jueves, 15 de septiembre de 2016

Amor Salvaje: Capítulo 27

Paula pudo notar un leve empañamiento de sudor en su frente cuando sus dedos se deslizaron por su espalda para atraerla hacia sí. Las muletas cayeron al suelo sin que ninguno de los dos lo notara. El calor de su aliento contra sus labios, el especioso aroma masculino, tiraron sus defensas por tierra. El primer contacto fue breve, un ligero roce en la comisura de los labios, el segundo, un leve tirón de su labio inferior. Un sonido de protesta escapó de los labios de Paula, pero no por la caricia, sino por la frustración y la tortura.

-Pedro, yo...

Él respondió a su súplica quebrada con un estremecido gemido y cubrió sus labios con fuerza antes de sumergirse sin contención en los húmedos y oscuros huecos de su boca con una ferocidad que la cargó de profundo deleite. El placer se acabó demasiado pronto. Recogiendo las muletas que él había alcanzado para ella, Paula no se atrevió a alzar la vista para no ver la expresión de disgusto contra sí mismo que siempre aparecía después de aquellos momentos. ¡Y encima la había besado a la luz del día! Dios sabía cuanta gente los habría visto. Se estremeció al pensarlo.

-¿Estás bien?

Ella alzó la cabeza.

-¡No, no estoy bien! ¡Estúpido, estúpido hombre! ¡Vaya pregunta! - ¿Es que no sabía la agonía que era para ella estar sólo en su compañía?

Pedro se pasó los dedos por el pelo rubio.

-Sería mucho más simple si mintieras, al menos una sola vez.

-Vete -rogó con debilidad-. Vete a reñir a tu novia, no a mí. No fue precisamente educada. ¿O es que no te diste cuenta?

Belén Talbot era una cretina de primera categoría, pero Pedro parecía ciego.

-Teniendo en cuenta las circunstancias, se contuvo bastante.

-¿Qué circunstancias?

-Le hablé de tí.

-Eso ya lo noté, pero supongo que hay más, ¿Verdad?

-Le dije que me atraías... y mucho. Y que aquel sentimiento era mutuo.

Paula lo miró con la boca abierta de incredulidad.

-¡Hablaste... hablaste de mí con ella!

Se sentía humillada ante la idea.

-Me lo preguntó y se lo conté.

-¿Así de simple?

-Fue muy comprensiva -observó Pedro con tono neutral.

-Esto es cada vez más increíble. ¿Y te dió permiso para acostarte conmigo?

-No te pongas histérica.

-Me pongo tan histérica como me dé la gana. Mis modales no son los de Belén, ni falta que me hace -¿Qué mujer podría haber oído aquello de su prometido y permanecer calmada?-. Desde luego has encontrado oro, ¿Verdad, Pedro? Una esposa comprensiva. ¿Qué más podría desear un hombre?

-¡Yo no quiero una esposa comprensiva!

Paula comprendió por su mirada conmocionada que era la primera vez que se lo admitía a sí mismo y se tragó el borbotón de respuesta que tenía en los labios. «Sigue estúpido hombre, suéltalo».

-Este no es el momento para discutir de este asunto.- ¡Como si no fuera asunto de ella!

-Ya entiendo -dijo Paula con voz peligrosa-. O sea que Belén y tú pueden hablar de mí, pero yo no puedo hablar de ella. Ya he oído hablar de situaciones de pérdida, pero esta es malditamente, malditamente... ¡Oh? ¿Dónde estará Pablo? Debería estar aquí.

-El fiel Pablo.

-Ya puedes quitar ese tono de superioridad de la voz. Al menos puedo pasear con él sin que me asalte.

-Quizá no le provoques a propósito.

-Un poco de oposición podría doblar ese cuello rígido tuyo. Supongo que Belén creerá que todo lo que dices tú está grabado en piedra. ¡Bueno, pues yo no! Sólo porque seas un brillante cirujano no quiere decir que seas buena persona.

-¿Es eso un hecho?

-Lo es. Me da la impresión de que no mucha gente se te enfrenta cuando dices tonterías.

-¿Y has decidido tú sola rectificar la situación?

-Desde luego, no perdería ni un minuto de mi tiempo en tirar por tierra el mito del endiosado doctor. Ahí está Pablo.

-¿Qué es exactamente lo que hay entre ustedes dos? -preguntó Pedro mirando con desaprobación a sus espaldas.

-Perdona que te haya hecho esperar, cariño -se acercó jadeante Pablo al lado de Paula-. ¡Alfonso!

-Tu sincronización es impecable, Pablo -dijo Paula con voz cortante-. Le estaba diciendo al doctor que se metiera en sus propios asuntos. Es siempre un placer hablar contigo -dijo agarrando las muletas.

-¡Diablos, Pau! ¿Qué le has estado haciendo? -preguntó Pablo corriendo tras ella-. Pensé que iba a... Tengo el coche estacionado ahí -terminó colocándole la mano plácidamente en el hombro.

-¡Muy masculino suponer que era culpa mía!

Paula se encogió de hombros para zafarse de su mano.

-No quería decir eso. Sólo que tenía una mirada tan asesina....

-Puede que quieras saber que me preguntó si me acostaba contigo.

-¿Que qué?

-Ya lo sé. Lascivo, ¿Verdad?

-¿Lo es?

Pablo  se detuvo con la llave en la cerradura.

-Yo creo que tú sabes que lo es -dijo un poco triste. La rabia había dado paso a una profunda sensación de infelicidad-. Escucha, no sé lo que pasó entre Romina y tú, pero no puedo creer que vayas a abandonar tu matrimonio sin luchar. A menos que hayas cambiado por completo.

-Tú no lo entiendes.

Tenía cara de frustración cuando rodeó el coche para abrirle la puerta.

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