La posición le hizo íntimamente consciente de la dureza de la excitación masculina y se sonrojó con violencia. ¿Por qué no? ¿Por qué no? Paula gimió cuando él deslizó las manos bajo su camisa con suaves y lentos movimientos sobre la curva de sus nalgas y la hondonada de su cintura hasta llegar a los senos y abarcarlos uno en cada mano. Sus pulgares encontraron los duros pezones y, con delicadeza, le hizo perder los últimos atisbos de cordura.
-¡Rata infiel!
Él no pareció haber escuchado su ronco grito así que Paula lo repitió con más fuerza para conseguir recuperar algo de su fuerza de voluntad y agitarse en su regazo.
-No deberías haber preguntado que por qué no.
-Es mejor una rata que una vampiresa que dice manos fuera en el momento crucial.
La frustración y la furia reemplazaron al deseo en su cara, pero no intentó retenerla.
-¡Vampiresa! -repitió ella con un grito agudo y el cuerpo tembloroso del contraste entre la experiencia sensual y la desagradable realidad-. ¡Dios bendito!
-Estás tan atado con tus represiones que no reconoces la auténtica sinceridad. Al contrario de lo que crees, yo no busco sexo pasajero ni tampoco entiendo la necesidad de ocultar que encuentro a alguien atractivo. Como a tí, hasta que he descubierto la doble cara que tienes. Para tu información no soy una muñeca hambrienta de sexo.
-Deja que tu mente vuelva atrás veinte segundos, dulzura -masculló Pedro.
La rabia había sido sustituida por una expresión fría y especulativa que ella encontraba mucho más preocupante.
-Me desprecio a mí misma por eso -dijo Paula apretando los labios con firmeza.
-¡Creo que sí!
-Necesito mi ropa.
-Eso no es lo que necesitas.
Pedro observó el inesperado velo de lágrimas en sus ojos y se sintió avergonzado.
Ella lo deseaba tanto como él a ella. Pero al menos ella no lo ocultaba. Él estaba convencido de que su comportamiento tan poco convencional de la semana anterior había sido una aberración y le habían bastado sólo unos segundos en compañía de Paula Chaves para explotar aquel mito. Le fascinaba de manera que le hacía olvidar sus responsabilidades y actuar como un adolescente con las hormonas desatadas.
Sabía que su futuro matrimonio era un compromiso para él y para Belén, pero hasta ese momento no le había cabido ninguna duda de que él cumpliría con su parte del trato. Ahora, el hombre de hierro parecía haberse derretido, pensó disgustado y avergonzado. Y Paula, que leyó ambas emociones en sus ojos, se sintió enferma.
-No necesito nada de esto, Pedro.
-¿Entonces, ¿por qué me incitaste? -preguntó con dureza y amargura.
Paula reconoció que quería culparla a ella por su propio comportamiento y tampoco podía negar que ella había actuado con inocencia.
-Parece que no lo puedo evitar contigo -admitió antes de que la frustración y la rabia acudieran en su rescate-. ¡No creas que me siento feliz por perder mi sentido de la discriminación y del buen gusto!
Entonces cerró los jugosos labios.
«Va a casarse con otra mujer, Paula. Y tú sigues ofreciéndote a él», se dijo con furia ante su extraño comportamiento.
-Creo que será mejor que nos mantengamos apartados del camino del otro. No me gustaría estropear tus cuidados planes.
-No hay posibilidad de eso -dijo Pedro con una sonrisa helada.
-Me encanta oírlo -mintió ella.
Pedro se llevó la mano a la mandíbula.
-No actúes como si tú no fueras tan culpable como yo -dijo él con dureza- ¿Qué es lo que te pasa? ¿Estás tan acostumbrada a tener a todos los hombres que quieras que no puedes dejar escapar a uno? ¿Es esa tu venganza por lo de la otra noche?
-¿Cómo te atreves? – siseo ella con furia-. ¡No me culpes a mi si tú eres un infiel! No pienso ser el chivo expiatorio porque tu perfecta relación este llena de agujeros-
-La ropa. Póntela. Te llevaré a casa.
La cara de Pedro estaba tensa y tenía el pulso acelerado-
- Iré caminando.
No esperaba que se lo discutiera y no lo hizo. Alivio...Arrepentimiento. Paula no estaba segura de que le pesaba más.
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