-Se está haciendo terriblemente tarde -expresó Andrea frunciendo el ceño-. Por cierto, dónde estará Laura?
-No te preocupes por ella -la amonestó Paula-. Ya llegará aunque tenga que ir con el pelo mojado.
- Eso es lo que temo.
-No debes preocuparte. Ya verás cómo todo sale bien.
Y así fue. El señor Dean salió del estudio y se puso el traje; su esposa hizo lo mismo y Laura llegó a tiempo para ayudar a Andrea. Las dos damas iban vestidas igual; los trajes eran de manga corta y ajustados a la cintura. Las rosas blancas que adornaban sus cabezas hacían juego con los pequeños cojines que llevaban.
-Me encantan las bodas -sonrió Laura mientras se dirigían hacia la iglesia, en el Rolls Royce blanco.
-Sí, a mí también -comentó Paula sonriendo con nostalgia.
-A lo mejor Lucas se anima -dijo la otra muchacha refiriéndose al muchacho con el que estaba saliendo.
Paula la miró con atención.
-¿Tú crees?
-No -rió laura-. Pero no pierdo la esperanza.
Hacía un día espléndido. Paula se sintió embargada de felicidad cuando vió que Andrea llegaba a la iglesia acompañada de su padre. Hacía frío dentro de la iglesia y reprimió un estremecimiento mientras seguía a Andrea y a su padre rumbo al altar.
Tomó el ramo de Andrea y se dispuso a escuchar la misa. Sin embargo, había algo raro en el ambiente, experimentó una extraña sensación, y un estremecimiento le recorrió la espalda. Se volvió y miró a su alrededor, segura de que alguien estaba observándola. Todos estaban mirando a los novios o al libro que tenían enfrente. Sin embargo, la sensación de que unos ojos se encontraban clavados en ella persistía. ¡Y entonces le vió! Inmediatamente apartó la vista, sin embargo, el rostro masculino quedó impreso en su mente. Estaba sentado junto a la señora Hammond, era un hombre alto y moreno, tenía ojos grises, la nariz recta, pómulos pronunciados y labios delgados. Era un hombre muy atractivo. Tendría aproximadamente treinta y ocho años de edad. Volvió a mirarle y se encontró con que seguía observándola descaradamente. No quería parecer una colegiala asustada, y sostuvo la mirada durante unos segundos. Esos instantes le dieron la oportunidad de fijarse en algunas otras cosas acerca del hombre: canas en la sien, frialdad en la mirada y sensualidad en los labios. El hombre que la observaba hizo una mueca cuando ella desvió la mirada. Por un momento, la chica se asustó. ¡Cómo se atrevía a mirarla con tanta insolencia! Tenía las mejillas rojas cuando se volvió hacia el altar pero era de indignación, no de timidez. ¿Quién sería? ¿Y qué hacía sentado junto al señor Hammond? Gabriel no tenía hermanos, lo sabía. Pero ahí estaba con Rosa y Claudio Hammond, como un invitado especial. ¡Y continuaba mirándola! No necesitaba volver la cabeza para saber que la seguían observando. Podía adivinar sus intenciones. Desde hacía algunos años era una experta en identificar donjuanes hasta los aparentemente más temibles. como parecía serlo éste. No la asustaba, y si se empeñaba en demostrarle interés, ella le respondería con total indiferencia. Mientras hacían las fotografías, él volvió a mirarla; estaba parado frente al grupo y tenía los ojos fijos en ella. Parecía muy alto, su cabello era de color castaño.
Paula levantó la cabeza, desafiante, su cabellera se mecía bajo la ligera brisa y sus ojos color miel brillaban.
-¡Pedro! -gritó Gabriel-. Ven con nosotros.
-No -contestó con desgana el hombre de los ojos grises, su voz era profunda y llamaba la atención.
-Oh, vamos Pedro -rogó Gabriel.
-Sí, ven Pedro -Andrea se unió al ruego, tomandole de la mano.
-¿Me pongo junto a la madrina? -preguntó burlonamente.
Todos los invitados rieron. con excepción de Paula y Javier Anderson , amigo de Gabriel. Javier era uno de los ahogados más jóvenes de la firma Ackroyd. Hammond y Hammond, y desde hacía seis meses, trataba en vano de salir con Paula. Javier le rodeó la cintura mientras se acercaba a ella para salir en la fotografía.
-¿Me permite? -preguntó Pedro sonriendo.
Paula respiraba con dificultad, le molestó que la humillase frente a todos. No le gustaba llamar la atención. nunca le perdonaría a aquel hombre que la hubiera hecho pasar un mal rato.
-Claro que sí -rió Andrea.
-Entonces acepto -dió un paso al frente con decisión.
-¿Qué afortunada eres, Pau! -murmuró Laura divertida-. ¿En dónde le escondías, Andrea?
Paula no sabía de dónde había salido, sin embargo, pensó que hubiera sido mejor que no apareciese. Había ocupado el lugar de Javier y la tenía agarrada por la cintura. Él sonrió burlonamente al notar que ella se ponía tensa; Paula le miró y vió que la frialdad de sus ojos había desaparecido. Después se puso a mirar al fotógrafo. Javier, disgustado se colocó junto a Laura, y compartió una sonrisa de disgusto cuando sus ojos se encontraron con los de Paula. Durante todo el tiempo que se estuvieron tirando las fotos, Pedro permaneció a su lado sin quitar la mano de su cintura, aceptando la altivez de la chica sin inmutarse.
-Ahora los novios solamente -pidió el fotógrafo, lo había sugerido tantas veces que ya comenzaba a enfadarse.
Sus palabras eran exactamente lo que ella necesitaba para evadirse del brazo que la atrapaba. Notó con satisfacción cómo el hombre llamado Pedro era acaparado por Claudio Hammond. Había intentado iniciar una conversación, pero la joven no quiso intercambiar una sola palabra con él. Sin embargo, la silenciosa admiración continuó durante toda la fiesta; empezaba a ser muy molesto sentir continuamente los ojos de ese hombre clavados en su espalda. No tenía ningún derecho a observarla así, casi desnudándola con los ojos. Además, su mirada era penetrante y enigmática a la vez.
-¡Qué tipo más pesado! -exclamó Javier.
Paula continuó sonriéndole y tomó la copa de champán que él le ofrecía. El joven parecía muy enfadado, y ella conocía muy bien la causa de su disgusto.
-¿Quién es? -preguntó Javier poniéndose delante de ella para impedirle que la siguiera observando. La chica se encogió de hombros.
-No tengo la menor idea. Un amigo de los Hammond, supongo -trató de aparentar indiferencia, aunque sentía curiosidad.
-Sí, Andrea parece conocerle muy bien.
-Nunca la he oído hablar de él.
-Sí -dijo de nuevo Javier, volviéndose para mirar a Pedro, quien en ese momento estaba conversando con Gabriel-.
¡Un tipo interesante! Peligroso, habría dicho ella, pese a no haber cruzado una sola palabra con el hombre que tanta impresión le causaba. No había hablado con él pero tenía suficiente con lo que le estaban diciendo aquellos ojos.
-¿Bailamos? -propuso Javier.
-Sí, gracias. Javier era encantador, sin embargo, algo le impedía acercarse a él. Le recordaba demasiado a David. El mismo pelo rubio y la misma decisión de triunfar. Al igual que David, jamás se casaría con Paula Chaves. Bailaban bien, los dos eran altos, la cabellera castaña de Paula atraía la atención hacia su hermoso rostro, una belleza que tenía fascinado a Javier. Continuaron bailando durante mucho tiempo.
-Supongo que tenemos que cambiar de pareja, o descansar un poco -bromeó ella.
-Lo sé. Pero si te dejo, ese Pedro te va a pedir que bailes con él, y no tengo intención de darle la menor oportunidad.
Preocupada, miró a su alrededor. Sí, allí estaban los grises ojos, amenazadores. De pronto Paula tuvo un presentimiento. ¿La habría reconocido?
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