jueves, 29 de septiembre de 2016

La Venganza: Capítulo 8

Laura no  regresó  en  toda  la  noche.  A  la  mañana  siguiente  Paula,  preocupada,  se  dispuso a tomar el desayuno antes de ir a visitar a su tía Juana. La anciana tenía ochenta años pero era alegre y muy activa. Se puso uno de sus mejores vestidos, pues sabía que su tía no le perdonaría que no fuera bien arreglada.

-Has llegado tarde -le dijo la anciana cuando la chica entró en el pequeño departamento que compartía con otra mujer. El  departamento  tenía  dos  pequeñas  habitaciones,  una  para  dormir  y otra  que  servía  para  sala  y  cocina.  El  asilo  contaba  con  un  comedor,  para  el  caso  de  que  los  ancianos  tuvieran  invitados  y  quisieran  preparar  una  comida  especial  para  ellos.

 -Lo siento -Paula sonrió y le dió a su tía la planta que le llevaba de regalo. El apartamento estaba lleno de plantas, y la pobre señora Jovis, la mujer que  compartía con ella la   habitación,   tenía  que tolerarlo  aunque  no  quisiera.  Afortunadamente, a la otra mujer no le importaba, pero, aunque no hubiera sido así, la autoritaria tía Juana no habría cedido. Paula  recordaba el rostro de la directora, el día que llegó la tía Juana al asilo con  el  coche  lleno  de  macetas.  Sin  embargo,  con  el  tiempo, todos  llegaron  a  acostumbrarse a andar como en la selva cuando entraban en el apartamento. La anciana miró a Paula por encima de las gafas. Sus ojos azules estaban llenos de  vivacidad,  tenía  el pelo  completamente  blanco,    las líneas   del   rostro   conservaban  algo  de  la  belleza  de  otros tiempos  y  sus  movimientos  eran  ligeros  a  pesar de que estaba afectada seriamente por el reumatismo.

-¿Qué te pasa, niña? -sus bruscas maneras contrastaban con la mirada afectuosa.

Paula le  dirigió  una  sonrisa.  Nadie  creería  que  su  tía  abuela  tenía  ochenta  años,  parecía  que  iba  a  vivir  mucho  tiempo  y,  conociendo,  su  decisión,  era  muy  probable.

-¿Bueno? -interrumpió el silencio de Paula.

-Nada -la chica se puso de pie, tomó una maceta del estante y la llevó hasta la ventana-. Huele a pollo.

 -Ya  has  estado  espiando  en  la  cocina  -le  reprochó  la  tía-.  Ahí  no.  En  serio  Paula,  ¿Es  que  no  piensas?  ¡Esa  planta  necesita  más  calor  del  que  puede obtener en esa ventana!

La chica puso la planta cerca de la estufa, sin preocuparse por la regañina de su tía, sabía que la quería.

-No he mirado el horno. Pero este olor es inconfundible. Estoy segura de que has preparado un delicioso pollo.

Un leve gesto de la dama le dió a entender que le había complacido el cumplido.

-Todavía estoy esperando, Paula-frunció el ceño. Sus esperanzas se desvanecieron. La tía Juana siempre había sido muy perspicaz. Debió suponer que esta vez no podría engañarla.

-Una amiga se casó ayer -le reveló, con cautela. La tía asintió.

-Recuerdo que me lo dijiste. Espero que ya hayas olvidado a ese joven Judas. ¿Le has olvidado, verdad? -preguntó disgustada.

Paula se  ruborizó.  Desde  el  momento  en  que  le  presentó  a  David,  la  anciana manifestó su desagrado, cosa que disgustó a su prometido.

-Es una vieja entrometida -comentó él días después.

-Es un presuntuoso-dijo la tía Juana cuando la chica le contó la razón por la cual el compromiso se había roto.

La anciana le aseguró que era lo mejor que le podía haber sucedido. Judas, así le llamó entonces y así seguía llamándole.

 -Claro que sí.

-¿De verdad? Aunque no quieras admitirlo, nunca fue el hombre adecuado para tí. Si en realidad te hubiese amado, no le habría importado nada, ni siquiera que hubieras sido la acusada del robo. ¡Su padre nunca tomó ni una miserable hoja de papel del banco del que era gerente!

 El desfalco había sido descubierto durante la última auditoría y como su padre era el gerente, toda la responsabilidad recayó sobre él. A pesar de su declaración de inocencia fue llevado a juicio.  Horacio Alfonso supo convencer al jurado de que su padre era culpable.

 -¿Qué pasa? -preguntó la tía Juana con curiosidad mientras se levantaba.

Estaba ya muy  gastada  a  pesar  de  todos  sus  esfuerzos  por  permanecer  activa,  merecía  vivir  en  paz  el  resto  de  sus  días.  Los  acontecimientos  de  hacía  doce años no eran para ella más que una sombra. Si Paula le contaba lo de Pedro Alfonso sólo conseguiría preocuparla.

-Tuviste razón la primera vez -agregó con voz suave-. La boda de mi amiga me ha afectado mucho.

-Olvídate  de  ese  hombre  -le  aconsejó  la  anciana-.  No  merece  ni  siquiera  un pequeño desvelo tuyo, ¿Qué tal estuvo la ceremonia? ¿Estaba guapa tu amiga?

-Sí.

Paula le  describió  la  boda  con  lujo  de  detalles,  sabía  que  a  su  tía  le  gustaba  mucho escuchar esas cosas. Se lo contaría todo a la señora Jovis esa misma noche cuando regresara del paseo con su hijo casado y su familia.

-¿Y quién es Javier? -preguntó la anciana cuando Paula acabó su relato. La chica sonrió.

-Es sólo un amigo, otro de los abogados que trabaja en la oficina.

-Oh -la tía Juana parecía desilusionada-. ¿Te gusta?

-Sí.

-Bueno,  ¿Por qué no es algo más que tu amigo? Pensó que su tía se alegraría al saber que sus relaciones con Javier iban por buen camino.

-Voy a salir con él mañana -le confesó.

-Eso está mejor -cruzó los brazos frente al pecho.

Era tan alta como Paula, un  poquito  más  llena,  y el parecido familiar resultaba  obvio-.

-Ya no eres tan  jovencita, ¿Sabes?

-Bueno, considerando que tú nunca te casaste... -dijo Paula. Era una antigua broma que se hacían entre ellas.

-No fue por falta de pretendientes -contestó inmediatamente la anciana-. Nunca quise que un hombre fastidioso estuviera entrometiéndose en mi vida.

-Además, ¿En dónde habría dormido? -preguntó Paula riendo ya que sabía que en la habitación de su tía apenas cabía la cama debido a que las plantas ocupaban el resto del espacio disponible

-¡Boba!

-Hambrienta -corrigió con una carcajada-. ¿Cuándo estar preparada la comida?

La forma más segura de alejar los pensamientos tristes era pasa un día con la tía Juana. su despreocupada forma de contemplar la  vida infundía ánimos a Paula y le hacía ver las cosas desde una perspectiva mucho más halagüeña. El inesperado encuentro con Pedro Alfonso dejó de parecerle importante. Pensó que  era  inevitable.  Ella trabajaba con abogados  en  esos  círculos la familia Alfonso era muy conocida. Decidió no concederle importancia; después de todo, no pensaba volver a ver a Pedro Alfonso en su vida.

1 comentario:

  1. Muy buenos capítulos! Que raro que Pedro quiera casarse así nomas. Sin conocerse!

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