—Romina y yo no vivimos juntos. No solemos vernos más que una vez a la semana, casi siempre el sábado. Y sobre lo de tu pasión por la comida sana… te aseguro que en cualquier restaurante de Sidney pueden preparar la comida como a tí te guste. Pero si prefieres quedarte en casa, solo tienes que decirlo. Iremos a comprar comida porque yo no cocino y no tengo muchas cosas en la nevera.
—¿No cocinas nada?
—Nada.
—¿Y tu novia?
Pedro sonrió.
—Romina no sabe cocinar. Es una ejecutiva y apenas, tiene tiempo para comer. Imagínate para cocinar.
Al mencionar el trabajo de Romina, Pedro recordó que ella era una excepción en su elección normal de novia. Sólo se había sentido tentado de salir con una mujer tan inteligente cuando se dió cuenta de que estaba casada con su trabajo. Pero no le gustaban las vibraciones que estaba recibiendo de Romina últimamente, ni los comentarios irónicos sobre el poco tiempo que pasaban juntos. Llevaba algún tiempo insinuando que fueran a pasar un fin de semana a alguna parte… Nunca había pasado un fin de semana entero con una mujer. Eso siempre ponía ideas equivocadas en sus cabezas. Incluso en las más tontas.
—¿Y el desayuno? —preguntó Paula, mirándolo con sorpresa.
—No desayuno en casa. Los días de diario, tomo un café y un donut en mi despacho y los fines de semana suelo levantarme tan tarde que me voy directamente a comer.
—¿Comes fuera todos los días?
—Sí. Durante la semana, suelen ser comidas de trabajo, aunque algún que otro día, si estoy muy ocupado, pido comida por teléfono.
—¿Y también cenas fuera?
—Sí.
—Pues debes gastarte muchísimo dinero.
—Supongo que sí. Pero puedo permitírmelo —dijo él.
Pedro tenía aversión a cualquier trabajo casero, probablemente porque había tenido que hacerlos todos cuando era un niño. Su tía era una perezosa que lo obligaba a hacer lo que debería haber hecho ella, desde cocinar a hacer la colada. Había sido un esclavo sin paga desde los ocho hasta los dieciséis años. Pero no había vuelto a levantar un dedo desde entonces. Una mujer iba todas las semanas y limpiaba la casa, además de planchar y llevar su ropa al tinte. De las ventanas se encargaba un servicio de limpieza y dos veces al año una empresa dejaba la moqueta aterciopelada.
—Debes de ser muy rico —murmuró Paula.
—Lo soy.
La modestia no era uno de los puntos fuertes de Pedro. Paula se quedó en silencio y él se preguntó qué estaría pensando. Probablemente que era un arrogante y un egoísta por vivir de esa forma. Si lo era, se lo había merecido, pensaba él. Había trabajado como una mula durante años y se había arriesgado como pocos hombres. Estaba sencillamente disfrutando del fruto de sus esfuerzos y le daba igual que alguien lo despreciara por ello. Pero, por alguna razón, se sentía picado por su silencio.
Muy buenos capítulos! Parece que Paula no se va a sentir bien viviendo entre los lujos de Pedro!
ResponderEliminarMe re atrapa esta historia!!
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