jueves, 22 de septiembre de 2016

Amor Salvaje: Capítulo 40

-Tengo que irme -dijo con suavidad inclinándose para besarle en el hombro.

-No puedes -dijo él con tono decidido. Se estiró hacia ella y Paula se apartó, convencida de que si cedía a su caricia sería incapaz de irse.

-Debo irme, Pedro. Son las cinco y media...

-¡Las cinco y media!

Pedro se incorporó y se pasó los dedos por el pelo.

-Prometí ordeñar esta mañana -admitió ella con pesar-, aunque no me apetece nada.

-¿No puedes quedarte un poco más? —Paula sacudió la cabeza con desgana.

-No puedo.

Con un encogimiento de hombros, Pedro lo aceptó y se dejó caer en la cama con las manos bajo la cabeza. Paula recogió su ropa y se la puso un poco turbada por su mirada fija en ella.

-Puedes utilizar mi cepillo de dientes, si quieres.

-No, ya usaré el mío en casa.

-Tengo que volver a Londres esta mañana y hay algunas cosas...

-¡Que tengas buen viaje! -le interrumpió ella-. Llámame si quieres.

¿Eso era todo? ¿Eso era todo lo que tenía que decirle? ¡Dios, qué idiota había sido! Podía notar por sus ojos que temía que le montara una escena. ¿Y qué esperaba? Él nunca había mencionado el amor. Belén no iba a desaparecer porque él no quería que lo hiciera. A Pedro le iba bien de aquella manera, pero a ella no.

«Por lo menos lo he intentado. Nunca me hubiera perdonado a mí misma no haberlo hecho. No quiero una aventura contigo, Pedro», se lamentó en silencio. «Es demasiado poco y a la vez demasiado para mí».

-¿ Y comeremos juntos ?

Pedro tenía las facciones tensas.

-Como quieras.

-Creo que deberíamos aclarar a donde iremos desde aquí. Tengo que decirte algunas cosas. Anoche...

-¡No! -gritó con voz aguda por el pánico. ¿Querría nombrarla oficialmente como la otra? Ella no quería saber dónde encajaba en su vida si no tenía un sitio en su corazón-. No creo que tengamos que ir a ninguna parte.

-¡Paula!

Ella ignoró su llamada y cerró la puerta a sus espaldas.


-En este momento parecemos barcos que se cruzan en la noche -dijo Miguel Chaves al bajar la maleta de su hija al piso inferior.

Paula sonrió y le abrió la puerta principal.

-No estaré mucho tiempo fuera -dijo mientras se acercaban al coche.

-¿Cuánto?

-Bueno, la señora Morgan volverá la próxima semana, pero no estoy segura de cuando volverá Pablo.

-¿Has estado durmiendo bien mientras hemos estado fuera? -preguntó rozándole la mejilla con su mano callosa.

Paula se sintió a punto de derramar las lágrimas que llevaba conteniendo todo el día.

-Estoy bien -mintió con una sonrisa.

-Gracias por mantener el fuerte hasta hoy. Tu madre intentó llamar para decirte que llegaríamos tarde.

-Debí desconectar el teléfono sin darme cuenta.

Se le estaba empezando a dar bien lo de la mentira, pensó dolida al besar a su padre. Lo había tenido que hacer porque no era capaz de soportar todavía ninguna comunicación con Pedro. Y podía que nunca fuera capaz. Condujo ensimismada en sus pensamientos. No se arrepentía de lo de la noche anterior; había sido una experiencia que atesoraría para siempre porque la había impulsado el verdadero amor. Había sido una estupidez pensar que Pedro  podría sentir lo mismo. Al menos estar a solas en casa de Simón le daría tiempo para pensar sin tener que poner cara animada ante sus padres.

Eran las seis de la mañana cuando escuchó unos fuertes golpes en la puerta del estanco. Apenas se había dormido una hora antes. Con el cerebro abotargado intentó concentrarse. Si no salía enseguida se despertaría media calle. Atándose el cinturón de la bata bajó la escalera hasta la tienda. Incluso a través del cristal glaseado de la puerta supo quién estaba fuera.

-¡Vete, Pedro! -gritó cuando éste volvió a dar otro golpe-. No pienso abrir esta puerta.

-Bien. No me importa mantener la conversación a volumen alto. Ya veo las cortinas correrse en algunas casas. Estoy seguro de que los vecinos lo encontrarán fascinante.

-Con un poco de suerte alguien llamará a la policía -siseó ella corriendo el cierre.

-¿Entonces es verdad?

Ella parpadeó y dio un paso atrás cuando Pedro entró con la cara lívida de rabia.

-Podría confirmarlo o negarlo si me dijeras el qué es verdad.

Él le dirigió una mirada de desdén.

-Cuando tu padre me dijo que estabas aquí, apenas pude creerlo.

-Mi padre raramente miente.

Paula estaba intentando pensar a qué venía aquella rabia. ¡Y pensar que ella lo había calificado de frío y sin emociones!

Aquel comentario pareció inflamarlo aún más.

-Ni siquiera vas a negarlo. ¡Dios, qué estúpido he sido! Un ciego idiota. Yo creía… -se detuvo y la miró con odio-. ¿Dónde está él entonces? ¿Escondido bajo la cama?

¡Pensaba que estaba allí con Simón! Se había imaginado... Paula sacudió la cabeza con incredulidad. No sólo estaba enfadado, sino que estaba loco.

-Pedro, Pablo no está... ¿Me escucharás y dejarás de pasearte como un poseso? Vas a tirar algo.

-¿Escucharte?

-A menos que quieras ponerte en ridículo por completo.

Ella misma estaba empezando a enfadarse. La satisfacción primera al verlo celoso se estaba disipando con rapidez. O sea que estaba allí exudando condena sobre su supuesto lío con Pablo cuando él tenía a Belén esperándole en casa

-Es un poco tarde para eso, ¿no crees? -prosiguió él-. ¿Sabe él que tiene que darme las gracias a mí por esta nueva Paula liberada sexualmente? ¿O se lo digo yo? ¿Le has dicho las mismas cosas que me dijiste a mí? ¡Dios mío, nunca hubiera imaginado que fueras tan barata! ¡Y pensar que había llegado a imaginar que lo de la otra noche significó algo para tí!

¿Barata ella? Sintió una punzada de rabia.

-¿Como te atreves a llamarme barata? ¡Al menos yo no voy a casarme con otra persona. El único que engaña aquí eres tú, Pedro.

-No, yo no engaño a nadie. ¿Hubieras respondido a mis llamadas si hubieras sabido que estoy libre como tu precioso Pablo? Y mucho mejor pieza que él. Te lo hubiera dicho esta mañana si hubieras esperado.

-No sería una fulana barata como yo la que te haría romper una pareja celestial, ¿No crees?

-Digamos sólo que di demasiado por sentado -dijo con frío desdén-, Y pensar que había creído...

Emitió un sonido de disgusto contra sí mismo.

-¿Habías creído que podía merecer la pena para ti? ¿Y se supone que debo estar consumida por el remordimiento? -preguntó ella con frialdad-. He perdido la mejor pieza del siglo. Bueno, pues puede que te interese saber que no estoy arriba en la cama con Pablo ni con nadie. Pablo está en Canadá intentando arreglar su matrimonio y yo estoy cuidando la casa. He intentando decírtelo - musitó cuando vió que él se ponía pálido-. Pero estabas tan ansioso por culparme que ni siquiera me has escuchado. ¡No, Pedro! -levantó la mano cuando él abrió los labios para hablar-. Ahora es mi turno. Tú ya has dicho lo tuyo y ha sido muy instructivo. Para tu información, no ocuparía el lugar de Belén ni aunque fueras el último hombre del planeta. ¡Creo que eres un aburrido, arrogante y estrecho de mente!

La rabia se quemó y Paula sintió deseos de llorar. Sólo deseaba arrojarse a sus brazos, y llorar como un bebé. Pero en vez de hacerlo, se cuadró de hombros y alzó la barbilla con desafío.

-Creo que sólo me resta despedirme. Ya has dicho suficiente -dijo Pedro con austeridad.

Si hubiera sentido algo, no apareció en su gesto cuando se retiró en silencio hacia la puerta. Una ráfaga de emoción la hubiera hecho echar marcha atrás. Bien, pensó Paula al cerrar la puerta. «Estoy mejor sin ti». Entonces, a pesar de sus propias palabras, rompió a llorar con desconsuelo.

2 comentarios:

  1. Muy triste todo... Ojalá se la jueguen y dejen sus prejuicios y diferencias de lado!

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  2. Tan lindo que empezaron estis capitulos y xq terminó todo tan mal!!!

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