sábado, 3 de septiembre de 2016

Amor Salvaje: Capítulo 6

La lluvia había estado cayendo sin cesar toda la mañana. El pequeño grupo de manifestantes se había ido dispersando y sólo quedaban una pareja de ancianos y Paula. Le dolían los brazos de sujetar la pancarta y al mirar a las caras de la pareja, vio que ellos también estaban cansados.

-¿Lo dejamos por hoy? -preguntó la mujer de pelo blanco.

-Gracias por tu entusiasmo, Rosa -dijo Paula con una sonrisa-. Pero no tiene mucho sentido seguir aquí si nadie nos ve. No ha salido ni entrado nadie del edificio desde hace una hora. Volveremos a organizar otra estrategia la semana que viene.

Algo más espectacular, pensó Paula con obstinación. Algo para hacer que aquellos farsantes de las oficinas los escucharan. Que tiraran una manzana de casas victorianas para hacer un aparcamiento y otro supermercado le hacía hervir la sangre.

-Si piensas eso, Paula, querida -dijo Jorge Thompson con alivio-, creo que nos iremos a casa. ¿Quieres que te llevemos?

-No, gracias. Tomaré un atajo por el parque.

Los Thompson vivían en el extremo opuesto del pueblo y el ejercicio le ayudaría a aliviar un poco la frustración. Se caló un poco más la capucha, agachó la cabeza contra la lluvia y apretó el paso por el camino de tierra. Ella pertenecía a la asociación de senderistas locales y conocía todos los caminos de tierra de memoria; ella misma había contribuido a mantener muchos de ellos abiertos. La ruta que había elegido para llegar a la granja de sus padres pasaba por el viejo Rectorado. Moviéndose con cautela por el camino que bordeaba el jardín abandonado, notó con alivio que no había señales de ocupación en la larga fachada victoriana. Con sus ventanas desconchadas y la invasión de hiedra por sus paredes, la casa parecía desierta. Se relajó un poco, pero siguió avanzando de forma furtiva por el camino cubierto de musgo. Su encuentro con Pedro Alfonso había sacudido su impenitente optimismo más de lo que estaba dispuesta a admitir, por no mencionar la confianza en su propio juicio.

Cuando Delfi había mencionado de forma casual sus responsabilidades familiares de Pedro, Paula no se había dejado engañar y se había mantenido muy fría.

-¿Te refieres a su familia?

Por una vez, Paula no se sintió preparada para hablar de sus errores delante de sus hermanas. Ya no le extrañaba que Delfi se hubiera sentido preocupada si había sabido que Pedro era un hombre casado y con familia. Ahora tendría que soportar la humillación de haberse acercado a él con la sutileza de un martillo eléctrico.

Pedro probablemente habría imaginado que ella se comportaba así con todos los hombres con los que se cruzaba. Lo que no iba a saber era que nunca le había atraído ninguno, al menos desde hacía mucho tiempo, se corrigió a sí misma.

-¡Te pillé! -el gruñido de triunfo junto con el brazo que la asió por la garganta la hicieron encogerse del susto antes de verse levantada del suelo-. No forcejees o lo sentirás.

Ella ignoró el siniestro consejo. Sin esperar a escuchar más amenazas, blandió la pancarta contra él con ludas sus fuerzas y perdió pie al instante. Escuchó el gemido de dolor de su asaltante al caer con ella por la colina rodando hacia el arroyo. Escupiendo y jadeando, Paula salió del agua glacial agarrándose a lo primero que encontró a mano.

Se apartó de la figura oscura tendida buscando con frenesí el camino más rápido para escapar de allí. Se estremeció al ver que el nombre se movía y blandió la roca que tenía en la mano con gesto amenazador.

-Te advierto que soy cinturón negro de karate -aseguró retrocediendo.

-¿Tú? ¡No te creo!

La amenazadora figura se levantó y Paula vió las inconfundibles facciones de Pedro Alfonso reconocibles a pesar del velo de fango. Pedro gimió y se llevó una mano a la mejilla.

El miedo que le había disparado la adrenalina se evaporó y se sintió débil de alivio. Al menos no era un sádico perturbado.

-¿No te crees que soy cinturón negro? Bueno, he exagerado un poco. Pero he tomado clases de defensa personal.

-Especializándote en trucos sucios, no lo dudo. Deberías llevar luces de emergencia -se puso en pie despacio-. Al menos no tengo nada roto. O todavía - añadió al ver la piedra que ella tenía en la mano-. Si no vas a usar eso, ¿te importaría dejarlo en el suelo? Me estás poniendo nervioso. Tengo la sensación de que me ha pasado por encima un tanque.

Con una sonrisa, ella hizo lo que le pedía.

-Bueno, ¿y qué esperabas si vas por ahí atacando a la gente por la espalda? Y sólo peso cincuenta y tres kilos, así que no seas tan quejica.

-Habías traspasado una propiedad privada -dijo él quitándose una brizna de encima del ojo.

-Estaba utilizando un paso vecinal autorizado y si consultas tus escrituras, descubrirás que tengo razón.

-¿Me estás diciendo que pasa un camino público por mi jardín?

-No se utiliza casi nunca -estaba empezando a temblar—, pero te recomendaría que dejaras a la gente usarlo. Es la forma en que hacemos las cosas en el campo.

-Sí, un sitio muy amistoso, el campo -dijo él con sarcasmo-. Estoy aquí porque alguien ha entrado a robar a la casa. Las molduras de la sala de dibujo han desaparecido por completo y si no hubiera interrumpido a los culpables anoche, ya se habrían llevado la chimenea.

-¿No será la preciosa chimenea de piedra? -gimió Paula francamente alterada por al noticia.

-Parece que conoces la casa -enarcó las cejas ante la mirada de horror de Paula-. Si no hubieras entrado furtivamente anoche, no te hubiera detenido. Pero parecías más culpable que un pecado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario