jueves, 1 de septiembre de 2016

Amor Salvaje: Capítulo 3

Su voz era como el rico y amargo chocolate y le hizo lanzar a Paula un leve suspiro de aprecio. Un estirado con inclinaciones machistas. ¡Vaya desperdicio!

-Creo que es un alivio que no seas el novio de mi hermana.

-¿Sueles intentar seducir a los amantes de tus hermanas? Creo que debería dejarte claro que no hace falta que pierdas el tiempo. No estoy interesado en aventuras de una noche.

¡Seducir! Su arrogancia condescendiente hizo que Paula alzara la barbilla con agresividad y que se sonrojara con violencia. Si él no entendía la sinceridad y el candor, eso era su problema. Ella lo encontraba atractivo y no entendía por qué debía ocultarlo. Había creído que sería interesante conocerlo, pero eso no quería decir que pretendiera meterse en la cama con él.

-Lo cierto es que creo que Pepi necesita a alguien que le saque su cara más relajada y menos seria. Tú eres demasiado reprimido y sombrío para ella... probablemente para cualquiera -murmuró con voz sedosa mirando fijamente sus largos dedos alrededor de sus muñecas.

Pedro Alfonso pareció asombrado y después enfadado como si el gatito ronroneante que tenía entre las manos se hubiera convertido en un gato furioso. Sólo había pretendido anular las ondas de sofocante incitación que ella estaba emanando, por su bien y por el de ella, no enfadarla.

-Un poco de represión, por no decir discriminación, puede ser bueno. Tu hermana es una doctora estupenda con un excelente futuro. Quizá deberías imitar su decoro.

¡El muy pomposo!

-¡Decoro! -explotó-. Me gustan las doncellas medievales como me puede gustar cualquier cosa, pero prefiero vivir en este siglo en que las mujeres no dependen de los hombres. Las primeras impresiones me suelen producir bastantes decepciones.

La primera impresión que debía haberle causado era la de un cierto tipo de ramera promiscua, y su ansiedad por que no le contaminara era demasiado evidente.

-Dime, doctor, ¿ha sufrido tu personalidad alguna operación quirúrgica o es congénita? ¿No encuentras un poco hipócrita venir ahora con esas dosis de moral cuando te he hecho sentir deseo desde que has entrado en esta sala?

-Creo que eres el tipo de mujer que sólo es feliz cuando excita a todos los hombres a su alrededor. Todo lo que haces emana sexualidad a gritos.

-¡Eso es ridículo!

Ella siempre había creído que lo que la gente veía en ella era todo lo que había, pero nunca se le había ocurrido que alguien pudiera verla así.

-El vestido -Pedro deslizó la mirada por el tirante estrecho de su hombro-. La forma en que te mueves... Es todo una invitación… y no muy sutil.

-Esto es una fiesta. He venido dispuesta a divertirme.

-Ya me he dado cuenta.

-La música se ha parado. De eso no te has dado cuenta -dijo ella con una falsa sonrisa dulce.

Pedro le dirigió una mirada de disgusto y farfulló algo rudo entre dientes.

Cuando Paula se dió la vuelta para irse, él siguió a su lado.

-¿Sientes la atracción magnética de mi personalidad? – le preguntó dirigiéndose a la puerta de la terraza.

¡Necesitaba con urgencia aire fresco! Dios, qué decepción había sido aquel hombre, pensó furiosa por haber dejado volar la imaginación y haber creído que el cuerpo perfecto contendría la personalidad perfecta.

-Separarnos en direcciones opuestas llamaría más la atención de todo el mundo, masculló él con sarcasmo.

-Pero a mí me encanta la notoriedad.

-Los doctores notorios raramente avanzan profesionalmente.

-Pues tú no parecías interesado en que te catalogaran como notorio, sólo tonto.

-Soy reprimido y tonto, ¿verdad?

Cuando ella se encogió de hombros, él la asió por la espalda para volverla hacia sí.

-Probablemente seas demasiado mayor como para cambiar ya - ella observó con simpatía-. Pero a algunas mujeres les gustan los hombres aburridos y previsibles.

-¡De verdad que eres...!

Con un rugido de rabia le tomó la cara entre las manos y se sumergió en la dulce humedad de su boca. Después tendría tiempo de arrepentirse, pero en ese momento, sólo era consciente de su intenso deseo.

Sorprendida ante aquella reacción, Paula se quedó completamente inmóvil por un momento. Él estaba exigiendo una respuesta por su parte y, aunque debería haberse sentido repelida por su violento asalto, sólo sintió el urgente deseo de darle todo lo que le pedía.

Con los sentidos más despiertos que en toda su vida, se sintió bombardeada por una marea de sensaciones: el sabor de su boca, cálida y fragante, los fuertes latidos de su corazón y la impresión de algo duro entre sus piernas. Se agarró a él porque las rodillas le temblaron. Y no sólo las rodillas; todo su cuerpo estaba vibrante y ardiente. De puntillas, con el cuerpo arqueado, lo único que pudo hacer fue rodearle el cuello con los brazos.

Con un gemido gutural, Pedro le rodeó la cintura con las dos manos y la apartó físicamente de él. Paula tuvo que inspirar varias veces para calmarse. Él la estaba mirando como si tuviera dos cabezas. Sus ojos entrecerrados brillaban con una desagradable mezcla de horror y disgusto.

—Y tú me acusas a mí de ser poco sutil —se quejó Paula con voz ronca para ocultar su confusión.

El beso que le había dado, sólo para calmar su frustración, la había conmovido hasta el alma.

Paula  se pasó una mano por el pelo corto recordando la forma en que sus dedos le habían acariciado la nuca y sin querer dirigió la mirada hacia ellos. Con los nudillos blancos, los tenía apretados a ambos lados de su cuerpo.

-Tú das los besos con mucha ligereza. Pensé que uno más no importaría.

-Me gusta decidir a quién se los doy.

Se alegró de ver el leve sonrojo en los duros ángulos de sus pómulos.

-Ha sido un error.

-¿Cómo habría cometido aquella estupidez?, se preguntó Pedro irritado-. Pero no noté que me rechazaras. Más bien al contrario.

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