Pedro Alfonso volvió al cabeza para contemplar el progreso de la joven en la pista de baile. Se consideraba a sí mismo demasiado mayor como para estar interesado por tal chiquilla, pero dudaba ser el único hombre presente incapaz de apartar los ojos de aquellas rítmicas contorsiones flexibles. Cada sinuoso movimiento sensual de aquella figura estilizada se acompasaba a la percusión de la popular melodía que estaba tocando la banda.
-¿Quieres bailar? -preguntó su compañera observando su concentración con una sonrisa especulativa.
-No es mi tipo de baile.
Desvió la atención hacia su compañera.
Delfina era inteligente y bonita y no había escuchado una sola palabra de lo que había dicho en varios minutos. Ella era demasiado astuta como para no notarlo, pero demasiado educada como para mencionarlo.
-Es buena, ¿verdad?
Pedro aparentó no haberla entendido.
-¿Conoces a la niña salvaje?
Deslizó la mirada hacia la pista de baile justo a tiempo de ver a la chica enlazar los brazos alrededor del cuello de su compañero para darle un beso en la boca.
-¡Niña salvaje! -Delfina emitió una carcajada-. ¡Qué apropiado! Sí, podría decir que la conozco.
Esbozó una sonrisa misteriosa.
La música se había parado y Delfina le hizo un gesto a la chica que se lo devolvió y empezó avanzar entre la multitud de bailarines.
-Te la presentaré.
A Pedro no le gustó. Aunque le había divertido la actuación, su interés acababa ahí. Nunca había entendido por qué a los hombres maduros les atraían las muchachas jóvenes con personalidades sin desarrollar. No tenía deseos de conocer a una adolescente con una vena exhibicionista. La idea de mantener una conversación le hizo fruncir el ceño mientras ponía una expresión impenetrable al acercarse la esbelta morena.
Más cerca ahora, pudo notar que no era preciosa. Sus facciones no estaban tan perfectamente proporcionadas como su cuerpo. La pronunciada nariz y jugosa boca eran demasiado grandes para su pequeña cara oval. Eran sus ojos los que capturaban la atención. Muy separados, de un cálido castaño y alargados como los de una gacela, estaban enmarcados por extravagantes pestañas. Pero no había nada de la timidez de aquella criatura en su mirada.
-¿Estás bien, Pau? -preguntó Delfina con ansiedad.
Era raro notar cualquier evidencia externa de la antigua lesión de su hermana, una lesión que había interrumpido de forma trágica una prometedora carrera como bailarina de ballet.
Los agudos ojos profesionales de Pedro se habían fijado en que la chica apoyaba la mayor parte de su peso en una sola pierna. Automáticamente bajó la mirada hacia sus piernas apenas ocultas por el corto vestido negro, era una diminuta franja de tela que se amoldaba a sus pequeños senos altos y ondeaba levemente en el dobladillo muy alto. No podía ver ninguna señal de lesiones en la fina línea de sus piernas. De hecho, parecían en perfecta forma.
-¡No te agites! -replicó Paula con impaciente buen humor.
Pedro alzó la mirada para encontrarse con un notable par de ojos castaños todavía brillantes de la excitación de la actuación que lo miraban con diversión y sin pizca de vergüenza.
-Reconócelos otra vez -contestó estirando un elegante tobillo frente a ella.
-Estabas cojeando -acusó Pedro con la cara seria para que no se hiciera ideas equivocadas acerca de su interés.
Su pose era precoz incluso en una época en que la infancia aún era más corta.
-Normalmente no se nota. Y antes de que lo digas tú, Pau querida, ya sé que no debería bailar así, pero ha merecido la pena. Me encantaba esa canción.
Lanzó un suspiro de placer.
-¿Has oído alguna vez la palabra moderación? -preguntó Delfina a su hermana con evidente afecto.
Sabía que estaba perdiendo el aliento; Paula era una criatura de extremos. A veces envidiaba la falta de inhibición de su hermana, pero la mayoría de las veces le preocupaba que su espontaneidad pudiera ocultar a la gente su gran sensibilidad. La ausencia total de artificio la hacía parecer temerosamente vulnerable para una mujer cautelosa como Delfina.
-¿Y has oído tú lo de aburrimiento mortal? -la atención de Paula se desvió hacia el hombre alto y silencioso al lado de Delfi-. O bien te has colado o te ha traído Pepi. Yo misma mandé las invitaciones -comentó mirándolo con cándido interés que provocó un parpadeo de desaprobación en Pedro.
-Pau, este es Pedro Alfonso. Esta es Paula, mi hermana.
-¿Quieres decir que todavía son más? Hubiera creído que tus padres habrían desistido después de tener tres.
-¿No le gustan los niños, señor Alfonso? -preguntó Paula.
-De forma moderada sí.
-Parece tu tipo de hombre, Pepi-se burló con delicadeza.
Delfina, con sus ojos azules y pelo castaño, nunca perdía el control. Paula esperaba que su hermana conociera algún día a un hombre que sacudiera su equilibrio. ¿Sería aquél el apropiado? Si fuera así tendría que guardarse sus fantasías para sí. La miró con desaprobación. El sentido del humor de Paula podía llegar a ser provocativo cuando quería.
-Pepe es el nuevo cirujano ortopédico en St. Jude - explicó-. Y no es mi pareja - añadió con una sonrisa de disculpa en dirección a Pedro-. Pensé que estaría bien que conociera a gente de la localidad. Y sólo somos tres, Pepe; Pau es la mayor, a pesar de las apariencias.
-Mis disculpas -dijo él asombrado por aquella información.
Sabía que Delfina tenía veintiséis años, pero aquella provocativa criatura podría haber pasado por una adolescente.
-Yo era la enana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario