-No hay nada de raro en ello -explicó Pedro con expresión tensa-. En aquel momento, ella era la única persona que había conocido bien a Alberto y lo echaba de menos.
-Quizá yo haya sacado conclusiones precipitadas. Estoy segura de que Delfi tiene más sentido común, interesarse por alguien que está ya comprometido. No suele ser la fórmula de la felicidad.
-Muy sutil. Pero no hace falta sutileza a estas alturas de nuestra relación, Paula. No hay duda de eso. Si Delfi ha perdido el corazón, no ha sido por mí. Un hombre siempre sabe cuando una mujer está enamorada de él.
-¿Tú crees?
¿Estaría intentando decirle que sabía lo de ella?
-Yo sé que no amas a tu Pablo.
Paula lanzó un suspiro de alivio que se ahogó por una oleada de rabia.
-¡Y también sabes que no amas a tu Belén!
Le agarró la mano y la apartó de su mejilla. Si él se metía en terrenos pantanosos, ella también podía hacerlo.
-A Belén le importo lo suficiente como para rechazar una oferta de trabajo en Nueva York, un trabajo que siempre había deseado. Cuando la necesité, la tuve a mi lado.
-Y estás demostrando lo agradecido que estás haciéndome el amor a mí.
Se atragantó con la mano de él apresada todavía entre las suyas, mucho más pequeñas.
-¿No crees que eso mismo me lo he dicho muchas veces? Por Dios bendito, Pau, ¿Tienes una idea de lo que pasé cuando te ví bajo ese coche? Sé que es una locura sentir esto -gimió abarcándole la cara con la mano.
Paula sintió un nudo de emoción en la garganta.
-No quiero las sobras, Pedro.
-¿Pretendes que rechace a Belén después de los sacrificios que ha hecho por mí y por los niños?
-¡No espero nada de tí salvo que me dejes en paz!
No fue de extrañar que el resto del trayecto lo hicieran en total silencio. Al llegar a casa de los padres de Paula, una mirada a su perfil la silenció cuando Pedro volvió a levantarla en brazos para llevarla a la granja.
Sus padres la recibieron con tanta calidez que sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas.
-No te puedes imaginar la cantidad de gente que ha estado llamando para preguntar por tí. Eres la heroína local -dijo su madre.
-Espero que se pase pronto.
-Pensaba que querías publicidad -dijo Pedro con incredulidad ante su mueca de desagrado.
-Eso es, ponía aquí, hijo -dirigió Miguel Chaves a Pedro hacia el sofá-. Acabamos de verlos a los dos en las noticias locales. Bueno, sobre todo a Paula. Siéntate aquí. Te estamos muy agradecidos por la ayuda.
-No puedo quedarme. Me espera el taxi ahí fuera y he dejado a mi prometida al cargo de mis sobrinos toda la tarde. Ya es hora de incorporarse al trabajo.
-¿Se han quedado todos en la Rectoría? -preguntó Alejandra después de asegurarse de que la herida de su hija no era grave.
-En un hotel. La casa está inhabitable de momento -lo que no añadió fueron las críticas de Belén-. Los albañiles entran la próxima semana, aunque por suerte, las estructuras están intactas. Cuanto antes podamos entrar a vivir, mejor. Los niños están en casa de mi madre de momento, pero ella no es joven. Es sólo una solución temporal.
Alejandra asintió con simpatía.
-Bueno, gracias por dedicarle tu tiempo a Pau. Nos lo dijo Pablo -intercambió una rápida mirada con su marido que le dejó a Paula inquieta-. Acaba de irse hace un momento. Por fin le convencimos de que se fuera a casa. Pensé que sería lo mejor. A Pau no le gusta que le agobien. Se pone bastante... antipática -prosiguió su madre ignorando el sonido de protesta de su hija-. Pero quizá ya te hayas dado cuenta de eso.
Pedro no comentó nada con prudencia.
-Buenas noches, señor, señora Chaves.
Miguel le estrechó la mano con vigor.
-Gracias, Pedro, querido -dijo Alejandra con calidez.
Miró con intensidad a su hija para que recordara sus modales.
-Gracias -masculló Paula a regañadientes.
Para su sorpresa, Pedro se inclinó con la mano en el respaldo del sofá y le rozó la frente con los labios.
-No te acostumbres a tirarte delante de las ruedas de los coches, ¿De acuerdo?
-No tendría yo muchas esperanzas -oyó a su padre decir mientras salían todos al recibidor-. Ese ha sido siempre el problema de Paula, que nunca piensa antes de actuar.
«Desde luego, me he superado a mí misma», pensó Paula con desmayo. «Esta vez me he enamorado y por mucho que lo piense, el mal ya está hecho».
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