¡Vaya, es preciosa! -dijo Paula animada mirando a su alrededor.
-Maravillosa -susurró Pedro quitándose la americana antes de la corbata para encender una de las lamparillas de mesa.
-¿Has estado aquí antes?
-Ven aquí, Pau.
Su voz era profunda y caliente y le desintegró las entrañas. Paula se quitó los zapatos de tacón alto y avanzó por la espesa moqueta.
-Apenas he cenado nada -contempló la figura inmóvil con una ambigua sensación de trepidación y anhelo-. ¿Qué pensará la gente?
-Pensarán que te he arrastrado aquí arriba porque no podía esperar un segundo más para hacerte el amor con pasión. Y antes de que lo menciones, creo que el decoro es insípido y no pienso ver la televisión.
-¡Yo no iba a decir eso! -gritó ella indignada.
-No estabas tan nerviosa abajo.
¡Dios! ¿Habría puesto muy altas sus expectativas? ¿Y si esperaba encontrarse a una experta seductora?
-Yo no he... recientemente... Creo que debería decirte... Oh, diablos -gimió retorciéndose la manos.
-¿Estás intentando decirme que eres virgen? -bromeó él para despejar un poco la tensión.
-Técnicamente no.
-¿Qué quiere decir eso? -preguntó Pedro con voz estrangulada.
Estaba alucinado, pero a la vez sentía un ansioso placer primitivo en ser el primero.
-Creo que te podría sorprender.
-No me sorprendo con facilidad.
-Cuando estaba en la danza tuve un amigo. Era bailarín, bastante famoso ahora. Entramos los dos en la compañía al mismo tiempo y empezamos a salir juntos - le dirigió una mirada de desafío-. Una noche estábamos en una fiesta y todo el mundo estaba emparejado. Acabamos en la cama juntos. Él había bebido demasiado y a mí me gustaba mucho. Cerró los ojos antes de continuar. No quería parecer que se estaba justificando.
-Si quieres saberlo, creo que sentía curiosidad. Quiero decir que todo el mundo hablaba de sexo y yo quería saber qué era lo que me estaba perdiendo. O sea que no soy virgen, o al menos no lo creo.
-¿No lo sabes con seguridad? -preguntó Pedro mirándola fascinado.
-Bueno, las cosas salieron desastrosas. Fue culpa mía. Lo estropeé todo.
-¿Y cómo lo estropeaste?
-Me reí a carcajadas. Supongo que estaba histérica. Y en el peor momento. No pude evitarlo. Todo me parecía tan ridículo. Después no volvió ni a hablarme, lo que es bastante difícil cuando tienes que bailar como pareja de una persona. Pensé que sería mejor advertirte que no estoy del todo desflorada.
Hubo un largo silencio.
-¿Por qué tienes los ojos cerrados?
-Porque me da mucha vergüenza.
-¿Siempre tienes que decir la verdad, Pau?
-No, siempre no -admitió ella con sinceridad-. Supongo que estás decepcionado. Pues la gente tendrá que aprender en algún momento u otro, ¿No? -terminó con desafío.
-Eso es indiscutible. Lo que me sorprende es que estés dispuesta a pasar por, ¿Cómo lo diría? por una experiencia tan ridícula de nuevo.
-No quedé emocionalmente dañada ni nada parecido. Sólo decidí poner la pasión que me sobrara en la danza. Me gustaría creer que aprendí algo de ello, pero no lo se con seguridad. El que te guste alguien no es suficiente, ¿Verdad?
-¿Yo no te gusto?
A pesar de su tono casual, Paula notó que le palpitaba un músculo del mentón.
-Sólo a veces -se chupó los labios resecos-. Sin embargo, nunca me resultas indiferente.
-¿Y eso es bueno?
Pedro se acercó a ella tanto que no pudo evitar notar la urgencia de su excitación.
-No a las dos de la mañana, cuando no puedo dormir -murmuró ella con voz susurrante dejando caer la cabeza cuando los dientes de él le mordisquearon en la base del cuello.
Un profundo gemido vibró en la garganta de Pedro.
-La pregunta es -dijo él alzando la cabeza-, ¿Podrás pasar tu prueba o te reirás de mis esfuerzos?
-¿Quieres decir que la risa está prohibida?
Paula abrió mucho los ojos cuando la dobló por la cintura y la giró en un círculo completo.
-Eres increíblemente ágil -la levantó del suelo y la llevó a la cama-. Eso tiene infinitas posibilidades -comentó mientras la tiraba a la cama sin ceremonias.
Paula cayó riéndose, pero preguntándose si hablaría en serio.
-Eso tendremos que pararlo -dijo Pedro al unirse a ella.
El beso era algo elemental igual que la ligera expresión de la cara de Pedro. Cuando alzó la cabeza, ella lo miró sin aliento. Paula sentía los labios inflamados y todo el cuerpo tembloroso y anhelante por su contacto.
-No te estás riendo.
Pedro tuvo que hacer un gran esfuerzo de control para no despojarla de la ropa y tomar lo que le estaba ofreciendo. Se había sentido muy conmovido por su confesión. Ella no se guardaba nunca nada. Nunca había conocido a nadie como ella. Su oscuro secreto sólo había servido para acentuar lo inocente y vulnerable que realmente era. Su apariencia auto suficiente podría confundir a la gente a veces. Estaba decidido a enseñarle lo que era hacer el amor.
-No estoy segura de estar respirando siquiera.
Paula tocó su torso. El olor de él era salvajemente excitante. Todo en Pedro era excitante y le hizo lanzar un suspiro tembloroso.
-Sí, si estás. ¿Lo ves? -posó una mano sobre su seno y enroscó los dedos donde la tela se estiraba. Paula arqueó la espalda cuando él le chupó un pezón a través de la tela-. Creo que estás demasiado vestida -su lengua rodeó el círculo mojado de tela dejado por su boca y ella enterró los dedos en su pelo-. ¿La quitamos?
-Sí, por favor.
El vestido se deslizó sobre sus muslos y ella se retiró un poco cuando él tiró hacia arriba para sacárselo por los brazos. La prenda chocó contra la pared opuesta con el crujido de la seda.
-¡Dios santo! -bramó él agitado.
Paula estaba sentada y él arrodillado y lo único que tenía que hacer era estirarse. Tócame, gritaban los ojos de ella. ¡Tócame! Todo el cuerpo femenino vibraba de aguda necesidad.
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