jueves, 22 de septiembre de 2016

Amor Salvaje: Capítulo 39

-¿Sabes que cuando te ríes se te alza la comisura del labio así? -le rozó la boca con el pulgar—. Nunca olvidaré la forma en que me sonreías la primera vez que te ví. Lo he intentado. Te estabas riendo de mí con tus ojos, esos ojos tan bonitos -gimió-. No podía creer que nadie pudiera estar tan increíblemente sensual sin realmente intentarlo. Pensé: ¿Quién diablos se cree que es? ¿Por qué está tan satisfecha de sí misma cuando yo estoy desquiciado?

-Quería que te rieras conmigo, Pedro, pero lo único que hiciste fue mirarme por encima del hombro.

A Pedro le aletearon las fosas nasales cuando ella estiró los brazos hacia él. El gesto fue tan grácil como todos lo que ella hacía y le inspiró un ciego deseo erótico. Movió las manos hacia sus caderas y enganchó los dedos en la cinturilla de sus bragas, un sedoso y diminuto pedazo de tela a juego con el sujetador de encaje, que era lo único que llevaba puesto. Paula se inclinó hacia adelante y enroscó los brazos alrededor de su cuello.

-Deseaba hacer esto entonces -jadeó él atrayéndola hacia sí hasta que sus senos rozaron contra su torso. La besó entonces con fiera desesperación dejándola sin resuello-. Quiero apretar cada pulgada de tu cuerpo -deslizó la mirada hacia sus senos. Los pezones eran visibles bajo el encaje transparente y Pedro lanzó un bramido antes de enterrar la cabeza para saborear la lustrosa y suave piel-. Saborear cada pulgada de tí.

Paula se sintió ahogar en una pesada ola de delicia sensual. Sus manos habilidosas se movían en arabescos sobre su espalda mientras los labios en sus senos la volvían frenética.

-A mí también me gustaría saborearte -murmuró ella con timidez.

-No necesitas permiso -le aseguró Pedro moviendo los dedos hacia los botones de la camisa-. Puedes hacer lo que te apetezca.

Una punzada de excitación le recorrió el cuerpo tembloroso.

-Déjame hacerlo a mí.

Los botones se deslizaron al instante bajo sus dedos y cuando apartó la tela se le contrajeron los músculos del estómago. ¡Dios, qué bello era! Deslizó la camisa por sus hombros y se apretó contra él abandonándose a la lujuriosa sensación de la piel contra la piel. Parpadeó cuando la hebilla de su cinturón se le clavó en el vientre.

-Deja que me quite esto -dijo Pedro rodando al borde de la cama.

De espaldas a ella se quitó los pantalones y los calzoncillos. Su espalda y sus nalgas eran firmes y tensas. Los músculos que se deslizaban con suavidad hacia sus muslos se flexionaron y abultaron cuando dió un par de pasos antes de darse la vuelta hacia ella.

Preparada como había estado a ver la flagrante imagen de un hombre en el culmen de su pasión primaria, verlo la dejó sin aliento. ¿Podría ser que las dimensiones de ella no fueran tan normales como pensaba o sería él?

-No creo que sea posible -jadeó mirándolo con fascinación-. Puede que yo no sea adecuada para la ocasión.

-¿Confías en mí? -preguntó Pedro reuniéndose con ella. Un especioso aroma emanó de su cuerpo caliente y los ojos le brillaron con ternura.

-Sí -dijo ella sin tener que pensarlo.

El placer y la salvaje satisfacción de su respuesta sincera se leyeron con claridad en la cara de él.

-Tócame -pidió cruzándose de brazos por encima de ella.

Paula deslizó los dedos por su torso, donde los músculos estaban claramente delineados, para bajarlos hacia su plano vientre.

-Muy bien, dulzura. No te pares...

Su ronca súplica animó su tentativa exploración. Con el labio inferior entre los dientes, Paula soltaba suaves gemidos cuando él respondía a sus masajes.

Cuando Pedro le capturó la mano y la apartó a un lado, ella lanzó un gemido de protesta que él ahogó con la boca. Cuando descendió hacia su cuerpo, descubrió con la boca y las manos todos sus puntos vulnerables. Le dijo con palabras y gestos lo preciosa y deseable que la encontraba. Cuando avanzó hacia la suave curva de su vientre y ella pensaba que ya había experimentado todas las sensaciones placenteras posibles, comprobó que se había equivocado.

-Creo que podemos prescindir de esto.

Las bragas sedosas se deslizaron por sus muslos y Pedro se arrodilló entre sus piernas para despojarla lentamente de las medias.

-Por favor, Pedro, por favor.

-Todavía no.

Sus manos se estaban moviendo por la suave y sedosa piel de sus muslos. Paula gimió cuando él paladeó la suave piel de la cara interna de su muslo. Los últimos atisbos de control la abandonaron cuando su lengua se movió más arriba, siguiendo el camino que habían trazado sus dedos que ya habían llegado al húmedo corazón de su frustración.

Paula estaba jadeando su nombre mientras su cuerpo se arqueaba de lado a lado. La tortura se detuvo inesperadamente.

-Te necesito, Pedro -medio sollozó ella.

-Yo también te necesito -aseguró él con firmeza. Entonces se arrodilló entre sus piernas abiertas y la levantó sin esfuerzo hasta sentarla en sus rodillas. Paula sintió el empuje de su deseo contra su bajo vientre y se apretó a él febril para aumentar el contacto. Se aferró con determinación a sus hombros para sujetarse.

-Eso es.

Alterando el ángulo de su cuerpo, Pedro la penetró lentamente y ella se abrió como una flor al sol. Una serie de contenidas sacudidas la dejaron ansiosa por aumentar la presión que le producía un placer tan delicioso.

-¿Es esto lo que quieres?

Los músculos de Pedro se inflaron al empujar más adentro en la receptiva humedad del corazón femenino.

-¡Sí! -gritó Paula triunfal.

Sus manos se aferraron a las musculosas nalgas de él y sus piernas se enroscaron alrededor de su espalda cuando se movieron los dos como si fueran uno. El repentino espasmo de placer fue salvaje. Paula perdió toda coordinación cuando las oleadas la sacudieron. Su alivio siguió enseguida al de ella y juntos cayeron en la cama fresca bajo sus cuerpos ardientes.

-¿A dónde crees que vas?

Paula se detuvo a medio camino de salir de la cama.

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