jueves, 8 de septiembre de 2016

Amor Salvaje: Capítulo 16

Paula sintió cómo se le tensaban los músculos del cuello.

-Tú eres una aventura que hubiera recibido con los brazos abiertos en otra época -susurró él con voz profunda deslizando las manos a lo largo de su cuerpo. Sus labios rozaron la comisura de los de ella.

-¿Antes de que perdieras el sentido de la aventura?

Paula  tenía problemas para formular las palabras a esas alturas. Cada fibra de su ser pedía a gritos la atención de aquella boca firme y sensual.

-Ahora, yo tengo una familia -murmuró Pedro con tensión antes de reposar la cabeza en el seno de ella-. Se lo debo. La estabilidad...

Alzó entonces la cabeza y no pudo apartar los ojos de la evidencia de la excitación en los senos de ella.

-Belén -murmuró Paula intentando hacer lo correcto.

-Necesitan una madre, una influencia estable. Federico y Mariana eran unos padres fantásticos.

-He oído mucho de lo que ellos necesitan. ¿Qué es lo que necesitas tú? - preguntó con reproche.

-Este tipo de pasión se quema tan rápido como a... - Lanzó un gemido cuando ella deslizó una mano por su muslo. Pedro se la capturó y la colocó en el lugar en el que no podía confundir sus necesidades. -¡Te necesito a tí! ¿Es eso lo que querías oír? -preguntó con amargura antes de apartarle la mano-. Pues sí y con la misma locura que un adolescente encaprichado. No hay peor tonto que un viejo tonto, ¿verdad?

-Tú no eres viejo.

El tono de rabia y resentimiento había hecho que Paula se pusiera más sobria. No le extrañaba que creyera que ella era una devoradora de hombres. Ella misma no se reconocía últimamente.

-Pero cuando te miro a tí me siento viejo.

-¡No seas estúpido! -se quejó enfadada.

Hablaba de los cimientos de su futuro como si estuvieran fijados en cemento. Era evidente que no debía amar a aquella gélida mujer, si no, no la desearía a ella, razonó Paula. Y casarse por una ridícula idea de la familia perfecta era la receta del desastre. ¿Y qué le importaba a ella que aquel hombre arruinara su vida? La respuesta acudió a su mente y sacudió la cabeza en muda negación. No, no podía estar enamorada de él. Si ni siquiera le caía bien.

Pedro deslizó la mano bajo su nuca y la besó con dureza y desesperación en los labios.

-Estúpido no empieza ni a describirme -susurró Pedro al levantar la cabeza-. No tenía que haber venido aquí. Tu madre no me pidió que te trajera el té, me ofrecí yo. Quería demostrar que podía estar a solas contigo sin... hacer esto - deslizó la mano de su hombro a su cadera-. O quizá que podía hacer esto y después parar.

Paula estaba asustada por la expresión desenfocada de sus ojos.

-¡Es suficiente, Pedro!

Uno de los dos tenía que parar aquella situación.

-Te deseo.

-Eso no es bastante ni para empezar.

Pedro cerró los ojos y murmuró algo entre los labios apretados. Después de un momento pareció recuperar el control y rodó de medio lado.

-¿Qué estabas diciendo?

-Estaba diciendo que desearme no basta. Yo no quiero experiencias sexuales vacías y a tí no te gustan las aventuras de una noche. ¿No es eso lo que me dijiste?

Paula se dió la vuelta para ver su mirada turbulenta cuando él le abarcó la barbilla con las dos manos.

-¡Estupendo! Es estupendo por tu parte que pongas cara de insultado, pero se supone que no debe importarme que lo único que quieras de mí sea un revolcón rápido. Ya he oído todo acerca de lo que sufres intentando controlar este deseo primario, pero nadie me ha preguntado lo que siento yo. ¿Y crees que me siento halagada? Sólo porque de repente hayas decidido dejar a un lado tus principios mientras dure, ¿piensas que yo quiero hacer lo mismo? -lanzó un sonido de desdén y enfado-. Sólo porque yo no sea tan estrecha o tan convencional como tú, no quiere decir que no tenga mi sentido de la moralidad.

-No estoy hablando de filosofía, Paula. Lo importante es que sé exactamente lo que sientes cada vez que te toco. ¿O me quieres decir que sólo lo siento yo?

-Estoy intentando decirte que no me dedico a aventuras superficiales y vacías que luego dejan un sabor amargo en la boca. Ni tampoco me acuesto con hombres casados o prometidos.

-¿Y cuándo has formulado esa filosofía? ¿En los últimos sesenta segundos? ¿No es un poco tarde para establecer reglas arbitrarias? ¿O es que te excita poner a los hombre al límite? Ese es un juego peligroso, Paula -le advirtió sombrío.

-Sólo te estoy diciendo la verdad -dijo ella pesarosa-. ¿O es que yo planeé ninguno de nuestros encuentros? Simplemente sucedieron. No puedo cambiar mis ideas sólo porque me hagas sentir...

Se detuvo mordiéndose el labio con angustia.

-¿Cómo te hago sentir?

Ella sacudió la cabeza.

-Cuando comparto mi cuerpo quiero que sea con alguien que esté interesado por mí, no con alguien que sea opuesto a todos mis principios. Al menos estamos de acuerdo en que una atracción sexual no es suficiente para construir una relación. Puede que tú te conformes con algo menos, pero yo no.

Los dos estaban tan ensimismados que no oyeron a Alejandra hasta que estuvo en mitad de la habitación. Miró a la pareja en la cama, abrió mucho los ojos y se retiró.

-Lo siento mucho, Pablo, pero será mejor que vuelvas mañana -dijo-. Paula sigue ocupada con el doctor.

-¡No me había sentido tan humillada en toda mi vida! -gimió Paula saliendo de la cama.

-Sigue ocupada con el doctor -repitió Pedro incorporándose. El sonido de su carcajada irónica resonó en la habitación-. Este tipo de encuentro podría traerle problemas a un hombre. Desde luego, tu madre tiene un gran sentido de la ironía.

Paula dejó de retorcerse las manos y lo miró con furia.

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