-Eso está bien. Toma fluidos -la animó cuando se llevó la cantimplora a los labios.
Con un gemido de frustración, lanzó la taza medio llena a su cabeza.
-¿Es que no entiendes una indirecta? No te quiero.
-Sí, sí me quieres, pero no voy a irme hasta que lo admitas.
-¿Estás loco?
-Sólo desesperado. Esta era la única forma que se me ocurrió para que hablaras conmigo. Sabía que nunca abandonarías la carrera una vez empezada.
-¿Soy tan previsible?
¿Qué diablos estaba haciendo allí? No podía querer decir lo que sus palabras habían sugerido. Paula no se podía permitir el lujo de la esperanza.
-Tienes algo que me pertenece -le dirigió una mirada fría-. Mi madre no tenía derecho a prestártelo. Es privado. «Ya lo he olvidado. Lo estoy consiguiendo. Esto es una histeria», pensó confusa. «¿A quién estoy engañando?»
Paula casi se cayó cuando Pedro estiró la mano. Pero la ignoró igual que su expresión injuriada. No era el momento de estrecharle la mano. Sólo verle era una tortura.
-¡Te lo contó Alejandra!
-Me lo contó Belén.
-¡Belén!
-Confidencias de chicas -comentó Paula con sarcasmo-. Ya sabes lo que es.
-Me alegra decir que no lo sé.
-Me interesaría saber lo que pensaste de mi actuación -prosiguió Paula jadeante.
-Eso es un bonito cambio. Hasta ahora te has negado a escuchar todo lo que he querido decirte. ¿Cuándo ha sido la última vez que has contestado al teléfono? Tu madre se ha quedado ya sin excusas.
-Mi madre y tú se aprecian mutuamente, así que habla con ella.
-No comprendí lo mucho que habías perdido hasta que ví esa cinta. Y el hecho de que puedas ponerte un traje de baile como una broma, me impresiona. Eres toda una mujer, Paula.
No había duda de la sinceridad de sus palabras.
-¿A qué viene esta pantomima?
-Pensé que estarías contenta de verme dispuesto a hacer el ridículo por tí, por no mencionar por una buena causa.
-¿Has hecho todo esto para impresionarme? ¿Todo este... este circo?
-Sólo estoy entrando en el espíritu del asunto. Para ser sincero, no podía haberme puesto más en ridículo que lo que me puse aquella mañana. Además aquí no podrás huir de mí.
-Eres un tonto, Pedro.
Pedro se estaba disculpando. Eso no lo podía creer, pero si quería decir algo, iba a tener que hacerlo con total claridad.
-Odio que me digan lo que tengo que hacer, Paula.
-¡No me digas!
-Por Dios bendito. Deja que termine, mujer. Pensé que estaba haciendo lo correcto cuando me prometí a Belén. El hecho de que toda mi familia dejara claro que no estaban de acuerdo me hizo meterme más de cabeza. No quería admitir que teman razón. Incluso aunque no te hubiera conocido a tí, no creo que lo hubiera llevado a término -confesó-. ¡Me sentía un auténtico canalla!
Pensaba que Belén era la que estaba dispuesta a hacer sacrificios y yo se los iba a imponer. Fue culpa mía apresurarme con el compromiso. Después de la muerte de Federico y Mariana debería haber reflexionado, pero no lo hice. Alberto significaba mucho para mí y aunque parezca una tontería, sentía que lo iba a traicionar a él. ¡Por Dios bendito, Paula! Si no reduces la marcha, no llegarás a la línea de meta nunca.
-A mí tampoco me gusta que me digan lo que tengo que hacer -el brazo que la asió por la cintura la detuvo en seco-. ¿Cómo te atreves?
El firme beso silenció su protesta y cuando la levantó del suelo, provocó una oleada de aplausos entre los espectadores.
-¡Pedro, la gente nos está mirando!
-Déjalos.
-Pensé que tenías que tener cuidado con tu reputación.
-Tendré la reputación de ser el tonto mayor de la historia si te dejo ir. Te quiero, Paula.
-Pensé que estabas enamorado de Belén.
-Nunca -intervino él con impaciencia-. Tú lo sabías y ella también. Le había dicho mucho antes de que pasáramos la noche juntos que lo nuestro se había acabado. Te lo iba a decir también a tí, pero no me dejaste.
Ella se sonrojó al recordar como había intentado seducirlo.
-Casarse con alguien a quien no se ama es algo horrible.
-Soy un hombre reformado -anunció él-. Pero si te sirve de consuelo, no fueron mis ojos azules lo que cautivó a Belén. Jugó con mi gratitud hacia su padrastro desde el principio y yo estaba demasiado ciego como para verlo. Se enfadó una vez lo suficiente como para decir que Alberto nunca le había importado nada. De hecho, se puso furiosa de que dejara la mitad de su fortuna a una asociación de investigación médica. Yo soy el director de esa asociación y ella debió pensar que yo podría hacer lo que quisiera con ese fondo. En cuanto al trabajo que sacrificó, lo cierto fue que la rechazaron -apretó los labios con cinismo-. Belén es increíblemente ambiciosa y cuando le dieron el trabajo que llevaba persiguiendo dos años a otra persona, decidió dedicar todas sus energías a pescarme a mí. Puede que suene altanero, pero explica por qué fue tan comprensiva cuando le dije lo que sentía por tí.
-Son verdes -le corrigió Paula-. Tus ojos son verdes.
Paula estaba intentando asimilar aquellas revelaciones. La visita de Belén a su casa había sido pura malicia. No podía tener a Pedro y no quería que lo tuviera nadie más.
-Te has dado cuenta -dijo Pedro con una sonrisa de satisfacción.
-Con la furia con que me miraste, hubiera sido difícil no haberlo notado. Me dijiste cosas horribles, Pedro.
-Estaba seguro de que habías dejado mi cama para meterte con otro. Normalmente soy muy pacífico.
-No confiaste en mí.
Pedro se quitó los guantes y le alzó la barbilla.
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