Paula se debatió en la oscuridad, con los ojos muy abiertos; no quería dormirse. Sabía que le esperaba otra noche de horribles pesadillas. Sin embargo, el sueño la venció y se quedó dormida. De repente, una misteriosa luz gris inundó el cuarto. Ante ella aparecieron los rostros de su padre y de su madre, en los que se reflejaba un intenso dolor. Cuando estos rostros se desvanecieron, apareció David, mirándola con desprecio.
-Debiste decírmelo -la acusó, rojo de indignación.
Después, oyó su propia voz suplicándole que no la condenara por su pasado. Él la miró con frialdad. Era rubio y tenía los ojos azules.
-¡Sabes que no puedo casarme contigo!
-¿Por qué no? -exclamó ella desesperada mientras trataba de retener al hombre en sus sueños-. David, te amo, no me dejes. Todos me abandonan, mi padre, mi madre. ¡No puedes hacerlo tú!
-Claro que sí -le gritó-. Te dejo para no regresar más. Y la próxima vez que busques una posición respetable, asegúrate de contarle la verdad al hombre que escojas. Porque si no lo haces tú, haré yo.
-¡No!
Trató de aferrarse al brazo de David, pero él se apartó.
-¡David es que tú me amas!
-Yo amé a Paula Schulz, no a Paula Chaves, a ella nunca habría podido amarla. ¡Nunca! -exclamó con vehemencia.
Cayó a sus pies, sollozando, aferrándose a una pierna de él, en un último y desesperado intento por retenerle.
-Nigel no te vayas -suplicó. -Tengo que hacerlo -aseguró, empujándola-. Ningún hombre decente querría hacerte su esposa.
Esas crueles palabras eran como un martillo que golpeara en su cabeza sin cesar. No podía apartarlas de su mente.
-¡Pau, despierta! Entre sueños, notó que alguien la sacudía por los hombros.
-Pau, abre los ojos. Tienes pesadillas. ¡Pau!
La chica abrió los ojos con esfuerzo, la mortecina luz gris se desvaneció y en su lugar apareció el rostro preocupado de Laura, su compañera de habitación.
-¿Estás bien? -preguntó su amiga con el ceño fruncido-. Gritabas de una forma... como si alguien te estuviera atacando.
Paula se incorporó apoyándose en los codos, se apartó un mechón le pelo de la cara y levantó la cabeza para mirar a su amiga.
-No te preocupes -susurró en voz baja-, afortunadamente ólo ha sido una pesadilla.
Laura se volvió y se encogió de hombros antes de sentarse en su gama, que estaba frente a la de Paula.
-A mí me ha parecido muy real.
-Las pesadillas siempre parecen reales, por eso son aterradoras.
Paula retiró las sábanas y se levantó de un salto. Laura también se incorporó; era de estatura baja y el cabello rubio le caía sobre los hombros.
-Ésta ha debido ser una verdadera historia de horror -dijo.
-Sí -aceptó Paula fingiendo indiferencia-. Pero ya he olvidalo de qué se trataba -mintió con la certeza de que aquel temor nun.a la abandonaría.
-¿En serio? -preguntó Laura dudosa.
Paula se dirigió al armario, para agarrar ropa. Era una muchacha alta. medía un metro setenta y cinco centímetros, y el pijama masculino la hacía parecer todavía más delgada. Tenía el pelo castaño, siempre lo llevaba suelto, dejándolo caer libremente sobre sus hombros. Sus pestañas eran largas y oscuras, los ojos de color miel, la naríz recta y la boca perfectamente delineada, aunque sonreía poco. A sus veinticuatro años no ignoraba que los hombres se sentían traídos por su apariencia, aunque la mayoría de ellos no pasaba de una primera cita.
-¿No recuerdas quién es David? -preguntó Laura con voz suave.
-¿David? -repitió sorprendida mientras buscaba en el cajón su ropa interior-. ¿David qué?
-Esperaba que tú me lo dijeras -respondió su amiga mirándola con curiosidad-. Le has estado llamando en sueños.
-No conozco a nadie que se llame así -dijo mientras sacaba de entre sus ropas la prenda que buscaba.
-A lo mejor sí. deberías pensar...
-¡Laura! -exclamó cerrando la puerta del armario con fuerza-. Sé lo que digo; puedes estar segura de que no conozco a nadie con ese nombre.
-Lo siento -se disculpó su compañera de habitación.
-No, soy yo quien lo siente. Esta pesadilla me ha afectado más de lo que yo creía.
-Estás muy nerviosa, ¿Verdad? -preguntó Laura ansiosa de olvidar el asunto-. Es lógico, la boda de Andrea nos ha alterado.
-Sí -contestó con desgana-. ¿Puedo entrar primero al baño?
-Adelante - aceptó la otra muchacha de buen grado.
Laura no podía imaginar que había dado en el clavo. La boda de Andrea había sido la causa de esa pesadilla. Las tres muchachas trabajaban para una firma de abogados y siempre pasaban juntas sus ratos libres. Andrea iba a casarse ese mismo día con Gabriel Hammond, el ahogado más joven de la firma. Lo que nadie podía imaginar era que la semana siguiente se cumplirían cinco años de la boda de Paula. ¡Si David no la hubiese abandonado!
David Phillips, heredero de la fortuna Phillips, era el ejecutivo más joven de la empresa, dirigida por su padre. Paula había trabajado allí cinco años atrás. El señor Phillips se opuso desde el principio a la boda de su hijo con la joven y fue él mismo quien le dió la información que llevó a su prometido a abandonarla. Paula estaba relativamente tranquila. Había pasado mucho tiempo y tenía la esperanza de que su pasado no influyera en David. Pero cuando él supo la verdad, rompió el compromiso y canceló la boda. Nunca llegó a reponerse de ese duro golpe y aunque habían pasado cinco años, agosto seguía siendo un mes de triste recuerdo para ella. Cuando Andrea le dijo la fecha de su boda y le pidió que fuese su dama de honor, lo primero que pensó fue rechazar el ofrecimiento, pero luego su orgullo la obligó a aceptar. Su amiga no tenía la culpa de que David la hubiera abandonado, y Paula no podía hacerle paga las consecuencias de su propia frustración. La decisión de aceptar hizo que se hicieran más frecuentes la pesadillas nocturnas que llevaba padeciendo durante los últimos cinco años. La última había sido la peor, porque no pudo ocultar el nerviosismo como tantas otras veces.
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