sábado, 3 de septiembre de 2016

Amor Salvaje: Capítulo 5

-¿Un tratamiento... que implica que se obtiene algún beneficio?

-Les dije que tenían mucho en común -Alejandra resplandeció de placer-. Los dejaré solos para que puedan hablar.

Paula observó como la asombrada mirada de Pedro seguía a su madre.

-No, no es una estúpida -le informó-. Es sólo que sigue queriendo ligarme con todos los hombres libres que encuentra y supongo que te habrá clasificado en esa categoría. Ya le he dicho que si está tan desesperada por mi habitación, me iré de la casa, pero nada le hace desistir de intentar casarme. Es injusto, ella no interfiere en la vida de Pepi o en la de Valen, aunque quizá sea porque no las tiene al lado.

-¿Vives en casa de tus padres? -Pedro sonaba incrédulo.

-Cuando no estoy haciendo el amor con cualquier hombre en un radio de cincuenta kilómetros a la redonda, sí. Te recuerdo que viví un par de años en Londres antes de empezar enfermería. No llegué a sacar el título.

-A algunas personas les cuesta terminar cualquier cosa que empiezan.

Su expresión neutral no la engañó.

-Nosotras no tenemos tu respetabilidad sólida como una roca, querido - murmuró Paula con ganas de abofetearle.

-No era una crítica, era sólo una observación.

-¡Todo lo que dices tú es una crítica!

-Es una fiesta estupenda. Ya está. ¿Te parece bastante halagador? Creo que la has organizado tú.

En ese momento un joven de la pista de baile chocó con la espalda de Paula empujándola contra Pedro. La bebida que tenía en la mano se derramó por la camisa de él al mismo tiempo que su mejilla chocaba contra la tela mojada y él estiraba los brazos para sujetarla. El masculino aroma especioso, los fuertes latidos de su corazón y la tensión que contenían aquellos músculos duros de su torso hicieron que la cabeza le diera vueltas.

-Es sólo limonada -balbuceó-. No te quedará mancha -alzó la vista para encontrarse con la serena y fría mirada de él-. ¡Por Dios bendito! No lo he hecho a propósito. No ha sido un truco planeado para abalanzarme sobre tu cuerpo, así que relájate.

Paula todavía tenía la respiración jadeante mientras intentaba calmarse. Pedro hubiera deseado poder seguir su consejo y relajarse, pero la tensión le tenía contraída la columna vertebral y todos sus conocimientos de anatomía no iban a servir para solucionarlo. Sólo aspirar el femenino y cálido aroma de ella podría ayudarle.

-¿He hecho algo para molestarte? -preguntó al ver aparecer y desaparecer el color en la vivida cara de la mujer que tenía delante.

Se sentía fascinado de que alguien tuviera las emociones tan a flor de piel. ¿Sería de verdad tan transparente?, se preguntó.

-¿Aparte de atacarme cuando estaba desprevenida?

Paula estaba intentando analizar qué era lo que tenía aquel hombre para conseguir inquietarla tanto.

-Ha sido un accidente.

Su cara se contrajo de enfado hacia sí mismo al recordarlo. ¡Pero otras partes de su cuerpo respondieron también al recuerdo!

-Pero lo disfrutaste.

-¡Sí!

Parecía que le habían arrancado la admisión con tenazas.

-Si te consuela saberlo, yo también.

Los ojos de él brillaron momentáneamente con una emoción muy básica que le hizo desear haber contenido la lengua.

-No, Paula. No me sirve de consuelo en absoluto. Tú eres una mujer muy atractiva y cualquier hombre se sentiría halagado...

Pero él no, pensó ella esbozando una sonrisa para ocultar la humillación que estaba sintiendo. «¡Por Dios bendito, Paula! ¡Si ni siquiera te gusta!».

-El asunto es que estoy buscando una casa para venirme a vivir aquí con mi mujer. Al menos ella estará…

Era como haber recibido una bofetada en la cara. Por un momento no supo con quien estaba más furiosa, si con él por dejarle entrever un atisbo del paraíso o consigo misma por ignorar todas las señales. ¡El muy bastardo, tenía mujer!

-Yo no soy lo bastante discreta para un hombre casado -de nuevo la brillante carcajada-. Puedo presentarte a un agente inmobiliario si estás interesado. Hay dos por lo menos en la fiesta. Déjame buscarlos.

Sin mirarlo, se alejó decidida. El problema de ser abierta, reconoció tragándose unas lágrimas inexplicables, era que te dejabas a tí misma abierta a la humillación y al daño. Su corazón eternamente optimista le decía que algún día conocería a alguien que merecería la pena el riesgo.

Cuando uno de los agentes inmobiliarios que le había enviado a Pedro se acercó a ella después a darle las gracias, su optimismo decayó aún más.

-Creo que voy a deshacerme por fin del antiguo rectorado, Paula -comentó frotándose las manos-. Los sitios de ese tamaño y precio son muy difíciles de vender.

-¿No es un poco grande? -preguntó ella con envidia por la vieja casa victoriana que siempre le había encantado.

-No para una familia de cuatro. ¿O eran cinco? De todas formas, él quiere un montón de espacio.

Paula lo contempló alejarse radiante por la venta que pensaba hacer. Una oleada de pura rabia la asaltó. ¡Qué hombre tan patético, infiel y sin escrúpulos! Esperaba no volverse a cruzar con Pedro Alfonso porque no podría contenerse. Los hombres casados que iban por ahí besando a otras que no eran sus mujeres eran despreciables para ella. «¡Vaya con tu instinto!», pensó con disgusto. «Sólo estabas respondiendo a la lascivia y apuesto a que él se ha estado riendo todo el tiempo. ¡El muy canalla!».

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