Sintió que el pánico comenzaba a apoderarse de ella pero lo desechó. No era posible que después de tanto tiempo, alguien la pudiese reconocedor. Ricardo Phillips lo habría descubierto porque contrató un detective para espiar su pasado. No era imposible que la hubiera reconocido. Quizá lo único que trataba de hacer era ponerla nerviosa. Desde luego, si era así lo había logrado.
- Vamos a descansar -le pidió a su acompañante.
-Pero...
-Si me pide que baile con él, Javier, simple y sencillamente le digo que no -afirmó enfadada.
-¿Lo harás? -preguntó, no muy convencido.
-Sí, lo haré -se apartó de sus brazos y, al darse la vuelta, tropezó con alguien que estaba junto a ella. Unas enormes manos la agarraron por los hombros.
Paula vió a Pedro Alfonso; no era una sorpresa, sabía que tarde o temprano iba a hablarle pero, en ese momento, la había pillado desprevenida. Se dió cuenta de que si ese hombre le pedía que bailara con él, no iba a tener fuerzas para negarse, como acababa de asegurar a Javier.
-¿Quieres bailar conmigo? -le pidió él con voz ronca.
-Yo...
-En este momento nos dirigíamos hacia la mesa para comer -interrumpió Javier con toda intención, mientras tomaba una mano de Paula para colocarla sobre su antebrazo-. Si nos permite. Le dirigió al otro hombre una sonrisa antes de alejarse.
-Nos ha salvado la campana, o mejor dicho la comida -murmuró siguiendo al grupo de gente que se dirigía a la mesa.
-No has sido muy delicado, Javier -sonrió ante el evidente ataque de celos sentido por el hombre.
-Con ese tipo de hombres, las sutilezas no sirven para nada. Sé cuándo debo ser brusco o educado, agresivo o sutil, querida.
Paula lo sabía. En una ocasión tuvo que ir con él al Tribunal porque su secretaria estaba de vacaciones. Quedó asombrada ante el cambio experimentado en él. No tuvo el menor reparo a la hora de atacar al acusado. Paula recordó otro juicio y otro abogado. Horacio Alfonso. Ese nombre la hizo estremecerse. Durante la noche, pudo ver a Pedro en varias ocasiones, en su mayoría acompañado de los Hammond. una o dos veces bailando con Laura, quien se ruborizaba cada vez que el hombre decía algo. cosa que Lucas contemplaba con cinismo. Paula pensó que una dosis de celos no le vendría mal, se sentía demasiado seguro de Laura y la chica temía por la estabilidad de su amiga. Pero Pedro no volvió a acercarse a ella, por el contrario, parecía evitarla, siempre tenía la vista clavada en el lugar opuesto al que ella miraba. Sabía lo que estaba haciendo, por supuesto, y su odio hacia él creció todavía más. No podía creer que fuese tan tonto como para pensar que si la ignoraba, ella iba a prestarle atención. Hacía mucho que no participaba de esos juegos. y no iba a caer en la trampa.
-¿Bailas querida?
Vió frente a ella al viejo Hammond. Tenía el pelo tan oscuro como su hijo y los pies igual de ligeros, aunque se cansaba con más facilidad. Paula era su secretaria desde hacía dos años y aunque. la ascendieron muy joven, estaba segura de que él nunca se había arrepentido de haberle dado una oportunidad.
-Encantada -se deslizó graciosamente entre sus brazos.
Los movimientos que hacía su jefe al bailar eran rápidos y ágiles, a pesar de su figura regordeta-.
-La boda ha sido maravillosa, señor Hammond.
Se mostró complacido.
-Creo que sí.
Paula sabía que tanto los Dean como los Hammond habían sido muy generosos en los gastos de la boda de sus hijos. Andrea y Gabriel hubiesen sido más felices sin tanto ajetreo. pero con el fin de compla cer a sus padres accedieron a extravagancias como el Rolls Royce y la costosa fiesta.
-Andrea estaba muy hermosa -comentó él orgulloso-. Ni yo mismo habría elegido mejor.
Andrea y Gabriel estaban visiblemente enamorados. No se fijaban en nadie, cada uno de ellos sólo tenía ojos para mirar al otro.
-Y ahora con tu permiso, te voy a presentar a mi joven amigo -el señor Hammond se detuvo.
Paula, confundida, se dejó llevar -.
- Yo sé que él está deseando conocerte. ¿Pedro...? -se dirigió a él con una sonrisa paternal.
Paula miró furiosa al hombre que la había estado atormentando durante todo el día. El señor Hammond les miró a los dos sonriendo, obviamente muy complacido consigo mismo.
-¿Paula? -se burló Pedro.
La chica reprimió su ira. Era un amigo de los Hammond, no sabía si era íntimo de la familia, pero no podía comportarse de manera incorrecta delante de su jefe.
-Muy sabio -ironizó él mientras bailaban al compás de la música. El viejo Hammond había ido a reunirse con su esposa a la mesa principal.
-¿Cómo ha dicho? -ella inclinó la cabeza para mirarle, pero se arrepintió al darse cuenta de que habían quedado demasiado cerca.
-Soy un viejo amigo de Claudio -respondió, contestando a su pregunta. Lori se volvió, molesta porque él leía sus pensamientos con facilidad. ¿Tenía que decírselo con tanta precisión?
-Sí, así tengo que decirlo -dijo con voz suave. Parpadeó ante sus palabras. ¿Sería posible que supiera con semejante precisión lo que pensaba?
-Más o menos.
Pedro sonrió y ella contuvo la respiración.
-Es que tienes unos ojos preciosos. Al principio me parecieron de color castaño, pero después noté que tienen un círculo dorado alrededor, que los hace cambiar de tono según tu estado de ánimo. Como ahora mismo. Estás enfadada. Parecen de color miel. Son como los de un gato, Paula -rió en voz baja-. Como los de uno que tuve cuando era niño. Me encantaba acariciar a aquel animal, Paula.
-¡Fascinante! -exclamó con involuntaria dulzura.
Pedro pasó el dedo por la muñeca de ella.
-No eres tan fría como pareces -aseguró él, palpando con el dedo el rápido pulso de la joven-. Enigmática como un gato. ¿También arañas cuando te enfadas?
Le miró con desdén. Se dió cuenta de que su físico y los bueno modales podrían resultar atractivos para cualquier mujer, pero no para ella.
-No acostumbro a hacerlo, Pedro. Aunque siempre he admirado a los felinos.
-También yo. Y ahora más. Pero creo que disfrutaría más con tus caricias que con tus arañazos.
Paula decidió seguirle la broma.
-Jamás araño. Y ahora, si me disculpa, creo que Andrea y Gabriel ya se van.
Se alejó son aire altivo. Se hubiera irritado mucho si hubiera sabido que varias de las personas que la observaban en aquel momento pensaron que tenía la gracia sensual de un gato.
-Gracias por tu ayuda, Pau -Andrea se acercó para despedirse. el vestido verde que se había comprado para su próximo viaje a Barbados hacía resaltar su belleza-. Ha sido maravilloso, ¿No crees?
-¡Maravilloso! -asintió Paula, besando a su amiga-. Ahora vete con tu impaciente marido. -,
-Qué vas a hacer con el pobre Pedro? -Andrea estaba eufórica y, aunque no necesitaba el champán para estarlo, se hallaba bajo los efectos de una buena dosis del mismo-. Le tienes impresionado. sabes. Ésta era su oportunidad para saber quién era.
-Pero Andy, ¿Qui...?
-Vámonos querida -el brazo de Gabriel rodeó la cintura de su esposa-. Siento mucho interrumpir, Pau, pero el coche está esperando afuera para llevarnos al aeropuerto.
-Lo siento, querida, hablaremos a mi regreso -le prometió antes de ser casi arrastrada por su marido.
Paula suspiró con tristeza. Los nuevos esposos estarían ausentes un mes, así que Andrea no le sería de gran ayuda en lo que concernía a Pedro.
-Tiene mucha razón, sabes -dijo una voz suave detrás de ella--. Estoy impresionado ¿Qué vas a hacer conmigo?
-¡Nada! -contestó, dándole la espalda-. ¡Excepto ignorarle!
-Me temo que no se me puede dar de lado fácilmente.
Paula permaneció indiferente, observando cómo Andrea, llorosa, le entregaba el ramo a su madre y cómo se abrazaban las dos con fuerza antes de que llegara el coche.
-Si hubiese arrojado el ramo lo habría tomado para tí--la voz de él sonó muy cerca de su oído-. Porque tú vas a ser la próxima novia, Paula. Mi novia.
No pudo permanecer callada ante aquellas palabras.
-¿Está usted loco? -preguntó furiosa viendo cómo el automóvil se alejaba y los invitados volvían al salón del hotel.
-Comienzo a pensar que lo estoy -pero no parecía muy preocupado por ello-. Tú vas a casarte conmigo, Paula.
-¡Jamás! -gritó, decidida a reunirse con el resto de los invitados.
Tenía la certeza de que aquel hombre no estaba en sus cabales. ¿Cómo iba a casarse con él si ni siquiera le conocía?
-Pau, querida -Claudio Hammond se acercó a ella-. Me alegro de que tú y Pedro se hayan hecho buenos amigos.
-Es que...
-Es un hombre muy brillante.
Era un elogio importante viniendo de aquel gran abogado. Paula le escuchó con interés. Si Claudio Hammond decía que aquel hombre era brillante, debía serlo. De eso no había la menor duda.
-Con un padre como el suyo no es raro -continuó Claudio Hammond-. Estoy orgulloso de conocerle.
-¿Un padre como el suyo? -preguntó Paula.
-Sí. Horacio fue el mejor.
-¿Horacio...? -Paula se puso pálida. Tuvo un terrible presentimiento.
-Horacio Alfonso-explicó Claudio, jovial-. Claro que su único error fue el caso Chaves, subestimó a aquel hombre. Pero eso fue hace tiempo-, tú no puedes acordarte, eres muy joven.
Pero Paula lo recordaba muy bien. Horacio Alfonso era tan despiadado como una víbora y disfrutaba haciendo sufrir a sus víctimas. También recordaba a Miguel Chaves, su padre.
Muy buen comienzo! Ya me atrapó esta historia!
ResponderEliminarInteresante historia!! 👍
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