sábado, 10 de septiembre de 2016

Amor Salvaje: Capítulo 19

Lo cierto era que prefería miles de cámaras que los ojos de Pedro Alfonso. ¿Iba a ser siempre así?, se preguntó con debilidad.

-Bueno, pues no se te notaba. Estabas muy natural.

-Creo que los disfraces de época han sido una idea brillante. ¿Quién hubiera pensado que aparecerían tantas cámaras?

La sonrisa de Paula contenía una sombra de ironía. Después de las horas que se había pasado llamando a los medios, lo extraño hubiera sido que no hubiera aparecido ninguna.

-Parece que el señor Shaw ya ha tenido suficiente.

Paula observó cómo el corpulento hombre avanzaba a codazos y se metía en su limusina oficial con chófer. El conductor avanzó sin dejar de pitar. La gente se apartaba a un lado del vehículo mientras éste ganaba velocidad. Todo pasó con tal rapidez que Paula no podía recordar la secuencia exacta.

Parecía como si Rosa tuviera suficiente tiempo para apartarse, pero ella sabía que tenía artritis en la cadera y eso la hacía ir lenta. Se lanzó hacia adelante con un grito de advertencia. De alguna manera, quedó entre el coche y la figura de gris y lo siguiente que supo fue que salió disparada hacia adelante. Se salvó la cara del impacto de la carrocería con las manos, pero sus rodillas recibieron la mayor parte del golpe. Hubo mucho ruido y un frenazo chirriante y el coche paró. Paula ignoró las ansiosas voces de preocupación; en lo único que podía pensar era en el disfraz que había prometido devolver intacto.

-Bien... Estoy bien -dijo zafándose de las manos que se extendieron para ayudarla. El dolor de la rodilla cuando desplazó el peso le quitó el aliento. No, otra vez no, suplicó en silencio.

-Me ha salvado la vida -anunció una voz trémula a su izquierda.

Entonces escuchó la familiar voz de Simón a su lado.

-¿Estás herida?

-Es mi rodilla -susurró.

-Ven, déjame….

-¡No!

El pánico la asaltó cuando él la asió por el hombro.

-Pablo, no puedo moverme. Yo...

Apretó los dientes y sintió la garganta seca.

-Cariño, no puedes quedarte así.

-Soy doctor. Déjenme pasar, por favor.

-¡Vete, Pedro! -susurró cuando sintió que se arrodillaba a su lado.

Paula no se incorporó de su posición a cuatro patas y mantuvo los ojos cerrados.

-Nunca he visto hacer una estupidez de este calibre -su voz grave y furiosa le quitaron todo deseo de abrir los labios.

-Creo que ha sido muy valiente -la defendió un joven desconocido del otro lado-. Y muy rápida.

-Lo último que ella necesita es que la animen -dijo con sarcasmo mientras a ella se le empañaban los ojos de lágrimas-. ¿Puedes moverte?

Su voz se había vuelto más impersonal. Paula sintió sus manos en la nuca.

-¿Crees que estoy a cuatro patas por gusto? -el sarcasmo terminó con un gemido-. Creo que me he hecho daño en la rodilla, la mala. Me duele muchísimo.

-No creo que gritarle vaya a ayudarla en nada.

La expresión de indignación de Simón dejó claro lo que pensaba del doctor. Pedro se dió la vuelta a mirar al poseedor de aquella voz crítica. Vió a un joven agradable de altura normal, vestido de época, que tenía una mano protectora sobre el hombro de Paula.

-Por Dios, Pablo. No ensucies esos pantalones. Ya he arruinado yo un traje.

Paula sintió poca gratitud por su intervención. Miró a los lados y lanzó un gemido cuando Pablo plantó la otra rodilla en el suelo.

-¿Lo ve? ¡Le está doliendo!

-Gracias por su valiosa información, pero si se aparta a un lado, podré hacer mi propio diagnóstico.

-Sólo tenemos su palabra de que es médico.

Pablo estaba rojo de rabia.

-¡No es sólo un doctor! -intervino Belén con indignación-. Tengo que informarle que fue el jefe de departamento más joven del hospital. Pedro, de verdad no creo que debas involucrarte con esta gente. Ya has oído todo tipo de historias acerca de doctores denunciados por negligencia después de atender en accidentes de carretera. Debes considerar tus intereses, cariño. Estoy segura de que la ambulancia llegará enseguida.

-¡Es el interés de mi paciente lo único que me preocupa en este momento, Belén! Haz algo útil. Cuida a los gemelos. Y quite esa maldita cámara de mi cara -añadió con suavidad y una sonrisa tan salvaje que los de la prensa se apartaron.

La novia de Pedro se puso pálida ante la reprimenda.

-Sólo estaba ofreciendo mi consejo -su alma de relaciones públicas estaba conmocionada de que nadie pudiera hablar a la prensa de aquella manera-. No lo decía en serio -se disculpó por él.

-Paula, voy a levantarte de esa rodilla.

-Me da miedo moverme -admitió ella avergonzada de su cobardía.

Los recuerdos de lo mucho que le había dolido la rodilla la primera vez la tenían paralizada y con las extremidades temblorosas. «Debe pensar que soy patética», pensó enfadada mientras se le escapaba un sollozo.

-Ya sé que te duele -dijo él con voz consoladora-, pero estarás mucho más cómoda si desplazas el peso de esa rodilla. Ven, Marcos. Sujétala por la cintura mientras le doy la vuelta.

Paula  sintió el contacto de unas manos competentes.

-Contaremos hasta tres, Paula.

Ella asintió.

La maniobra se realizó con rapidez y Paula quedó sentada en el suelo para poder ver el mundo desde un ángulo más convencional. Al ver todas las caras fijas en ella, se abrazó instintivamente.

-Me siento como una idiota. ¡Y yo no soy tu paciente!

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