—Sí.
—¿Está trabajando? —preguntó ella.
Pedro la miró de reojo.
—No hay rodaje hoy.
—Pero supuse...
—Dije que no podía ir a recogerla, no que estuviera trabajando.
Había algo indefinible en su voz.
—Bueno, pues ¿qué es lo que está haciendo?
—Algo que no es precisamente el secreto mejor guardado del mundo.
—Qué quiere decir —preguntó ella, con un tono de voz que guardaba en exclusiva para quien no hablaba como era debido de sus hermanas.
—Olvídelo —le sugirió Pedro.
—Creo que es un poco tarde para eso. ¿Le ha ocurrido algo a Delfina?
Pedro hizo un gesto nervioso, inconcreto pero expresivo. Fuera lo que fuera, de algún modo le preocupaba.
—No, no le ha ocurrido nada. Las palabras claves son Lucas Elliot.
Paula respiró aliviada. ¡Así que se había enamorado!
—Bueno, lo único que sé es que es mayor que ella —hacía por lo menos diez años que Lucas Elliot no protagonizaba una película. Pero como productor, con más de una docena de grandes películas en su haber, era muy renombrado.
—Sí, y casado.
Paula se puso pálida.
—Delfina nunca tendría una relación con un hombre casado.
—¡Si usted lo dice!
—Sí, yo lo digo —afirmó ella con rotundidad—. Mis hermanas no son así.
—Ya. Recuerdo que Delfina me comentó que eran tres mellizas —dijo él pensativo— Este tipo de cosas ocurren con frecuencia aquí. Hay cientos de divorcios y de relaciones ilícitas. Es un ambiente muy claustrofóbico y, por algún motivo, provoca ese tipo de relaciones.
Hubo un silencio denso.
—Ya hemos llegado.
Bajaron del coche y se dirigieron a la casa. Tenía un amplio mirador desde el que se veía el mar y un paisaje de ensueño, sólo salpicado por alguna que otra casa. En cualquier otra circunstancia, Paula habría estado encantada con aquel lugar maravilloso. Pero lo único que sentía en esos momentos era indignación. ¿Cómo podía acusar a su hermana tan impunemente de tener un lío con un hombre casado? Y lo peor era que no le resultaba extraño. Se volvió hacia él en un verdadero ataque de ira.
—¿Cómo se atreve a decir algo así de mi hermana?
La intensidad reconcentrada de su tono de voz hizo que Pedro se diera la vuelta sorprendido. Nunca había creído en aquella vieja teoría de que las mujeres frías podían ser un huracán interior. Pero debía reconocer que aquel repentino giro de ciento ochenta grados era muy interesante.
Pedro se dió cuenta de que estaba entrando en terreno pantanoso. Los próximos meses iban a ser realmente intensos y no podía permitirse distracciones. Era la primera vez que dirigía una película y su personaje no tenía nada que ver con el que el público estaba habituado a ver en él. Tenía mucho trabajo que hacer en los meses siguientes. Aparte de todo eso, aquella mujer había dejado muy claro que no veía en él nada más que una cara bonita. Estaba acostumbrado de algún modo a que así fuera, pero, por algún motivo, en aquel caso su actitud lo perturbaba. Por alguna oscura razón, quería demostrar a Paula Chaves que estaba equivocada.
—Me ha preguntado y yo le he contestado. No están siendo precisamente discretos. Tampoco he sido yo el que ha hecho correr la noticia —dijo Pedro—. Y, realmente, creo que aquí lo que es preocupante es la mujer de Lucas. ¿Sabe que está casado con Daniela?
—Es una cantante, ¿verdad?
—Algo así. La llaman Dinamita Daniela, así que puede imaginarse lo que va a ocurrir cuando se entere.
—Me importa muy poco cómo la llaman —dijo Paula—. Lo único que sé es que, si oigo o veo a alguien hablando mal de mi hermana, habrán cavado su propia tumba.
Por dentro, la casa era mucho más grande de lo que parecía por fuera. Las paredes estaban pintadas de un color pálido, agradable. Parte de ellas eran de piedra y los suelos de madera estaban cubiertos de alfombras. Pedro la siguió, con suficiente perspectiva como para fijarse en su escultural trasero. Sin detenerse, recorrió toda la casa. Había logrado calmarse para cuando llegó a uno de los cuartos de baño. Había un jacuzzi que invitaba a relajarse.
—¡Esto es increíble!
—¿Verdad? —dijo Pedro.
—¡Menudo susto acaba de darme! Pensé que se había marchado! —estaba empezando a arrepentirse por haber perdido la compostura delante de aquel hombre. Durante años, se había acostumbrado a autocontrolarse y no entendía bien por qué extraño motivo le resultaba tan difícil con él.
—Como ve, estoy aquí.
—No se preocupe por mí.
—No lo hago. Pensaba ducharme.
—¿Qué? —exclamó, atónita.
Pedro se estiró. El movimiento marcó escandalosamente los músculos de sus hombros, y Paula no pudo evitar un vuelco en el estómago.
—No puede... —la hospitalidad de su hermana no podía llegar a aquellos extremos. Y, en cuanto a su propia integridad personal, cuanto antes se marchara Pedro Alfonso de aquella casa, menos posibilidades habría de incurrir en una nueva salida de tono o, quien sabe, tal vez algo peor.
—¿No se lo dijo Delfina? Soy su huésped.
Paula se quedó paralizada mientras él silbaba alegremente una canción. Ella salió del baño. ¡No podía ser! ¡ No era posible! ¡ Tendría que vivir bajo el mismo techo con aquel hombre! Sin pensárselo, abrió la puerta de golpe y volvió a entrar en el baño.
—No pienso quedarme aquí! —comenzó a decir ella.
—¿Se refiere a mi baño en particular o a la casa en general? —Pedro no parecía muy impresionado por la afirmación. Con un descaro incomprensible para la estrecha mentalidad de Paula, se quitó los pantalones y se quedó en calzoncillos.
Paula respiró profundamente y trató de recuperar la frialdad de la que solía hacer gala. Pero el monumento al arte del buen esculpir que tenía delante era lo último que necesitaba para enfriarse.
En pantalla, Pedro Alfonso era definitivamente atractivo y sexy. En directo, sencillamente, dejaba a cualquiera sin respiración. Como una boba, se había quedado absorta ante aquel espectáculo.
Muy buen comienzo! como se pelean y se histeriquean! Ya van a caer!
ResponderEliminarYa me atrapó esta historia jajajajajajaja. Me encantan los histeriqueos jajajajaja.
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