-¿Gatita? -dijo Pedro interrumpiendo sus pensamientos, tenía los ojos clavados en el pálido rostro de la chica.
Paula levantó la vista para mirarle y volvió a la realidad; el rostro de Pedro Alfonso volvió a convertirse en el centro de su atención.
-No estaba escondida, señor Alfonso-dijo con frialdad-. Ahora si me permite...
-No...
Ella parpadeó.
-¿No?
-No.
Posó su mano sobre el brazo de ella y una arruga profunda apareció en su frente. La atrajo hacia sí.
-Has estado huyendo de mí todo el día. Te lo he permitido hasta ahora, pero no voy a dejarte escapar. ¿Por qué no aceptaste la invitación de Rosa para comer mañana?
Paula apretó la boca y buscó a Jonathan por los alrededores, debía aprovechar el ofrecimiento que le había hecho de llevarla a casa.
-Ya tengo un compromiso para mañana -respondió buscando a Javier entre los presentes.
-Cancélalo -ordenó Pedro. Le miró con desprecio.
-No acostumbro a hacer esas cosas, señor Alfonso. Tengo palabra -agregó con vehemencia.
-¡Admirable! Pero me gustaría ver mañana a mi futura esposa. Quizá podríamos discutir sobre la boda.
Ella le miró con desdén.
-Creo que ha bebido usted mucho champán, señor Alfonso.
-Pedro -le dijo dulcemente-. Y cuando decidí casarme contigo no había bebido champán.
-¿Cuándo usted lo decidió, señor Alfonso? -le volvió a tratar de usted con toda intención-. Yo creía que esas decisiones se tomaban entre dos.
-Generalmente sí -respondió encogiéndose de hombros-. Lo que pasa es que eres más indecisa que yo.
-Nos hemos conocido hoy -respondió, pensando que el hijo de Horacio Alfonso era muy arrogante, como su padre.
-Es todo lo que hace falta.
Paula suspiró, sabía que tenía que alejarse de allí rápidamente. Buscó a Javier con desesperación. Tenía miedo de que ese hombre la hiciese perder la paciencia. Pedro notó su preocupación y en su boca se dibujó una sonrisa.
-¡Gati ta, yo...!
-¡No me llame así! -exclamó furiosa-. No me gusta... Javier -le gritó al hombre a quien ya había divisado-. Adiós señor Alfonso.
La mayoría de las mujeres debían encontrarle terriblemente atractivo, sin embargo, con Paula no tenía la menor posibilidad de triunfar. La muchacha sabía quién era él y le odiaba. Tampoco creía que su propuesta matrimonial fuese sincera. Cuando consiguiese acostarse con ella se olvidaría de sus promesas. La mirada de él se posó furiosa, sobre el hombre que estaba aproximándose a ellos.
-Ahí viene de nuevo tu joven amigo -dijo con fastidio-. ¿Es tu novio?
-Este... sí -mintió, con la esperanza de que Pedro la dejara en paz.
-¿Ese es tu compromiso de mañana? -preguntó él arqueando una ceja.
Tuvo la tentación de decirle que sí; pero pensó que Rosa podía haberle contado que iba a visitar a su tía.
-No.
Él asintió.
-Lo suponía. No me doy por vencido, gatita -le confesó-.Los Javier de este mundo no significan nada para mí. Dudo que signifique algo para tí.
Javier estaba muy cerca de ellos. Era un hombre muy bien parecido, no tanto como Pedro pero tampoco tenía su fría dureza.
-¡Pau! Llegó a su lado y le tomó la mano. -Señor Alfonso.
Era evidente que le habían dicho quién era aquel hombre y de quién era hijo. Por la misma razón que Javier le admiraba, ella le odiaba.
-Estoy preparada para irme ya, Javi.
-¿Ya?, está bien. Encantado de conocerle, señor -estrechó con fuerza la mano de Pedro.
Paula sintió cierta satisfacción al ver que de repente Pedro Alfonso se puso tenso. La forma respetuosa en que Javier le había tratado no le gustó; le hizo sentirse viejo.
-Muy inteligente --observó Pedro irónicamente, volviéndose hacia Paula-. ¿Nos veremos otra vez?
Se encontró con su mirada durante unos segundos y vió la decisión reflejada en sus ojos. Se había equivocado al pensar que no existía gran similitud entre padre e hijo. Los ojos, aquellos ojos grises eran los mismos que vió años atrás y que nunca olvidaría, y tenían una extraña mezcla de ternura y crueldad.
-Lo dudo -le contestó ella mirando a Javier para que la ayudara a no perder el control-. ¿Nos vamos?
-Claro -contestó el otro inmediatamente.
Paula atravesó el salón y pasó junto a él. Estaba muy elegante con el vestido de color verde pálido y todo el mundo se volvió a mirarla. Parecía muy tranquila cuando se despidió de los Hammond e igualmente cuando siguió a Javier hasta el coche. Pero una vez dentro del mismo, comenzó a temblar. Javier no se dió cuenta de nada, sus largas piernas se ajust:,ron al automóvil a la perfección.
-¿Sabes quién es? -le preguntó excitado, mientras el coche se mezclaba con el denso tráfico.
Debió suponer que Javier le vería como a un héroe. Horacio Alfonso estaba considerado como el mayor ejemplo para cualquier ahogado joven, y con frecuencia su fama eclipsaba el principal desacierto de su carrera. Pedro, como hijo suyo, heredaba el mismo: prestigio.
-Sí, ya sé -suspiró apoyando el codo en la vantanilla del coche.
-¡Pedro Alfonso! -exclamó incrédulo.
-Estoy segura de que el señor Alfonso-afirmó con desagrado-. llegará más lejos que su padre.
-También es abogado. ¿Sabes? -Javier estaba encantado no parecía notar la aversión de Paula hacia ese hombre. No lo sabía pero no le sorprendió. ¿A qué otra cosa podía dedicarse el hijo de un hombre tan famoso? Estaba segura de que sería tan bueno como él y tendría la misma presencia de ánimo del padre en los tribunales, donde se sentiría como pez en el agua. Javier la miró.
-No sabia que tenía un hijo, ¿Tú sí?
-Yo tampoco.
Era cierto. La forma en que Horacio Alfonso había destruido a su familia, le hizo pensar que aquel hombre no podría tener a alguien que le amara.
-El señor Hammond no hace más que elogiarle -continuó Javier.
-Sí -asintió, preguntándose cómo era posible que pudiera en gañar a un hombre tan inteligente.
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