jueves, 1 de septiembre de 2016

Amor Salvaje: Capítulo 2

Ya lo veo.

-Eso no ha sido muy amable.

Para alguien que trabajaba de cara la público, aquel hombre tenía un aire distante que era bastante atractivo. ¿Se escondería un hombre cálido e interesante bajo la austera apariencia? ¿Sería de humor aquel brillo de sus ojos? Eso esperaba. Hubiera sentido mucho que se tratara de un estirado. Sin embargo era muy guapo, concedió.

Aquella mujer no tenía la apariencia distante de su hermana, que era una mujer muy serena. No había nada encubierto acerca de la sexualidad de la morena. Sin pretenderlo, sus ojos se deslizaron sobre su esbelta figura.

-Bailas bien.

Recordó las ondulaciones en la pista de baile y sintió una contracción en la garganta.

Paula se estremeció. Se había dado cuenta de que había estado observándola desde el extremo de la sala, pero aquel escrutinio más cercano le aceleró el pulso. Había sido difícil no fijarse en él incluso en la sala atestada de gente. Era alto y esbelto con un pelo rubio que brillaba bajo los neones. Era el tipo de persona que causaba impacto desde que entraba en una habitación y los gráciles movimientos de sus largas extremidades habían capturado su imaginación.

Se había dicho a sí misma que probablemente sería un estrecho o un tímido, pero al verlo más de cerca en ese momento, se dio cuenta de que no era ninguna de las dos cosas. De cerca, su aire de autoridad era más pronunciado, así como la forma fluida con que se movía. Sus ojos eran de un verde misterioso y su piel levemente bronceada. Si se le sumaba la boca firme y nariz aguileña resultaba, en resumen, perfecto. Si una era del tipo de persona que se dejaba impresionar por tales cosas. Ella, por supuesto, no era tan superficial, pero era lo bastante humana como para sentir un mudo placer cuando su hermana había asegurado que aquel soberbio espécimen no era su pareja. Se preguntó si alguna vez sentiría lo suficiente por un hombre como para ponerlo por encima de su relación con sus hermanas. Lo dudaba.

-¿Sabes bailar? -bromeó.

-Con menos abandono que tú.

-Me puedo adaptar.

-¿Me estás pidiendo que baile?

-¿Debería esperar a que me lo pidieras tú?

Paula  esbozó una leve sonrisa y ladeó la cabeza en un gesto que desveló su cuello de cisne que dejó el sano juicio de Pedro desbordado. Él había dejado atrás la impulsividad juvenil hacía años, pero de alguna manera se encontró demasiado intrigado como para retroceder ante el reto de sus modales provocativos.

-¿Crees que lo haría?

La oleada de electricidad que pasó entre ellos fue casi física por su fuerza. El destello en los ojos abiertos de ella reveló que también había captado la sensación.

-Si la música que pusieran mantuviera tu dignidad, creo que te hubieras decidido a hacerlo.

-¿Crees que tengo dignidad?

Su boca se arqueó en una curva sarcástica y sus ojos sonrieron casi a regañadientes.

-Dios, ¿hace siempre tantas preguntas? -preguntó Paula a su silenciosa hermana-. Creo que tu dignidad es imponente. Estoy segura de que tienes a todas las enfermeras volando a cumplir el mínimo de tus deseos.

-Tienes una idea muy desfasada de la relación entre médicos y enfermeras.

Delfina los contempló alejarse con gesto de preocupación. Ella también había notado la inexplicable electricidad que había flotado Pedro Alfonso y su hermana. Se había quedado sin aliento sólo de escuchar sus provocaciones, pero había sido la silenciosa comunicación de sus cuerpos lo que le había preocupado más. ¿Cómo podría advertirle a Paula sin hacer de hermana entrometida?

Él sabía bailar, lo que fue la primera sorpresa agradable para Paula. La segunda fue el efecto que su proximidad le causó en el sistema nervioso. Los estremecimientos que le sacudían todo el cuerpo le hacían olvidar la tirantez de la rodilla. Todas las parejas de la pista estaban bastante abrazadas, lo que le permitió apreciar la dureza del cuerpo de su compañero y su musculosa figura.

-Bailas muy bien, Pedro.

Alzó la cabeza para mirarlo. Estaba intrigada por los ángulos planos de su cara y su expresión sardónica que caía casi en la desaprobación.

-¿Eres siempre tan amistosa, señorita Chaves?

Su tono consiguió que la palabra amistosa tuviera una connotación desagradable. Bailar podría ser un entretenimiento inocente, pero Pedro había descubierto que no lo era tanto cuando su pareja era aquella inquietante joven. «¿Qué diablos estoy haciendo?», se preguntó enfadado.

-Estás aquí para conocer a la gente de la localidad -señaló Paula contestando a su muda pregunta.

Reconocer la repentina hostilidad en el tono de voz hizo que la sonrisa se desvaneciera de su cara y la sensación embriagadora se disipara. No había nada agradable en su repentino cambio de humor. Ella había experimentado la extraña sensación de haberse embarcado en una de las mayores aventuras de su vida y normalmente tenía mucha intuición. Pero parecía que se había equivocado.

-Yo soy de aquí, pero si has bailado conmigo sólo por educación, será mejor que lo dejemos. Creía que te apetecía bailar.

Empezó a separar las manos de su torso, pero él le soltó la cintura para retenérselas con una mano.

-Y me apetecía. Pero no estoy acostumbrado a que las mujeres tomen la iniciativa. Me gusta pedirlo a mí.

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