jueves, 29 de septiembre de 2016

La Venganza: Capítulo 5

El juicio duró muchos meses. Paula y su madre sufrieron el acoso de los fotógrafos y los periodistas hasta el mismo día en que enterraron a su padre.

-Fue una pena que nunca se llegara a saber la verdad de toda esa historia -continuó  Claudio  Hammond  moviendo  la  cabeza-.  Estoy  seguro  de  que  Horacio se  habría  convencido.  Pero  no  quiero  aburrirte,  querida,  especialmente  en  un  día  como hoy. Los viejos como Horacio  y yo no pueden interesarte mucho. Anda y diviértete. Todavía es temprano.

Paula le miró atontada. Pedro Alfonso era el hijo del hombre al que ella más odiaba. el responsable del suicidio de su padre y de la prematura muerte de su madre, el causante  de  todas  sus  desgracias,  el  culpable  de  que  perdiera  a  David,  el  hombre  que amó. Trató  de  serenarse,  y  lo  consiguió,  nadie  debía  notar  su  sufrimiento.  Necesitaba  estar sola y entró al tocador.

Los recuerdos se apoderaron de ella. Hacía doce años que su madre y ella se habían cambiado el apellido Chaves por el de Schulz. Pero ese cambio no pudo erradicar la vergüenza que la madre sentía. Su esposo había sido acusado de ladrón y su suicidio antes de que fuera sentenciado, lo confirmaba. Durante  los  cinco  años  siguientes,  Paula vió  cómo  su  madre  iba  decayendo  poco a  poco. El rostro se le marchitó y desapareció su aspecto alegre y juvenil. En los últimos meses  ya ni  se tomaba  el  trabajo  de  arreglarse.  Tenía  treinta  y  ocho  años  cuando  sufrió un ataque al corazón; eso diagnosticó el médico, pero Paula sabía cuál había sido la  verdadera  causa  de  su muerte.  A  los  diecisiete  años,  la  chica  juró  vengarse  de  Horacio Alfonso. Decidió ser secretaria para tener algún día la oportunidad de trabajar para él, y desacreditarle. No sabía cómo iba a hacerlo, sólo  sabía  que  si  se  había  equivocado  con  su  padre,  tenía  también   que  haberlo   hecho   en   otros   casos,   casos   en   los   cuales   lo   único   que   le   interesaba era ascender en su carrera. Antes de terminar los estudios supo que Horacio Alfonso se había retirado y sus planes de venganza se vieron frustrados. Pero acababa de enterarse de que Horacio tenía un hijo, y precisamente él, el hijo del hombre  al  que  odiaba,  le  había  dicho  que  quería  casarse  con  ella.  No  le  gustó   desde el  principio,  ni  siquiera  antes  de  saber  quién  era.  Sin  embargo,  después  de tanto tiempo, se le brindaba la oportunidad de vengarse. La idea de la venganza, que había abandonado hacía tiempo, volvió a asaltarla.

-Querida  Paula-Rosa  Hammond  entró  en  el  tocador  para  reunirse  con  ella  frente al espejo-. Por un momento pensé que te habías marchado sin despedirte.

Paula  se sobrepuso con dificultad.

-No haría eso, señora Hammond -trató de sonreír.

En sus ojos se reflejaba una profunda tristeza. Le agradaba la esposa de su jefe, le parecía que tenía un sorprendente sentido del  humor,  a  pesar  de  las  toscas  maneras  de  su  marido,  propias  de  los  hombres  del  norte  del  país.  Rosa,   siendo  originaria  del  sur,  era  más  reservada,  pero  a  su  franco  esposo  le  gustaba  llamar  a  las  cosas  por  su  nombre,  lo  que  a  veces  provocaba  situaciones embarazosas. A Paula le parecía una pareja encantadora.

-A Claudio y a mí nos gustaría que vinieras mañana a comer con nosotros. ¿Podrás? Rosa arqueó las cejas; seguía siendo una mujer atractiva y vigorosa pese a sus sesenta años de edad.
-Sólo estaremos los cuatro.

-¿Los cuatro?

-Tú, Claudio, yo y por supuesto Pedro.

Si lo último pretendía ser un incentivo, tuvo todo el efecto contrario.

-Lo siento -negó Paula con la cabeza-. Tengo que visitar a mi tía.

Rosa hizo un gesto de disgusto, parecía desilusionada.

-¿No podrías ir otro día?

-No, me temo que no.

Juana,   su  tía  abuela,  no  le  perdonaría  que  faltara  a  una  de  sus  visitas.  La  anciana estaba en un asilo desde hacía dos años. A veces Paula pensaba que era su tía la que dirigía el asilo, en lugar de la directora.

 -¡Qué  lástima!  -exclamó  Rosa  contrariada-.  Pedro  sólo  va  a  estar  con  nosotros el fin de semana. después volverá a su casa. ¿Podrías venir a tomar el té?

De nuevo, Paula negó con la cabeza, contenta de tener una excusa real para negarse; de lo contrario. Rosa lo habría notado. No quería volver a ver a Pedro Alfonso jamás. Le odiaba por los amargos recuerdos que le evocaba.

-Suelo pasar el día entero con mi tía -le dijo.

-Bueno. supongo que nada se puede hacer -murmuró Rosa disgustada-. Me hubiera gustado que conocieras a Pedro.

-Ya le conozco -dijo Paula con voz fría.

-Me refiero a conocerle fuera de la confusión de la boda. Estuvo en América varios años y ha perdido contacto con muchos de sus amigos. Por su puesto, hemos sido amigos de la familia desde que Pedro era niño. Pero pensé que quizá tú... bueno, si no se puede, es lo mismo -se detuvo resignada. Regresa a la fiesta, Paula.

 -Dentro de un momento voy. Quiero retocarme el maquillaje.

Rosa sonrió.

 -Tú siempre estás hermosa. Cuando se llega a mi edad, entonces sí se necesita algo más que un retoque.

Paula rió,  pero  su  humor  se  desvaneció  tan  pronto  como  la  dama  se  hubo  retirado.  Sospechaba  que  había  sido  Pedro Alfonso el  que  había  pedido  a  los  Hammond  que  la  invitaran.  Ella  se  llevaba  bien  con  la  pareja,  le  gustaba  hablar  con Rosa cuando iba a la oficina de su esposo, pero nunca había sido invitada a su casa. Pedro Alfonso había   estado   en   América   varios   años.   Paula pensó   con   amargura  que  para  un  hombre  como  él,  cuyo  padre  era famoso  y  respetado,  debían estar abiertas todas las puertas. Durante  mucho  tiempo  estuvo  tratando  de  olvidar  su  odio,  y  lo  consiguió  cuando  se  enamoró  de  David.  Después  de  ser abandonada,  volvió  a  renacer  el  odio por el hombre causante de sus   desdichas.   Tuvo   que   abandonar   su   departamento  y  buscarse  un  nuevo  empleo, tratando siempre de no amargarse la existencia por segunda vez. Y cuando todo parecía olvidado, aparecía Pedro Alfonso en su vida, amenazando su seguridad y destruyendo su confianza en sí misma. No  estaba  dispuesta  a  permitir que  la  destruyeran.  Ella  era  Paula Schulz,   no  Paula Chaves.  Era  la  competente  secretaria  de un  famoso  abogado  de  Londres y ningún ser humano podría reprocharle su pasado. Se excusaría lo más pronto posible y abandonaría la recepción para no volver a ver jamás a Pedro Alfonso.

-Creí que ibas a quedarte ahí toda la noche, gatita.

Allí  estaba  Pedro Alfonso,  apoyado  contra  la  pared  a  una  distancia  prudente.  Evidentemente, la estaba esperando. Paula vio cómo se acercaba a ella. No se parecía a Horacio. Tenía el pelo más oscuro que su padre, era más alto y   no   tenía   tendencia  a  engordar;   sus   facciones   eran   parecidas   aunque   más   definidas en el hijo, la rudeza no estaba oculta bajo una capa de encanto y una expresión agradable. Aquella  rudeza  escondida  se  desató  con  crueldad  una  vez  que  Horacio Alfonso tuvo a su padre en las manos. Era como ver a una serpiente reptando tras un indefenso  ratón.  Su  padre  no  lo  pudo sosportar.  y  acabó  quitándose  la  vida.  Eso era lo que ella le debía a Horacio. Al  día  siguiente  de  la  muerte  del  padre,  alejadas  de  toda  la publicidad,  su  madre  y  ella  leyeron  la  carta  que  él  había  escrito  para  ellas.  Declaraba  su  inocencia a pesar de haber pasado varios meses en una celda de la prisión, supo que no podría cumplir la pena que le esperaba y prefirió morir antes que vivir degradado.

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