martes, 27 de septiembre de 2016

La Venganza: Capítulo 1

Paula se  debatió  en  la  oscuridad,  con  los  ojos  muy  abiertos;  no  quería  dormirse.  Sabía que le esperaba otra noche de horribles pesadillas. Sin embargo, el sueño la venció y se quedó dormida. De  repente,  una  misteriosa  luz  gris  inundó  el  cuarto.  Ante  ella  aparecieron  los  rostros de su padre y de su madre, en los que se reflejaba un intenso dolor. Cuando estos rostros se desvanecieron, apareció David, mirándola con desprecio.

-Debiste decírmelo -la acusó, rojo de indignación.

Después, oyó su propia voz suplicándole que no la condenara por su pasado. Él la miró con frialdad. Era rubio y tenía los ojos azules.

-¡Sabes que no puedo casarme contigo!

-¿Por  qué  no?  -exclamó  ella  desesperada  mientras  trataba  de  retener  al  hombre  en  sus  sueños-.  David,  te  amo,  no  me  dejes.  Todos  me  abandonan,  mi  padre, mi madre. ¡No puedes hacerlo tú!

-Claro  que  sí  -le  gritó-.  Te  dejo  para  no  regresar  más.  Y  la  próxima  vez  que  busques  una  posición  respetable,  asegúrate  de  contarle  la  verdad  al  hombre  que escojas. Porque si no lo haces tú,  haré yo.

-¡No!

Trató de aferrarse al brazo de David, pero él se apartó.

-¡David es que tú me amas!

-Yo amé a Paula Schulz, no a Paula Chaves, a ella nunca habría podido amarla. ¡Nunca! -exclamó con vehemencia.

Cayó a sus pies, sollozando, aferrándose a una pierna de él, en un último y desesperado intento por retenerle.

-Nigel no te vayas -suplicó. -Tengo que hacerlo -aseguró, empujándola-. Ningún hombre decente querría hacerte su esposa.

Esas crueles palabras eran como un martillo que golpeara en su cabeza sin cesar. No podía apartarlas de su mente.

-¡Pau, despierta! Entre sueños, notó que alguien la sacudía por los hombros.

-Pau, abre los ojos. Tienes pesadillas. ¡Pau!

La chica abrió los ojos con esfuerzo, la mortecina luz gris se desvaneció y en su lugar apareció el rostro preocupado de Laura, su compañera de habitación.

-¿Estás bien? -preguntó su amiga con el ceño fruncido-. Gritabas de una forma... como si alguien te estuviera atacando.

Paula se incorporó apoyándose en los codos, se apartó un mechón le  pelo  de  la cara y levantó la cabeza para mirar a su amiga.

-No te preocupes -susurró en voz baja-, afortunadamente ólo ha sido una pesadilla.

Laura se volvió y se encogió de hombros antes de sentarse en su gama, que estaba frente a la de Paula.

-A mí me ha parecido muy real.

-Las pesadillas siempre parecen reales, por eso son aterradoras.

Paula retiró las sábanas y se levantó de un salto. Laura  también se incorporó; era de estatura baja y el cabello rubio le caía sobre los hombros.

 -Ésta ha debido ser una verdadera historia de horror -dijo.

-Sí  -aceptó Paula fingiendo  indiferencia-.  Pero  ya  he  olvidalo  de  qué  se  trataba -mintió con la certeza de que aquel temor nun.a la abandonaría.

-¿En serio? -preguntó Laura dudosa.

Paula se dirigió al armario, para  agarrar ropa. Era una muchacha alta. medía un metro setenta  y  cinco  centímetros,  y  el  pijama  masculino  la  hacía  parecer  todavía  más  delgada. Tenía el pelo castaño, siempre lo llevaba suelto, dejándolo caer libremente sobre  sus  hombros.  Sus  pestañas  eran  largas  y  oscuras,  los  ojos  de  color  miel,  la  naríz recta y la boca perfectamente delineada, aunque sonreía poco. A  sus  veinticuatro  años  no  ignoraba  que  los  hombres  se  sentían  traídos  por  su  apariencia, aunque la mayoría de ellos no pasaba de una primera cita.

 -¿No recuerdas quién es David? -preguntó Laura  con voz suave.

-¿David? -repitió sorprendida mientras buscaba en el cajón su ropa interior-. ¿David qué?

-Esperaba que tú me lo dijeras -respondió su amiga mirándola con curiosidad-. Le has estado llamando en sueños.

-No conozco a nadie que se llame así -dijo mientras sacaba de entre sus ropas la prenda que buscaba.

-A lo mejor sí. deberías pensar...

-¡Laura!  -exclamó  cerrando  la  puerta  del  armario  con  fuerza-.  Sé  lo  que  digo;  puedes estar segura de que no conozco a nadie con ese nombre.

-Lo siento -se disculpó su compañera de habitación.

-No, soy yo quien lo siente. Esta pesadilla me ha afectado más de lo que yo creía.

-Estás muy nerviosa, ¿Verdad? -preguntó Laura ansiosa de olvidar el asunto-. Es lógico, la boda de Andrea nos ha alterado.

-Sí -contestó con desgana-. ¿Puedo entrar primero al baño?

-Adelante - aceptó la otra muchacha de buen grado.

Laura no podía imaginar que había dado en el clavo. La boda de Andrea había sido la  causa  de  esa  pesadilla.  Las  tres  muchachas  trabajaban  para  una  firma  de  abogados y siempre pasaban juntas sus ratos libres. Andrea iba a casarse ese mismo día con Gabriel Hammond, el ahogado más joven de la firma. Lo  que  nadie  podía  imaginar  era  que  la  semana  siguiente  se  cumplirían  cinco  años de la boda de Paula. ¡Si David no la hubiese abandonado!

David Phillips,  heredero  de  la  fortuna  Phillips,  era  el  ejecutivo  más  joven  de  la  empresa, dirigida por su padre. Paula había trabajado  allí  cinco  años  atrás.  El señor  Phillips se opuso desde el principio a la boda de su hijo con la joven y fue él mismo quien le dió la información que llevó a su prometido a abandonarla. Paula estaba  relativamente  tranquila.  Había  pasado  mucho  tiempo  y  tenía la esperanza de que su pasado no influyera en David. Pero cuando él supo la verdad,  rompió el compromiso y canceló  la  boda.  Nunca  llegó  a  reponerse  de  ese  duro golpe y aunque habían pasado cinco años, agosto seguía siendo un mes de triste recuerdo para ella. Cuando Andrea le dijo la fecha de su boda y le pidió que fuese su dama de honor, lo primero que pensó fue rechazar el ofrecimiento, pero luego su orgullo la obligó a aceptar.  Su  amiga  no  tenía  la  culpa  de  que  David la  hubiera  abandonado, y Paula no podía hacerle paga las consecuencias de su propia frustración. La decisión  de  aceptar  hizo  que  se  hicieran  más  frecuentes  la  pesadillas  nocturnas  que  llevaba padeciendo  durante  los  últimos  cinco  años.  La  última  había sido la peor, porque no pudo ocultar el nerviosismo como tantas otras veces.

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