sábado, 3 de septiembre de 2016

Amor Salvaje: Capítulo 7

Paula sintió que un sonrojo de culpabilidad le inflamaba la cara. Culpable era como se sentía exactamente. Culpable de haber besado a un hombre casado y de haber fantaseado con mucho más.

-Vamos -dijo él con impaciencia-. No puedes quedarte ahí tiritando. Ven adentro a secarte.

No era exactamente amable, pero era la mejor oferta que había recibido. La idea de caminar casi una milla helada hasta los huesos no era precisamente seductora. ¿Por qué le fascinaba todo de aquel hombre?, se preguntó enfadada mientras le seguía.

Probablemente se sentiría avergonzado de que ella fuera testigo de su lapsus de infidelidad. Quizá lo hubiera presenciado un poco demasiado de cerca, pensó con disgusto al entrar en la cocina.

-La cocina es el único sitio que está caliente. He dormido aquí anoche.

Hizo un gesto hacia un saco de dormir doblado sobre un viejo sofá y cerró la puerta tras ellos. No había ningún electrodoméstico, sólo una cocina de carbón encendida y una antigua mesa de madera.

Paula se quitó la capucha con los dedos helados y se tocó el pelo un poco avergonzada. Sabía que debía parecer un conejo mojado con el pelo pegado a la cabeza. Lo que no sabía era lo bien parada que salía su figura ante un escrutinio atento.

-Pensé que eras un chico.

-¿Prefieres a los chicos? Tu secreto está a salvo conmigo.

-¿Eres siempre tan insoportable?

Paula no podía decirle que sólo con él. Aquel hombre le ponía tan a la defensiva que no podía evitar hacer comentarios dañinos.

-Gracias, no estoy herida -dijo con sarcasmo.

Pedro la miró con furia y se quitó el impermeable que llevaba puesto. Bajo él, no tenía ninguna camisa, sólo unos vaqueros desteñidos. Los pies los llevaba calzados en unas deportivas que no volverían a ser las mismas después de la inmersión. Ni tampoco ella después de haber visto su torso, pensó intentando no mirar.

El serio doctor con aquel distante aire de misterio estaba a miles de millas de aquella masculina criatura cuyos impresionantes músculos resaltaban con suavidad bajo la piel un poco bronceada. Paula sintió que el pulso se le desbocaría al mirar con disimulo a su estómago plano. Tragó saliva y alzó la mirada. Los ojos de él brillaban con una fuerte emoción indefinida que le aceleraron la respiración.

-Estaba preparando una tetera cuando ví a una figura muy sospechosa llegar al cruce. ¿Qué diablos estabas haciendo si no...? ¡Oh! -gritó al tocar la tetera con los dedos y cuando se dió la vuelta la sorprendió sonriendo-, si no eras de la banda que ha estado atracando este sitio.

-Estaba tomando un atajo a casa.

Desde sus anchos hombros, hasta las estrechas caderas resaltadas de forma espectacular por la tela vaquera mojada, no tenía desperdicio, pensó distraída.

-Bonito tiempo para eso. ¿Y siempre te aventuras completamente armada? ¿Podría haber algo que el de la inmobiliaria no me contara de este pacífico oasis rural? ¿Patrullan este vecindario bandas armadas? Hasta ahora me han asaltado la casa sin haber llegado a vivir y me han agredido en mi propia tierra.

-¿Agredido? ¿Por sólo ese arañazo? -Lo miró con desdén. -Desde luego eres increíble

-¿Qué diablos llevabas si no era equipo de asalto último modelo?

-Una pancarta.

-¡Debería haberlo imaginado! Eres una de esas mujeres que protestan por todo.

Una expresión truculenta surcó la cara de Paula, que alzó la barbilla con desafío. Pedro lanzó una carcajada.

-Algo que tendrá que ver con la medicina alternativa, supongo -esbozó una sonrisa desdeñosa-. ¿Te sientas también en una pirámide y meditas? ¿O no te aventuras a salir si Plutón está en tu ascendente?

-Se llama tener conciencia social -explotó ella enfurecida por su sonrisa desdeñosa y su convencionalismo-. Creo en hacer algo para defender mis convicciones; eso no me convierte en una esotérica. ¡Y desde luego, no espero que lo comprenda un cirujano cuya única solución es el bisturí!

—Si tuvieras un hueso destrozado, ¿qué preferirías, mi bisturí o tus ungüentos? Siempre he creído que los profesionales metidos en todo tipo de campañas deben tener grandes lagunas en su vida personal.

-¿Porque no estén dispuestos a que los anónimos burócratas gobiernen el mundo? Supongo que un individuo relamido, estrecho de mente y completamente egoísta podría pensar que...

-¡Por Dios bendito, mujer -interrumpió él su apasionada defensa-. No te quedes ahí sermoneando. Vas a pillar una gripe. ¡Quítate esa ropa!

-Yo no sermoneo -alzó la nariz sonrosada con gesto de desdén-. Y no me gusta que me den órdenes. Además, pensé que una gripe era un virus. No se pillan virus por una ropa mojada.

-Hablas como una niña consentida de cuatro años. ¡Haz lo que te he dicho!

-¿Y si no lo hago?

-¿Eres siempre tan guerrera? Sólo para que te enteres, si no te quitas esa ropa, lo haré yo mismo.

Ella lanzó un gemido de asombro y tuvo que apartar una imagen muy vivida de sus preciosos dedos moviéndose despacio sobre su piel, deslizándose bajo su camiseta mojada para abarcar un seno vergonzosamente inflamado.

-En interés de mi salud, supongo.- Lo dijo con un tono ronco que Pedro no pudo dejar de apreciar.

El cosquilleo que sentía en la espalda le erizó el vello. Se preguntó con mortificación si él habría adivinado los pecaminosos pensamientos que habían asaltado su cabeza.

-Bueno, desde luego no sería para satisfacer mi curiosidad. Ese vestido que llevabas la otra noche dejaba poco a la imaginación. Personalmente me seduce más el misterio.

-Por lo que yo recuerdo, el descarado vestido no le hizo mucho daño a tu ardor -se defendió ella incinerada por su crítica.

La oleada de sonrojo en los pómulos de él fue síntoma de que había dado en el blanco.

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