-Ayudame a prender esto, mamá.
Paula se sacó los números de tela de los dientes y se lo dio a su madre junto con los alfileres que tenía en la mano.
-Date la vuelta entonces -Alejandra agarró el largo «66» y lo prendió al tutu rosa que llevaba su hija-. Ya está -se apartó para ver el efecto del tutu rosa con medias blancas y botas de fútbol y calcetines de rayas amarillas-. Muy llamativo, pero poco aerodinámico.
-No estoy en esto para ganar, mamá, sólo para sacar montones de precioso dinero.
-¡Es tan triste que los hospitales necesiten de la caridad para salir a flote!
-Ya discutiremos de política en otro momento, mamá, pero mientras estoy aquí parada, hay docenas de niños que se beneficiarán de esta maratón. Hemos conseguido mucha publicidad.
-Todo el mundo ha trabajado muy duro -afirmó Alejandra.
-Este traje me ha recordado el video que me hizo Javier —dijo Paula casualmente-. No lo he podido encontrar por ninguna parte. ¿No sabrás tú...?
-Estará por cualquier parte. Creo que ya deberías ir a la línea de salida, querida.
-Mamá -dijo Paula con tono de advertencia.
-Bueno, se lo dejé a Pedro. Parecía interesado en tu baile. Pensé que podía gustarle verlo.
-¿Y no se te ocurrió que yo podía no querer que él lo viera?
-La verdad es que no -dijo Alejandra con desafío-. Creo que él podría estar muy bien para tí. Es bastante encantador.
-Él sería el primero en estar de acuerdo contigo -dijo Paula a sus espaldas mientras se acercaba a la línea de salida.
Estaba muy orgullosa de haber tardado sólo dos semanas en haber olvidado a aquel hombre. Él ya pertenecía al pasado, pensó convencida.
Los corredores serios ya habían empezado la carrera. Paula estaba a atrapada entre un octogenario y un hombre de mediana edad vestido sólo con un pañal. El ambiente era suficiente para elevar el ánimo a la gente más lóbrega, aunque ella no necesitaba ánimos.
-La primera milla es la peor -comentó un conejo de pascua al llegar a la primera colina.
-Eso es lo que necesitas, un ilimitado optimismo -se rió Paula sin aliento-. ¿Cómo puedes respirar con ese pellejo? -preguntó cuando media milla más tarde el conejo seguía a su lado.
Miró el disfraz y se preguntó cómo podría ver siquiera el pobre idiota.
-Puede que necesite reanimación -observó la voz ahogada.
-Podrías quitarte la cabeza -sugirió Paula.
-Más tarde.
Paula se encogió de hombros y ofreció la lata de colecta a los espectadores que se alineaban a lo largo de la ruta. Aceptó el zumo que le ofrecieron en el banco siguiente y una vez más se encontró al conejo a su lado.
-¿Has hecho esto antes? -gritó.
Aquel hombre parecía tener problemas.
-¿No. ¿Y tú?
-Dos medios maratones y un maratón entero, pero no estoy muy en forma para hacer nada de eso ahora.
-¡En forma! ¿Quieres decir que te entrenas para estas cosas?
Paula estaba empezando a sentirse preocupada por el conejo. El entusiasmo estaba muy bien, pero con aquel calor y el disfraz, si no estaba muy en forma, podía verse en verdaderos problemas.
-¿No te has entrenado tú?
-Fue una decisión de última hora.
El conejo jadeaba con fuerza.
-Deberías haber tomado líquidos.
-No puedo beber con esto puesto.
-¡Paula! -dos monjas con barbas pasaron y le dieron una palmada en el trasero-. ¡Precioso disfraz, guapa!
-¿Amigos?
-Son jugadores de rugby, a uno de ellos le doy masajes.
-Puede que yo necesite uno en cuanto esto se acabe.
-Siempre puedes abandonar.
-¿Y perder el dinero de mi patrocinador? Yo también estoy corriendo para comprar ese escáner. No esperes por mí. Ya llegaré allí. Recuerda la fábula de la liebre y la tortuga.
-Creo que estás con el disfraz equivocado para esa fábula.
Las siguientes millas pasaron en relativo silencio aparte de los jadeos. Paula acababa de decidir que no estaba en suficiente forma como para mantener aquel ritmo, cuando el conejo se plantó delante de ella y se cayó a sus pies con dramatismo.
-¡Oh, no! -gimió ella deteniéndose para arrodillarse ante la figura caída-. Te quitaré esto ahora mismo. Llamen a los de primeros auxilios -gritó a un pequeño grupo que se había arremolinado a su alrededor-. Creo que esto está atascado -jadeó forcejeando con la cabeza del conejo. «Espero que ese pobre hombre pueda respirar ahí dentro!»
La espesa tela de piel le hacía imposible encontrarle el pulso. La cabeza salió de repente y Paula cayó hacia atrás del impulso.
-¿Te encuentras bi...? ¡Rata! -insultó para asombro de los que se habían parado a ayudar.
Se puso rígida de rabia. ¿Sería aquello una broma macabra?
-Conejo, Paula. Conejo -le corrigió Pedro Alfonso con firmeza.
Ni siquiera tenía la respiración alterada. De hecho, parecía estar en mejores condiciones que ella.
-Ha sido una buena actuación -gritó ella airada-. Es un consuelo que parezcas un completo idiota.
-Estaba esperando que lo notaras. Espera, Paula. ¡Espera por mí!
Por mucho que intentó despegarse, él no se separó de ella.
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