jueves, 25 de mayo de 2017

Peligrosa Atracción: Capítulo 12

El cordero estaba delicioso, pero la cocinera parecía haberse esfumado. Pedro pensó que a Paula no le gustaba su traje de Armani y había bajado a cenar vestido con vaqueros y un jersey gris. Pero tampoco así encontró aprobación si su fría mirada era una señal. Le había servido una cerveza y después lo había ignorado hasta las ocho. Una vez sentados a la mesa de la cocina, ella había colocado frente a él un plato de cordero al curry y se había excusado. Había pensado animarla un poco con halagos sobre sus dotes culinarias, fueran ciertas o no, y cuando el cordero resultó delicioso le molestó no poder halagarla sinceramente.

—Eres un hombre de suerte si cenas así todas las noches —le dijo a Arturo.

—Pau es una cocinera estupenda, pero ¿Sabes una cosa? Estoy deseando tomarme una buena hamburguesa con patatas fritas para variar. Me alegro de que ahora vayas a ser tú el que coma su comida sana todos los días.

Pedro se quedó sorprendido.

—Ni se me ocurriría pedirle a Paula que cocinase para mí mientras esté en Sidney. Tendrá suficientes cosas que hacer allí como para estar cocinando. Comeremos y cenaremos fuera de casa. Y cuando no lo hagamos, sencillamente meteremos algo en el microondas.

Arturo sonrió.

—No comerás comida de microondas con Paula. No a menos que quieras una charla sobre lo mala que la grasa es para las venas.

—Querrás decir las arterias —corrigió Pedro. Pero él no iba a permitir que una mujer le dijera lo que tenía que comer.

—Lo que sea. Pero no digas que no te he avisado. Ah, por cierto, tú no fumas, ¿Verdad?

—Algún cigarrillo que otro.

—¿Y beber?

—Paula acaba de servirme una cerveza. ¿No le gustan los hombres que beben?

—Su padre no sabía parar.

—Yo tomo una cerveza después de trabajar y suelo cenar con vino.


Arturo sonrió de nuevo.


—Pues que tengas suerte, amigo.

—Parece que no es fácil vivir con Paula.


—Dímelo a mí —gruñó el hombre.

—Tengo la impresión de que estás deseando quedarte solo.

 —No me interpretes mal. Pau es un cielo y la quiero a muerte, pero está llegando a esa edad en que las mujeres necesitan un marido y unos hijos que cuidar.

—¡Pues a mí no me mires! Yo no voy a salvarte.

—Ya lo sé, Pedro. Pero, ¿Quién sabe? Quizá conozca a algún hombre en Sidney.

—Creí que querías que volviera como se había ido —dijo Pedro—. Decídete, Arturo. Buscar un marido en un sitio como Sidney tiene un precio, y no me refiero a la dote. Allí los hombres no compran sin probar la mercancía. Pero no te preocupes, cuando tenga su herencia asegurada, le lloverán propuestas de matrimonio.

Y como, pensó cínicamente. Él mismo había sido objetivo de muchas mujeres en busca de seguridad económica. ¡Lo que algunas de ellas harían para que un hombre rico les pusiera un anillo en el dedo haría que a una chica decente se le helara la sangre en las venas!

—¡Yo no quiero un vividor para Paula! —protestó Arturo—. Quiero un hombre que la ame de verdad.

Pedro estaba empezando a creer que aquella camarera de veintitrés años podía ser virgen de verdad; sobre todo si estaba buscando un príncipe azul que no fumara, no bebiera y cuidase de su colesterol. Pero tal príncipe, si existía, seguramente tampoco tendría interés en el sexo.

—¿Estás seguro de que a Paula le gustan los hombres?

Arturo parpadeó, sorprendido por la pregunta.

—Sí, claro, estoy seguro.

—¿Muy seguro?

—Muy seguro.

—Pues yo no le gusto.

 —¿Por qué dices eso?

—Porque lo sé.

—Y no estás acostumbrado a eso, ¿Verdad?

 —Sinceramente, no —confesó Pedro.

—No te lo tomes como algo personal. Paula no es una chica como las demás. Y ahora cena, o volverá y nos dará la charla por dejar que el cordero se enfríe.

Pedro siguió comiendo mientras se preguntaba qué iba a hacer con Paula Chaves durante un mes. Desde luego, no iba a permitir que le dijera lo que tenía que hacer. Sería ella quien hiciera lo que él le dijera, cuando él le dijera. Y tampoco pensaba soportar que lo tratase como si fuera un niño. Él tenía treinta y cinco años y no necesitaba una madre. Lo que necesitaba era una heredera obediente que interpretase bien su papel. Desgraciadamente, por lo que estaba oyendo y viendo, Paula no era precisamente una mujer manejable, sino una chica testaruda y decidida. Y lo peor, o no le gustaban los hombres o había tenido una mala experiencia con uno y quería vengarse de todos los demás. Como Arturo insistía en que sí le gustaban los hombres,  decidió que el problema debía ser un desengaño amoroso. Pero, ¿Cómo iba a atravesar su barrera de recelo? De nuevo, su decisión fue esperar hasta que estuvieran solos. Entonces haría lo que mejor se le daba hacer. Hablar. A todas las mujeres les gusta hablar. Especialmente de sí mismas. Solía hacer preguntas y aparentaba estar muy interesado en las respuestas. Siempre lo asombraba que, después de cinco minutos, las mujeres le estuvieran contando la historia de su vida. No tenía duda de que, cuando estuvieran a solas, se enteraría de muchas cosas sobre Paula Chaves. Arturo creía conocer bien a aquella chica, pero él  sabía que los padres nunca lo saben todo. Nunca saben cuáles son los sueños y los verdaderos problemas de sus retoños. Por otro lado, era un experto en descubrir secretos. Y entonces… entonces tendría armas para conseguir lo que deseaba. La total cooperación de Paula. Una sonrisa de satisfacción iluminó su cara mientras tragaba el último pedazo de cordero. La tendría comiendo de su mano antes de aterrizar en el aeropuerto de Sidney o no se llamaba Pedro Alfonso.

1 comentario:

  1. Muy buenos capítulos! Cuantos planes hace Pedro, no se si le saldrá todo como piensa!

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