-Me estaba aferrando a un hierro al rojo esa mañana, Paula. Nunca había cuestionado mi integridad hasta que apareciste tú. Aprender que el amor es más fuerte que el orgullo fue una dura lección.
-¿Y qué pasó con nuestra noche juntos? Agoté todas las definiciones del diccionario para el amor y tú no dijiste una sola palabra.
-Pensaba que lo decías por el arrebato de la pasión.
-No, lo decía de verdad.
-No estaba seguro. Por eso esperé. No quería que interpretaras mal mis palabras, pero no pude competir con las vacas.
-Yo pensaba que sólo querías una aventura, Pedro. En lo que a mí respectaba, ibas a casarte con Belén. Y no tenía derecho a pedirte nada que no quisieras dar libremente. Pero amarte me pareció tan perfecto. No podía dejar que te casaras con Belén sin demostrarte lo mucho que te amaba. Pensé que había cometido un error terrible porque tú no sentías lo mismo. No quería ser tu amante.
Pedro le llamó un nombre muy rudo y le apretó con fuerza los brazos.
-Si realmente me amaras, no serías tan rudo.
-No creo que el matrimonio contigo vaya a ser una balsa de aceite.
-¿Es eso una propuesta?
-He aceptado el consejo de mi familia...
-Pedro, no me casaré contigo sólo porque les caiga bien a los niños.
Una nube empañó su alegría.
-Sofía me dice que ni ella ni Marcos son niños. Mi querida Paula, incluso si los niños te odiaran, me importaría un comino aunque la vida puede ser más fácil si no te odian. Todavía no me has dado una respuesta. ¿Es por la familia ya hecha?
-De ninguna manera. Son más fáciles de tratar que tú.
-¡Entonces dime que sí, Paula! Dí: te quiero, Pedro y me casaré contigo.
-Eso se llama coacción -se burló ella.
-Estas dos semanas han sido un puro infierno, Paula y no pienso dejarte ir hasta saber que eres mía.
-Me he sentido tan miserable -gimió ella rodeándole el cuello con los brazos-. Eres el único hombre al que he seducido y amado en toda mi vida.
Los ojos castaños brillaron al alzar la cara.
-Y tú eres la única mujer por la que me he vestido de conejo. Y no es la primera vez que me pongo en ridículo. Me había jurado no repetir la experiencia desde aquella horrible mañana. Sólo que hay algo contagioso en tu ímpetu. Has hecho que mire al mundo con tu ojos y, ¿Sabes una cosa? Realmente no es un sitio tan malo siempre que estés tú en él.
-No me digas esas cosas. Me vas a hacer llorar.
Pedro miró sus pestañas húmedas con tierno asombro.
-Nunca entenderé a las mujeres.
-Eso es evidente o no te hubieras prometido a Belén. Cuando me advirtió de que me mantuviera al margen...
-¿Advertirte?
-Me hizo un visita que si hubiera sido Valentina, hubiera acabado arrastrada por la alfombra. Tiene un temperamento que le hace ir directa a los puños.
-¿En qué tipo de familia voy a meterme? -sus ojos se inflamaron de pasión cuando Paula se rió al mirarlo-. ¡Dios, cuánto deseo hacerte el amor!
-En ese caso podría ser buena idea acabar esta carrera.
Un rato después, llegaron a la meta con las manos enlazadas.
-No ha sido tu mejor tiempo, Paula -bromearon algunos organizadores sin dejar de mirar a Pedro con curiosidad.
-Me temo que ha sido culpa mía -Pedro sonrió más al verla sonrojarse-. Necesitaba una enfermera.
-¡Ah, ahí estás Pedro!
Una voz familiar, desvió la atención de Paula.
-¡Madre! ¿Qué estás haciendo aquí?
La voz de Pedro contenía un tono de resignación al volverse para mirar a la alta y elegante mujer ante la que la multitud se apartaba.
Paula la miró fijamente. Aquella no podía ser la frágil dama que había hablado con ella por teléfono. Podía ser mayor, pero parecía rebosante de salud.
-He venido a verte competir, cariño. Siempre iba a verlos a Federico y a tí en el día de los deportes.
-Supongo que serás demasiado mayor para escuchar por los agujeros de las cerraduras.
-Nunca he hecho algo tan vulgar, Pedro. ¿No vas a presentarme a tu encantadora amiga? Creo que ya hemos hablado antes. ¿Eres Paula? Me moría de ganas de conocer a la mujer que podía hacer disfrazarse de conejo al serio de mi hijo.
-¿Cómo has…?
Su madre le dirigió una sonrisa de superioridad.
-Cuando una tiene un hijo tan misterioso y poco cooperador tiene que tener sus recursos. -Paula sonrió con timidez.
-¿Señora Alfonso?
La mirada de la señora estaba clavada en la mano de ella en la de Pedro. Paula intentó desenlazar los dedos, pero Pedro se lo impidió.
-Soy la señora Morales, pero puedes llamarme Ana. ¿O madre? -dirigió una mirada retadora en dirección a su hijo-. No me mires con esa cara. ¿Puedes culparme de que sienta alivio de verte con alguien agradable después de esa arpía? Y considerando lo poco que te gusta demostrar tus sentimientos en público, ir de la mano debe ser una declaración de amor. ¿No le encuentras un poco reservado? -le preguntó a Paula con curiosidad-. Iba a decir cerrado, pero... -sonrió cuando Pedro se encogió de hombros con resignación. Los chicos no quisieron cambiarse el apellido cuando me casé con Gerardo -le explicó a Paula.
-Paula está un poco sorprendida porque esperaba encontrarse con una anciana de pelo gris. Creo que hiciste una actuación merecedora del Oscar por teléfono.
-Estaba muy preocupada en ese momento. No puedes culparme de haberme aprovechado de las circunstancias.
-Eso ya lo hace él mismo -comentó Paula.
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